CIERRO LOS OJOS

o mis aventuras en el País de los Huesos

por Alias Torlonio

Mi hijo no trabajará nunca, los hombres que trabajan no pueden soñar; la sabiduría se recibe en los sueños(Nez Percé)

 

El atajo hacia la capital del País de los sueños lo denominamos A. En el punto capital del País de los sueños no existe nada fenoménico que narrar, por tanto, no lo reseñaré más, ya que cuando uno está allí, lo hace, no con el Yo sino en ausencia de sí; allí ni siquiera se sueña, y tampoco se es, tan solo formaremos parte. Los tibetanos se refieren a este lugar como Luz Clara, nada más a propósito pues se trata de un centro de luz clara. Imagino que un católico podría decir que aquello es el cielo; sea, ¡pero nada de arpas, amigos míos!; ustedes estarán en tal sitio, si llegan, mas no encontrarán allí ni siquiera su presencia; este enigma paradójico solo se dilucida con la experiencia, formando parte de esa luz tan especial, tan viva y esclarecedora. Es esta una auténtica plaza de luz. El camino que nos lleva a este lugar, a través de los sueños, me parece propósito más que suficiente para embarcarme en semejante travesía. 8/10/22

Voy con Alicia y Elvira, que todavía son pequeñas, en una furgoneta para llevar a Lucia una lavadora. Elvira se enfada cuando, al preguntar yo por la dirección, ella lee en el papel: “enjuague dental”. 5/2/20

 

Sugestiono a mi primo Carlos mientras andamos por la calle de noche: le induzco a creer que el hombre que anda detrás nuestro, lleva su cabeza metida en una bolsa de plástico, y esta, su cabeza, ha estallado dentro de la bolsa. Carlos se vuelve chillando exageradamente horrorizado y, entre gritos, da la vuelta a la manzana corriendo escandalosamente. Solo se oyen sus berridos, mis risas, y el eco amplificado en la calle vacía. Me provoca la hilaridad pensar que solo me sigue la corriente para tomarme el pelo, él a mí, y no al revés.

En un local nocturno donde a altas horas la gente se arranca a cantar flamenco, corto con un cuchillo al aire, esquirlas de una sustancia plasmática blanca, dando fe si procede, cuando los cantes tienen duende, garrote y enjundia. 7/2/20

 

Se celebra una fiesta en casa de mi amigo Petrus. Allí encuentro armas esparcidas sobre un sofá, donde tal vez debiera de haber abrigos; observo también pinturas de gran formato, sin que el tamaño mejore para nada su calidad, al contrario; más una procesión constante de máscaras. Todas esta mezcla de sensaciones me marea hasta agobiarme y siento fatiga ante el esfuerzo que implica permanecer en tales situaciones, cuando nos obligamos a ello por amistad. 8/2/20

 

Comparto un taxi con un ejecutivo idiota, al que no consigo espantar desde que se pegó a mí en una estación de metro. En una carpeta de dibujo llevo apuntes, como soporte para ilustrar una denuncia, de niños que han sido torturados. Para bajar del taxi tengo que deshacerme de mi camisa, ya que el ejecutivo loco no la suelta, intentando retenerme dentro del taxi.

Estoy muy enamorado de una mujer brasileña cuyo nombre es Ivy-Aï. Su madre es una señora muy divertida que ha comprado, según nos dice, un pedregal en una isla. Tengo una cita con Ivy-Aï en un parque donde me presento volando, ya que sé que a ella le encanta verme flotar en el aire. Comemos con mi madre y con mi colega Paco; les cuento a todos el sueño donde pierdo la camisa al salir de un taxi. 9/2/20

Mi hermano Sagu y yo acompañamos en un viaje de negocios, a dos señores asociados y a los hijos de uno de ellos, dos niños de menos de siete años y una niña de unos nueve. Mi hermano hace de soporte psicológico para los adultos mientras yo realizo la misma función con los niños. Comiendo en un restaurante, la pequeña, que come a mi lado, se levanta y su asiento es ocupado al instante por una mujer, que hace una burda imitación de la chiquilla, que a todas luces nos resulta más inteligente, e incluso algo más madura que la imitadora. 10/2/20

 

Me encuentro por vez primera en el País de los huesos con Yvonne, mi querida gourmet sexual alemana, atractiva y seria estudiante de historia española; ella lleva el libro que le regalé, del auto de las brujas de Zugarramurdi, con grabados de los Caprichos de Goya. Encontrarla de nuevo me alegra la noche.

