Todo empezó el 8 de marzo, con la marcha de la jacarandas. Tapizaron las calles de la ciudad, entre las que caían de los árboles, cediendo al viento y las que se levantaron, sin ceder ante nada.
Caminaban todas juntas, con miedo, con entusiasmo, con furia. Cantando su dolor, gritando su rabia, sintiendo su fuerza. Y al día siguiente: silencio. Ausencia.
Sé que no te gusta escuchar hablar del tema, pero era necesaria la referencia, para enmarcar el pensar y el sentir que se desató dentro de mí desde aquel momento. Como sabes, me gustan mis rutinas y me angustia verlas alteradas. Sin embargo, querido Negro, creo que es momento de aprender que para mejorar como seres humanos, tenemos que aceptar el movimiento constante de las circunstancias que nos rodean.
No me gusta la política, no sé al respecto, lo sabes. Sólo te puedo explicar lo que pienso. No creo que las ideologías se dividan en partidos políticos; la clase política es una sola escoria. Negocian el poder sexenio tras sexenio, planean cuidadosamente sus estrategias de “oposición” para dividir a la población, para generar guerritas entre grupos sociales, amigos, incluso familias. De modo que puedan seguir ejerciendo el poder sin oposición real alguna, mientras los grupos, los amigos y las familias discuten, se enfrentan y rompen relaciones.
Se añade un tercer ingrediente en estos días: contingencia sanitaria por la pandemia. Como es de esperarse, entre la preocupación y la incredulidad, la sociedad continúa escindiéndose, politizando, atribuyendo a los sucesos causas divinas o peor aún, negando que sucede.
Sin importar el origen de esta nueva plaga, trato de mantenerme en equilibrio, sabes lo que pienso de las guerras, los desastres naturales y las epidemias. Lo sé, Negro, me has dicho infinidad de veces que no lo diga en voz alta. No lo diré porque ya lo sabes. El punto es la ansiedad que me provoca. No llego a desquiciarme, pero esta ansiedad contenida me lleva a buscar un objetivo. Debo pensar cómo puedo usar esta ansiedad para construir; aprender de la experiencia.
No me veas así, Negro. Sí creo que protegerse puede ser tan sencillo como lavarse las manos, no tocarse la cara (en específico ojos, nariz y boca), no exponerse en lugares con alta concentración de personas. Aunque siempre hay un factor fuera del alcance de uno. No sabes quiénes de las pocas personas con las que vas a coincidir irremediablemente, se cuidan de la misma manera o, sin saberlo, sin que sea notorio, transmiten este virus en boga.
Son tantas las recomendaciones, las opiniones que encuentras en redes sociales, que da vértigo. Todo mundo opina, todo mundo sabe qué es lo mejor, y al final, nadie hace lo correcto. ¡Y qué tal las personas que, en las filas, prácticamente te pisan los talones! Y eso no es de estos días, eso es de siempre.
No sé si es el momento histórico del mundo, la etapa de vida en la que me encuentro o ambas, pero pensando en un equilibrio cíclico de la naturaleza, algunos seres humanos actúan sin sentido común alguno. Fatalistas en extremo o con una completa incredulidad, cometen aberrantes imprudencias.
Si, Negro, fatalistas. Qué hay de malo en quedarse en casa, sobre todo si eso no va a afectar tu ingreso económico o no tanto. Si tienes la posibilidad de quedarte en casa, te quedas y en lugar de estar perdiendo el tiempo quejándote de lo aburrido que estás, te dedicas a atender los pendientes que nunca has podido terminar porque tienes que salir a trabajar. ¿Ves? Es cuestión de adaptarse. Por qué no pensar: me quedo a salvo en casa, estoy segura en casa y no lo que se escucha día tras día: estoy encerrada, sigo atrapada. No, Negrito, no tengo todas las respuestas, porque las circunstancias no son las mismas para todos. Sé que hay gente que no puede quedarse en casa. Ante esto sólo me queda mantenerme al margen, respetar sus motivos. No juzgar.
