La nave Astrea, a medida que avanzaba, cortaba el vasto y oscuro vacío del espacio con una precisión implacable, su brillante casco reflejaba como un espejo bajo las frías estrellas. Dentro, la tripulación se mantenía en un extraño silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos mientras el sol de Zarathion se proyectaba lentamente en la pantalla de la cabina. El sistema planetario Zarathion, antes perdido entre las sombras del olvido, ahora se erguía como una amenaza imponente para el delicado equilibrio de la galaxia. Elira Vael, la capitana, estaba frente a la ventana, sus ojos fijos en el lejano planeta. No se podía negar que la Alianza había logrado la paz entre las razas, pero todo eso estaba en juego ahora. En su interior, los recuerdos de la guerra intergaláctica aún la atormentaban. Las cicatrices de su pasado, tanto físicas como emocionales, nunca desaparecerían por completo.
“Capitana”, la voz del teniente Oron Kalis la sacó de sus pensamientos en los que estaba absorta. Se acercó a ella, su mirada grave, los ojos marcados por la amargura de su propio pasado. “Hemos llegado a la órbita de Zarathion. Es hora de prepararnos”.
Elira asintió con un gesto de la cabeza. “Reúnan al equipo. Lyr, Koran, necesitamos estar listos para lo que sea”.
La tripulación de la Astrea era única, un grupo heterogéneo de humanos y alienígenas. Cada uno llevaba consigo el peso de un pasado que los había marcado de manera irreparable. Sin embargo, su misión era clara: detener la expansión de los zarathianos, una civilización genética cuya existencia se había mantenido en secreto durante milenios. Lo que no sabían era que el verdadero peligro no sólo venía de lo que los zarathianos habían hecho, sino de lo que estaban destinados a hacer. La atmósfera de Zarathion era densa, el aire cargado de una electricidad que se sentía en cada rincón. El planeta, una vez floreciente, ahora estaba marcado por cicatrices profundas. La guerra interna de los zarathianos había dejado huellas imborrables, como una herida que se negaba a sanar. En la ciudad ancestral, Elira y su equipo avanzaban por las ruinas, mientras los ecos de un pasado violento resonaban en cada paso. Lyr Reykann, la científica de la Astrea, observaba atentamente los vestigios de lo que alguna vez fue una civilización avanzada. Su mente, siempre ávida de conocimiento, comenzaba a conectar los puntos. Los experimentos genéticos de los zarathianos no eran solo una curiosidad científica; eran la clave para entender cómo había llegado la galaxia a este punto.
“La manipulación genética aquí es… inhumana”, murmuró Lyr, su voz teñida de incredulidad. “Han creado algo más que humanos. Son más, mucho más”.
Oron, siempre pragmático, observó el horizonte distante. “Si no lo detenemos, este sería nuestro fin. No podemos permitir que continúen”.
Koran Drath, el joven zaratiano exiliado e integrado a la tripulación de la nave de la Alianza, se mantenía apartado, su rostro tenso mientras miraba a sus antiguos hermanos y hermanas a lo lejos. Los zarathianos que quedaban en el planeta eran una mezcla de facciones, divididos entre aquellos que deseaban la evolución y el poder, y los renegados como Koran, que buscaban detener esta destrucción.
“Mi gente no entiende lo que están haciendo”, dijo Koran con amargura. “Han cruzado una línea que no pueden deshacer. Pero yo soy uno de ellos. Tal vez pueda convencerlos”.
“No confíes en ellos”, advirtió Elira. “El poder que han alcanzado es demasiado peligroso. No podemos permitir que se disemine”.
Pero el dilema de Koran no era tan simple. Había sido uno de ellos, y aunque había abandonado Zarathion, aún sentía un vínculo con su gente. Sin embargo, sabía que, de continuar su rumbo, la galaxia entera se vería condenada a vivir bajo un yugo de manipulación genética sin fin. La investigación de Lyr en los archivos olvidados de Zarathion reveló algo que nadie había anticipado: ella misma estaba vinculada con la creación de los Zarathianos. Sus antepasados, científicos y genetistas de renombre, habían jugado un papel crucial en los primeros experimentos que dieron origen a esta raza. Lo que había comenzado como un intento de perfeccionar la humanidad había acabado por crear una civilización que, al final, se volvía demasiado poderosa para ser controlada. Lyr luchaba contra esta revelación. Su ética y moralidad se veían puestas a prueba. No podía negar el hecho de que su linaje estaba ligado al sufrimiento de muchos. “¿Qué hemos hecho?”, se preguntaba a sí misma, mientras contemplaba los rostros de los Zarathianos, una mezcla de ira y desesperación.