 

Un grupo anónimo desea tener una cita conmigo. Mi contacto telefónico, que dice llamarse Carlos, me informa de cuándo y dónde nos encontraremos, esto es: a las nueve de la noche en una estación de metro. Comento con mi madre las dudas que me plantea esta cita pero, finalmente decido acudir. En la estación señalada a las nueve de la noche, me veo rodeado por cinco mujeres y cuatro hombres, todos, con una sonrisa en los labios dicen llamarse Carlos; su misión consiste en compartir datos, información que evidencia que todo lo que nos han enseñado hasta ahora, toda la historia, la medicina, la ciencia, el lenguaje, las matemáticas, el derecho, la geografía, etc., es una gran bola de mentiras con verdades a medias, control mental para zombificar masas. 11/2/20

Paco y yo estamos en un bar que se transforma en una tienda de juguetes y muebles para niños, un espacio alegre, lleno de luz y color. En la tienda está mi amiga sevillana Julia, radiante y directa. Este es un gran encuentro. Salgo arrastrado de la tienda por la mano de Julia hasta el siguiente portal, que es donde ella vive. En su casa nos ponemos al día, ya que hace años que no nos vemos, ni siquiera en sueños; me dice que es medico sanadora y que además se hace su propia ropa. Unos tapices enormes, coloreados con grandes porciones asimétricas de tierras y negro, cuelgan desde lo alto de las paredes hasta el cielo.

 

En mi casa de la Hoya de Don García, mi amigo Staffan y yo estamos sentados frente a la chimenea. Puedo vernos a ambos platicar en el salón y a la vez puedo ver a tres personajes merodear al rededor del cortijo, con intención de robar.

Copio, ordeno y clasifico con números romanos, unos programas cuya virtud es curativa. Estos programas, que no son tecnológicos sino comandos de voluntad creativa, pueden ser descargados e instalados por quienes lo necesiten.

Me encuentro entre un grupo de rehenes que empieza a perder la educación, debido al hacinamiento y al miedo que voy reconociendo en algunas caras. Una señora se empeña en que yo apague una colilla tirada por mi amigo Gerardo Velarde, que fumando parece una locomotora a pleno rendimiento. Gota caída, vaso colmado. Tomo conciencia de dónde me encuentro en realidad y me libero de tal confinamiento; me alejo del lugar en una vieja camioneta llena de mugre seca y papilla de insectos aplastados entre el radiador y el parabrisas.

Toco la trompeta con Aristarco en una banda de jazz. Canta con nosotros una chica que creía encontrarse en 1915. La mujer se desmalla al enterarse de que nos encontramos en el dos mil veinte, dentro de la planta 39 de un edificio. Nos desplazamos para dar algún concierto. Mientras viajamos en autobús, ensayamos piezas del repertorio; entonces me doy cuenta de haber perdido la trompeta; la busco debajo de los asientos del bus. 14/2/20

En el quinto de la calle Goya estoy con mi amiga Ana, que busca desesperada por el salón, un billete de viaje. Salgo al balcón para tomar el aire y me encuentro que la baranda de hierro forjado ha desaparecido y solo queda la estrecha franja de suelo del balcón, saliente dos pies del muro, y el vacío. 15/2/20

Paseamos por Barcelona mi hija Elvira y yo, montados en una motocicleta que conduce ella. Cruzamos una barriada obrera y paramos junto a unas casas con patios individuales, situadas ante un descampado. Trepo a una de las casas ayudado por el mobiliario urbano hasta los hierros de la baranda de una de las terrazas; dentro de un patio me encuentro a dos gatitos chicos, que no tienen más de un mes, pidiendo comida desesperados; uno es gris y el otro naranja. Les lleno un cuenco con comida y al marchar, en un hueco al pie de la puerta de la casa, encuentro una moneda de oro. Nos vamos de allí. Mi hija me llama la atención por no llevar casco.

Tengo que hacer algo de tiempo mientras paseo por el centro de Madrid. Me meto a curiosear en una tienda de informática. El hombre que está al cargo de la tienda se dirige a mí y me da un papel que lleva escrito: METOMBECK-41. Este hombre, atento, alto y delgado, afirma que tal es la clave y el nombre de otro mundo. 16/2/20

Como con Eugenio y unas amigas en una terraza frente al lago de Ginebra, tratando de no olvidar que he de conseguir para la casa de campo de mis padres, unos enchufes eléctricos.