Sin duda soy muy afortunada. Tengo un hogar cómodo, donde puedo resguardarme. Contamos con todos los servicios. No hay carencia de alimentos en la ciudad. Soy libre de salir, pero decido no hacerlo. Tengo infinidad de cosas por hacer en casa.
Me gusta estar en casa y estoy segura de que a mucha gente le gusta, pero cuando se impone, suele desarrollarse rechazo. Naturaleza humana básica. Tengo tantos proyectos pendientes, que debería regocijarme con esta inmovilidad impuesta. Ahora sólo es cuestión de organizarme, planificar si destino el tiempo para concluir uno a uno los proyectos o le otorgo a cada uno un tiempo determinado.
Por fortuna estos proyectos tienen que ver con mi satisfacción personal, razón por la que los he dejado en el olvido. Mal hecho. Si entre todas mis ocupaciones destinara un tiempo considerable a los proyectos personales, seguro me sentiría más feliz, satisfecha, plena.
Pero te decía, Negro; esta sensación empezó con la marcha de las jacarandas. Percibir una ciudad completamente distinta a aquella en la que crecí. Descubrirme inmersa en una sociedad ajena, como si hubiera permanecido dormida por largo tiempo y al momento de despertar ya no hay rostros familiares, las personas reaccionan de manera impredecible, inconcebible, no sé. Por eso te decía que tal vez es la edad. Y ahora esta contingencia que rompe mis amadas rutinas.
Hace algunos años me jactaba de no haber coincidido con una época bélica, pero, ¿y si esto es una especie de guerra sustentable?, siendo acordes a nuestro tiempo. Porque, bueno, no tengo datos científicos, pero se ha escuchado que la naturaleza ha recuperado terreno con esta ausencia parcial de depredadores humanos. Ni qué decir de las implicaciones políticas, económicas y sociales. Lo que nos espera. Pese a todo esto, agradezco no vivir en una guerra armada, eso sí debe ser insoportable.
Por otro lado, es muy útil pensar en lo que algún día me dijo la terapeuta: de la piel hacia adentro. Porque hay que entender hasta dónde o desde dónde podemos cambiar las cosas. No puedo evitar los fenómenos naturales. No puedo cambiar el modo de pensar de las personas. No puedo controlar lo que otros dicen o hacen. Sólo puedo decidir cómo reacciono ante esta vorágine de sucesos. Sólo puedo manejar mis sentimientos: cuándo llorar, cuándo reír, cuándo dejar pasar lo que sucede sin que mueva uno sólo de mis sentidos.
No sé, Negro, tal vez no debería decirlo, pero todo esto puede no ser tan malo. A riesgo de parecer odiosamente optimista, esto nos puede traer cosas buenas. Excepto, claro, que yo seguiré sin ti. Porque llegado el momento de poder besar y abrazar a nuestros seres queridos, tú seguirás ausente y harás bien. No me gustaría verte acongojado por los sucesos de los últimos dos años.
Tú seguirás ausente y yo tendré que adaptarme. Tal vez sea suficiente adoptar una rutina variable, flexible, prestar atención a lo que sucede a mi alrededor, entender qué me dice el universo con sus radicales cambios de humor.
Tú seguirás ausente y yo extrañándote. De la piel hacia adentro.
IMAGEN
Vestal >> Arnold Böcklin., Suiza, 1827-1901.
Marisela es hija de Miguel Romero y Luz María Álvarez; la menor de cuatro hermanos y madre de Beatriz, Leonardo y Omar. Nació el 28 de junio de 1967 en la Ciudad de México. Poeta y narradora. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Escribió algunos artículos sobre el cuidado de la salud de la mujer en un boletín mensual —en el que también colaboró en el diseño y edición—, distribuido en una Clínica privada. Fue allí donde comenzó el ejercicio de la escritura.
Participó en el taller de Creación Literaria que impartía el profesor Raúl Parra en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México en 2006, gestando el cuento catártico “Sofía”, La primera impresión del escritor para la protagonista fue: “qué útero hambriento”.