En su búsqueda, Lyr se vio obligada a confrontar las oscuras decisiones de su antepasado. Los experimentos, que inicialmente parecían promesas de un futuro mejor, se habían convertido en una aberración. Pero, al mismo tiempo, comprendió que no podía juzgar sólo por el error de sus ancestros. Los zarathianos, aunque producto de sus errores, tenían una vida y un propósito en este vasto universo. La verdadera pregunta era si podían ser controlados o si estaban destinados a la destrucción. Mientras tanto, Lord Vahron, el líder de los zarathianos, orquestaba su plan. Había aprendido a dominar su genética hasta el punto de volverse casi inmortal. Su obsesión por la perfección lo había llevado a un punto sin retorno. La galaxia entera no era más que un campo de pruebas para sus experimentos. Su visión era clara: un universo gobernado por los más fuertes, aquellos que no estuvieran limitados por las restricciones biológicas.
Vahron no entendía la fragilidad de la vida. Para él, todo era una cuestión de poder y control. “La evolución es un proceso interminable. Nosotros seremos los que guíen al universo”, proclamó, su voz resonando en los rincones más oscuros.
Pero incluso dentro de su propia gente, había disidencia. Koran, quien había sido uno de los pocos zarathianos en escapar de su control, sabía que Vahron no podía ser detenido sólo con palabras. El liderazgo de Vahron había llevado a la muerte a muchos, y ahora, su objetivo era llevar la guerra a las estrellas, eliminando cualquier forma de vida que no cumpliera con su visión de perfección. El primer movimiento se daría no sólo en los cielos de Zarathion, sino en el mismo corazón de lo que significaba ser humano o, en este caso, zarathiano. Elira y su equipo, en su última misión, tendrían que hacer frente a las cicatrices del pasado, tanto las personales como las colectivas, para salvar lo que quedaba del futuro. Mientras las ruinas de la antigua ciudad de Zarathion se alzaban como un testimonio de lo que había sido, Lyr hizo una elección crucial. Sabía que la única manera de detener la expansión de los zarathianos era destruir la fuente de su poder: un artefacto genético que les permitía alterar su biología a voluntad.
En un movimiento de los zarathianos, dispararon un rayo desde la superficie del planeta y con ello, derribaron la nave Astrea, cayendo al planeta y quedando en ruinas. En ese instante, el universo se encontraba al borde de la aniquilación; pero, Lyr tomó la decisión que cambiaría el curso de la historia. Entró a la bóveda donde estaba guardado el artefacto genético, alzó su arma de rayos y disparó, destruyendo la fuente de poder de los zarathianos. Lyr, al igual que muchos en su tripulación, asumió el impacto de las decisiones que tomaron. La perfección genética, que había sido un ideal tan codiciado, reveló su cara más oscura. El universo, aunque salvado, quedaba marcado por las cicatrices del futuro. Un futuro que no podía escapar de lo que había sido hecho en su nombre.
Las decisiones de ayer no podían deshacerse, y la lucha por el control de la evolución había dejado una marca indeleble en todos los involucrados. Lyr, Koran, Elira y Oron sabían que su historia no terminaba allí. Aunque el futuro parecía más seguro, la sombra de las cicatrices del pasado seguiría acechándolos, recordándoles siempre que, en el juego de la evolución, el precio de la perfección es más alto de lo que cualquiera podría haber imaginado.
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Francisco Araya Pizarro nació el 15 de Diciembre de 1977 en la ciudad de Santiago de Chile, hijo de Eduardo Araya y María Cristina Pizarro, es Diseñador Gráfico, Artista Digital, Asesor Gráfico para ONGs ligadas a las Naciones Unidas, Community Manager y Escritor de Ciencia Ficción. Publicó cuatro libros en Amazon.com (Las Crónicas de Marte, La Gata Relámpago, Codei Humanitas y Lid), tres relatos suyos han sido incluido en antologías (Hoy Despierto, Un Horizonte Oscuro y Un Guardián en las Profundidades), sin olvidar su participación con su cuento estilo cyberpunk “Fragmentos del Éter” para el programa de Radio U.Chile “La fábrica de cuentos”. Muchos de sus cuentos están en diversas revistas literarias de habla hispana, también se pueden encontrar sus relatos cortos en www.tumblr.com/franciscoarayapizarro
Actualmente reside en Santiago de Chile, desempeñando su labor profesional como diseñador gráfico y escribiendo relatos que mezclan fantasía y tecnología.