En algún lugar del norte de África habito una casona de adobe, haciendo realidad una querencia pretérita. Un antiguo camión Pegaso, que porta una estructura de barras de hierro de varios pisos, vuelca caóticamente frente a la entrada de mi vivienda. Entonces, la casona que fue mi hogar, se convierte en un burdel. Paso un paño limpio por la superficie de una de mis pinturas mientras oigo comentar a las trabajadoras de la casa, sobre la conveniencia de tener en plantilla a alguien que habrá de comer los excrementos de la jefa del prostíbulo. Al ver que hablan en serio compadezco de antemano al elegido. He conseguido exponer en este burdel varios cuadros míos, que, tal como mi hermano Sagu vaticinó (hace dos décadas ante nuestro común amigo Gerardo Velarde), el destino, de esta colección de pinturas, siempre fue las paredes de alguna casa de putas. ¡Hecho! 17/2/20

Mi padre trata de montarme una pelotera porque su hermano y yo bromeamos a costa de las entrevistas de una publicación. Los muros de la casa donde nos encontramos están tan húmedos que parecen tener la consistencia de un bizcocho borracho.

 

Mi amigo Piju se va a casar. Se encuentra en una casa de altitud variable, de tal forma que puede tener un piso o dos, según la miremos o le dé, por estar más alta o más baja. 21/2/20

En un autobús cuyo chófer sufre de obesidad mórbida, viajo con un montón de señoras muy disgustadas por cómo conduce aquel hombre, que pasa con holgura los ciento cincuenta kilos de peso; realmente se maneja con excesiva brusquedad, suda, jadea y tiene todo el salpicadero frente al volante, lleno de helados y chucherías deshaciéndose con el calor. En una plaza se apean todas las señoras, con los pendientes girando y sus moños desmadejados como si bajasen de una montaña rusa. De noche quedo solo con el conductor; él se queja también de la gente, de cómo le miran. El caso es que su aptitud no da para más. Como estamos solos, el conduce como un loco mientras yo voy tallando con una hacheta, dentro del trasporte, una canoa que surge del vaciado de un árbol recién cortado; el cayuco ocupa todo el largo del bus.

He comido setas alucinógenas en un concierto donde, parte del público no tiene cuerpo, sin dejar de estar. Encuentro conocidos entre ambos grupos. Para chasco, me entero de que trabajo en el montaje y desmonte del escenario; para complicar aún más las cosas, alguien me presenta a una mujer que me atrae tanto que no puedo, ni evitarlo ni disimularlo. 24/2/20

Sobre el escenario profundo de la noche, observo una tormenta eléctrica con gran repertorio de truenos, relámpagos y rayos espectaculares.

Preparo la defensa de mi madre, que por la razón que sea, tiene un juicio pendiente.

 

Un volcán con su vómito de lava, incandescencias y gases, pinta un árbol en el cielo; alejándome de allí, cruzo un bosque arrasado; de su anterior magnificencia solo quedan gruesos tocones carbonizados y árboles mutilados; un árbol cuyo nombre es Minerva, me guía en la oscuridad de una noche sin luna. 25/2/20

En una residencia de gruesos barrotes en las ventanas, comparto habitación con mi primo Carlos. De la mar hemos de sacar objetos para luego clasificarlos en unas cajones enormes, situadas bajo las camas de nuestra celda, que permanece siempre abierta, ya que no hay a dónde ir ni cómo escapar; estamos presos en una isla.

Finalmente doy por concluidos los retratos de Elvira y de Eva.

Me dirijo en autobús hacia algún lugar del sur de España, bordeando la costa andaluza. El chófer detiene la marcha. Me desperezo y respiro la mar. Afectado por el olor a salitre me quito la ropa atropelladamente para bañarme mientras aviso a los pasajeros que no permitan al conductor marchar sin mí. 26/2/20

 

Mi hermano Sagu está en modo hiperactivo. Andamos por una ciudad indeterminada. Me lleva a un antro cuya especialidad es la ginebra: creo que ambos detestamos este brebaje. El local es un híbrido entre dos épocas antípodas, habiéndose rescatado lo peor de ambas; el tugurio, estridente y anacrónico, está abarrotado por esas manadas robóticas de descerebrados que campan por todas las ciudades, creando problemas por sistema. ¿Y yo qué pinto aquí?

Uve celebra una reunión en su casa. Eme viene a verme. Jota pregunta después por Eme. Sin embargo Eme ya no se la encuentra por ningún lado. Mientras, Uve narra unos cuentos tan extraños, que quienes los oyen quedan afectados. 27/2/20

Es de noche. Paro el tráfico del cruce de dos avenidas anchas de Madrid (Alcalá con Goya). Se monta un caos enorme con coches atravesados sin poder maniobrar para seguir adelante. Dentro un contenedor de basura con ruedas, transporto maderas para pintar, hasta la plaza de Felipe II. Debajo de los soportales veo junto a una camilla, a Luján, oyendo sin interés la charla de otra mujer. La luz amanecida va resucitando el mundo inerte.

Mi tío Malvar y yo nos dirigimos a La Manga (Murcia), pero antes decidimos pasar por Valencia. Nos reímos bromeando mientras hacemos kilómetros bajo lo estepario inmisericorde de Castilla y La Mancha. 28/2/20

En un teatro, unos muchachos preparan monólogos que luego ellos mismos escenificarán. Les tranquilizo explicándoles las formas y usos de diferentes ciclos respiratorios y cómo estos nos pueden ayudar en circunstancias específicas, ya sea cuando uno esté a pleno rendimiento o necesitando descanso, o para eliminar un dolor grande físico o espiritual, etc. Gracias a la conversación los chicos se olvidan momentáneamente de ponerse nerviosos.

 

Jota y yo vamos a casa de M. Ella no está. Intuyo que la han matado. Entonces me topo con dos versiones de mí mismo: una es un niño que conduce un triciclo dentro de una alberca llena de agua, como un pez de dos patas; la otra soy yo, el adulto que mira estático al niño; conmigo, que observo a ambos, somos tres puntos de atención para un solo ser. Así, desembarazado del cuerpo, entro en la casa de M, mientras sus padres setean en un salón sombrío. Por las paredes aprecio algún cuadro que no están mal, ya que a la buena pintura no le afecta la penumbra. Finalmente, al mirar una fotografía de mi amiga, veo lo sucedido: dos mujeres obesas suben la cuesta que da a la casa de M; mientras andan van perdiendo ropa, hasta quedar prácticamente desnudas; asumo que estas dos joyas son las captoras y asesinas de M. 1/3/20

En otro plano aledaño al Estado de vigilia, un ser inserta códigos numéricos que afecta directamente en el país de los vigilantes, haciendo desaparecer montones de larvas, parásitos astrales que la gente arrastra y hospeda sin haber dado su consentimiento. El benefactor repite cada maniobra, ya que los chupócteros se resisten a perder su fuente de alimento. Los inmuebles de las calles que rodean la plaza del Dos de Mayo, están a punto de derrumbe o ya cayeron, dejando a la vista un montón de escombros y cimientos, como si hubiesen sido bombardeados. Todo tiene un color nada natural, o demasiado saturado o casi desvanecido, dando al conjunto una apariencia irreal. Estas larvas vampíricas acaban intercambiando, por el roce constate, rasgos con el anfitrión; tales bichas son ociosas, lánguidas, adictas y pálidas; y andan lejos de reflejar alguna belleza, ni aún si fuere otra su naturaleza, que me revuelve tanto las tripas; estas joyas viven de guardia junto a sus victimas, de las que no se separan, ya sentadas en el borde de una acera, ya al pie de una silla, esperando los desplazamientos de sus inconscientes despensas ambulantes. La gente no los ve pero allí están las alimañas, siempre hambrientas y holgazanas. La eliminación mediante códigos numéricos, que asumo representan frecuencias vibratorias, puntos y estados concretos de ser o de estar, continua a pesar de la pegajosa reticencia que ofrecen los comensales. 2/3/20

 

Llega a España una comitiva de Brasil y no hay nadie para recibirlos en el aeropuerto y llevarles hasta un hotel. Los cariocas, indignados a más no poder, deciden volver a América. En la puerta de un hospital alguien explica que ha de ser operado en breve, por unas pinzas olvidadas en una operación anterior; parece ser que le dijeron que allí no había nada, pero después de escanearle las entrañas, además de las pinzas, apareció un bisturí. Pies alados, para qué os quiero sino para salir volando.

 

El piso algo destartalado donde me encuentro, en el centro de Madrid, es de J M, un representante con el que hice amistad hace ya tres décadas, cuando yo viajaba por España haciendo auto-stop; es un tipo agradable y divertido. Aquí, un chaval africano asegura conocerme. Por una ventana observo que la casa se ha desplazado hasta el pueblo de Vallecas, cerca de una de las fundiciones donde hace un siglo, trabajé. Me disponía a dar un paseo por la zona cuando llegó a la casa una chica holandesa, actriz, rubia pelirroja, con la piel nacarada. Ella y yo ya nos gustábamos mucho. Esta es la primera vez que nos encontramos en el País de los huesos y allí mismo lo celebramos. Su interior es rosa claro y sus pezones, reventones cóncavos como ventosas, son también rosas; siento que al mirarla, recibo una porción de la Gloria bendita del universo. Ella es un templo para mí.

Un comando de tres personas indignadas llevamos a cabo una acción de equipo, coordinados para superar todos los protocolos de trampas burocráticas que el sistema disemina, para que la ciudadanía nunca supere los obstáculos administrativos imposibles que proponen, tan cuajados de impedimentos, tasas e imposiciones de todos los colores, para que nadie salga adelante ni pueda levantar la cabeza. Así, miserablemente, es como los pocos gobiernan a los muchos, potenciando la falta de opciones, el desánimo, el miedo y la miseria. 3/3/20

Estoy buscando hospedaje y no me queda más que compartir una habitación con varias personas, se trata simplemente una hilera de camas con sábanas mugrientas. Decido que dormir en un parque es más higiénico y más confortable incluso. En la calle encuentro un motón de locos (o locos por estarlo), bailando canciones de los años setenta. Además de gente mayor hay muchos chavales cuyos esqueletos piden acción a gritos. Suena My generation, de The Who, y la gente toda, nos ponemos a brincar, a bailar, y a reír, entrechocando unos con otros, moviendo el culo o haciendo el oso en divertido desorden.

 

Me encuentro con dos rusos enormes, son hermanos y cada uno tiene su propio perro; el hombre más joven no sabe tratar con los animales y los acaba pegando. Tengo que hablar con él.

 

Veo a Francisco de Goya y Lucientes, venerado maestro de todos, solo en su taller, masturbándose. (Se habrá quedado sin colores seguramente).

 

Frente a mí tengo un teatro de pesadilla, ideal para esta sociedad distópica; idóneo para representar obras como Pelo de tormenta, de Francisco Nieva; las gradas se componen de varios pisos y están hechas de andamiajes de metal con suelos y paredes de cristal. Alzo el vuelo para poderlo contemplar a vista de pájaro. 4/3/20

Trabajo en una residencia con niños y perros, donde les enseñamos a entenderse. Bajo al bar más cercano para pedir algún libro para leerlo a niños y perros. Me acompañan tres canes: madre, padre, e hijo. El encargado del bar me da Germinal, de Emil Zola (libro que no he leído) y un libro de poemas del poeta belga Emil Verhaeren.

Mi hija Elvira y yo subimos a la azotea de un edificio de la calle Ibiza de Madrid. Allí hay un sofá que aprovechamos para sentarnos un rato y apreciar así las vistas de los tejados del bulevar que desemboca en el parque del Retiro; luego trepamos por un andamiaje hasta quedar por último, suspendidos en el vacío, flotando. 5/3/20

Estoy con David Wilcok en un rancho del interior de los Estados Unidos, rodeados de perros y caballos; aquí nos ocupamos de soñar e ir apuntando disciplinadamente cada sueño. 6/3/20

 

Me divierto con mi hija siendo niña, con un juego de mesa donde ella me come las fichas y gana; yo finjo contrariarme mucho para que se ella se ría más. Oír su risa es un placer.

Ando descalzo por la calle Alcalá, desde la vieja plaza de Roma hasta la plaza de toros y más allá, el Carmen y Prosperidad. Voy abocetando incendios, ya en llamas o la chamusquina posterior; las escombreras cenicientas y los esqueletos de metal retorcido que dejan los edificios derrumbados. Anochece mientras camino.

 

Parece ser que hay algún colapso mundial por algo que los rusos hicieron, o dejaron de hacer. Viajo en un autobús lleno de ciudadanos rusos muy animosos. Prohibido nuestro paso en un control, volvemos a la carga, esta vez vamos a pie formando una horda imparable. Luego acompaño en un camión a un mando que se hospeda en un lujoso hotel de la Gran Vía. En el hotel veo a la Cenicienta con su vestido de gala, tal vez para el gran baile. Nos acompaña José María, un niño de mi antiguo colegio. (Un día, al salir del colegio acompañados por su hermana mayor, vimos caer de un andamio a nuestros pies, a un albañil que resultó muerto; aún más terrible fue para mí, ver bajar en cuestión de segundos a otro obrero gritando dramáticamente: ‘¡Mi hermano! ¡Mi hermano! ¡Mi hermano!’ Mi pequeño amigo y su hermana desaparecieron y quedé allí solo con la tragedia. No volví a ver a mi amigo nunca más, desconozco el motivo). 7/3/20

Los medios de propaganda masiva sacan a la luz toda las farsas relativas a la luna, incluido el circo de la cohetería petardera y los anulizajes*. La gente, estupefacta se lleva las manos a la cabeza sin entender cómo generaciones anteriores se dejaron adoctrinar tanto; por aquello de no ver la viga en el ojo propio, sino la paja en el ajeno, sin reparar en el hecho de que ellos están enganchados a los mismos anzuelos, incluido el lunariego.

 

Cerca de unas casas hay unos bancos de madera, toscos, con sus mesas de merendero, con las patas de un lado fijas en tierra, y las del otro lado, larguísimas, bajando hacia el fondo de un barranco, que es un precipicio sin final.

De mis pertenencias conservo unas botas de piel de serpiente que me regaló Curra, y la ropa que visto, mas nada me preocupa. Estoy arrellanado al sol, feliz, en el banco de un parque, disfrutando de la mañana con el canto de los pájaros y la luz, creando sombras y transparencias entre las hojas de los árboles. 8/3/20

Veo a mi hermano Sagu hablando con un cura que intenta ayudarle, rodeados de un caos inmenso provocado por un accidente donde un puente con un tren encima, más un avión, han caído del cielo juntos; y aquellos dos de cháchara, allí en medio, entre la chatarra, el escombro, el humo y el fuego.

 

Mundillo y yo estamos rodeados de un montón de pedantes relacionados con el dinero que genera el arte, incluso por defecto, (y con demasiada frecuencia sin beneficios para los artistas). Dibujamos un montón de cosas en dos cuadernos; luego, Mundillo y yo habremos de explicar nuestra labor a la audiencia. Encuentro una taza de retrete suelta que uso para exponer mi parte; sentado allí me explico con los pantalones bajados: ’Pretendo demostrar cómo una imagen fuera de lugar, por manida que sea, atrapará sin defecto la atención del observador. Todos nos vemos así a diario y habremos visto a menudo a otros en igual circunstancia; además, espero que supongáis que no haré de vientre en público; sin embargo, vuestra atención permanece aquí, mientras nadie mira los dibujos; tal vez porque las relación de equilibrio y fuerza a las que se ve sometido un cuerpo en esta posición, simplemente es para nuestra percepción, mucho más fascinante que lo que pueda suceder en un papel. Igual ocurre con el arte, nuestra mirada antes se verá atrapada por la falta de lógica y sentido, que por cualquier asunto razonable, asumido. Con la razón el arte va tirando; pero es la sinrazón quien hace volar al arte’. Después de la perorata me doy cuenta de haber olvidado, con el lío del retrete, de poner mis dibujos a la vista del público.

Despierto enterrado en el barro, no sé cómo he llegado aquí. Permanezco quieto, a la espera. Mi pelo, como vasos comunicantes entre mi mundo interno y el mundo externo, me enlaza con todos los estados del universo donde proyecte mi atención. (Dos años después (30/12/22), en otro sueño volveré a acabar en esta misma situación, para entender a través del pelo comunicante, que nuestros criminales enemigos, finitos como son y por el anhelo de ser inmortales, nos persiguen a nosotros que, siendo eternos, podemos vivir y morir aquí y allá, cuantas veces queramos). 10/3/20

Continuará…

★★★

 Notas:

* Alunizaje nulo.

IMAGEN

Gato II >> Óleo sobre cartón >> Alias Torlonio

Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.

Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.

Links: Artscad@AliasTorlonio   ;     Elmuseovirtual@AliasTorlonio

Descarga aquí de manera libre La aurora de los vampiros, de Alias Torlonio,

por cortesía del autor.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario