PROPAGANDO LETRAS… AÚN EN PANDEMIA
Embargado por un sentimiento irresistible de levantarse del pupitre y dejar todo, salir de aquel cubículo hacia el pasillo y cruzar posteriormente la enorme puerta del complejo hacia la libertad. Siempre logró terminar cada uno de sus exámenes en un tiempo menor a sus compañeros. Desde que recibía el papel con todas las interrogantes, sea cual fuese la materia, comenzaba a registrar las respuestas tras los conocimientos obtenidos en días anteriores en clases.
Levantar la mano y decir “terminé” era una costumbre para él.
Respecto a las calificaciones, tampoco había problema. Las respuestas eran correctas. No necesitaba estudiar todos los días, absorbía el conocimiento con facilidad y terminaba por plasmarlo sobre un papel.
Al terminar la carrera, obtuvo menciones honoríficas y diplomas. Luego llegó a pensar que su facilidad y memoria fotográfica no eran suficientes para conseguir un trabajo decente. Lo que no sabía es que también, cada uno de sus conocimientos podía aplicarlos sin problema a cualquier empleo. Y fue así que se convirtió en un reconocido científico de Biotecnología en el mundo. La ciencia hablaba de él y él hablaba con la ciencia. Moldeó las capacidades de la rama biotecnológica a lugares inexplicables.
Hasta aquel día lluvioso.
El aula gris, solitaria y fría; era el último en aquella sala. Repasaba la última pregunta una y otra vez, sin encontrar una forma de responder correctamente a aquella interrogante. Le temblaban las manos, sudaba frío. Las preguntas del cuadernillo contenían ensayos de muchas áreas científicas de las que sabía cada una de las respuestas, y todo era correcto, pero aquella última pregunta, tan sencilla para muchos de responder, para él le tendía un peso enorme a su yugo y constante gloria.
―Todos se han ido ya. Incluso el general, que no es nada listo para responder a las interrogantes. ¿Qué le detiene, Doctor F?
El sinodal que supervisaba el examen en aquella sala se acercó al pupitre del doctor y le arrebató el examen, sólo para llevarse una mayúscula sorpresa. Gimió y aquel ruido en su garganta estalló al llegar hasta salir de su boca en una enorme carcajada que llenó la sala. El doctor, ensimismado, intentó decir algo y la carcajada se borró inmediatamente del hombre, para mostrar su lado más sombrío hacia el Doctor F.
―¡No sea usted ingenuo, es la respuesta más sencilla del mundo! ¿Acaso no es usted el ser más inteligente de este mundo? ¿Acaso le convocaron a esta reunión, de grandes genios y personalidades, en vano? ¡Responda a la pregunta de manera correcta y lárguese de aquí!
Pasó de largo al pupitre del Doctor F, quien repasó las preguntas una y otra vez en busca de algún error. Y recordó al general A, quien posiblemente, si había tenido el mismo examen, no había respondido de forma correcta ninguna de aquellas preguntas. No había forma de que una persona que solo pensaba en la guerra y en aniquilar al prójimo tuviese cabeza para pensar en Nanotecnología. Todo aquel examen era una falacia, excepto, la última pregunta, impresa en la última hoja, al final del examen, remarcada con tinta mucho más oscura que el resto.
Dos líneas en la parte baja finalizaban la prueba. Las indicaciones eran sumamente claras y, sin embargo, era tan simple y tan difícil al mismo tiempo.
Al fondo de la sala, emergió la voz del sinodal.
―¿Qué demonios está esperando, Doctor F? ¡Responda y lárguese a casa!
Molesto por la actitud el doctor, se levantó del asiento, pero en un movimiento poco concordante, el sinodal apareció tras él, haciéndole frente.
―Un hombre altivo, Doctor F. Su actitud es poco conocida. Me doy cuenta que trabajar bajo presión no es lo suyo. No haga tonterías, usted es el único que va a responder este examen de forma correcta y será “considerado” por el señor G.
―El señor G conoce mi trabajo, no necesita ponerme a prueba. Y lo que están haciendo…, lo que indican en este documento… es un…
Mencionar la palabra era simple, entender el concepto y el porqué de las cosas, arremetía su mente una y otra vez, hasta dejarlo sin habla. Volvió a recostarse en el pupitre y a leer la última pregunta. En un movimiento nada ortodoxo, amagó al sinodal haciendo que escribía en los renglones de ambas preguntas, le entregó el examen y corrió a la puerta de salida del aula. Atravesó el largo y oscuro pasillo y ahí, al frente, se encontró a un soldado que lo golpeó con la cacha de su arma en el rostro. Perdió el conocimiento al instante.
Nuevamente en el pupitre. El papel tenía una marca de sangre que le salía por la nariz. El sinodal lo observaba atentamente, su oscura mirada se clavaba en el alma del Doctor F.
―Presumen que usted es una persona muy inteligente, Doctor, pero lo que hizo no fue nada inteligente. Evadir la pregunta final de este examen no es una opción. Le recuerdo que el señor G es una persona que les está dando la oportunidad de mejorar. Lo que está sucediendo fuera de esta aula, Doctor F, no se compara con lo que viene. Pero no todos tendrán la misma suerte, por ello estamos trayendo a los mejores a realizar esta prueba; sabemos cuál será su respuesta, porque cada uno se encuentra ensimismado en su trabajo y actividades que han presentado ante esta nación y el mundo, y los necesitamos para que el mundo siga siendo un mundo mejor. Responda la última pregunta, Doctor. No le estoy pidiendo algo fuera del otro mundo, sólo responda lo que usted crea conveniente…
El sinodal, de pronto, se llevó la mano derecha a su barbilla. Algo en su mente comenzaba a dibujarse. El Doctor F tomó nuevamente la pluma e iba a responder la última pregunta, cuando el sinodal lentamente volteó para confrontar su ensangrentado y asustado rostro.
―Una familia. Usted está pensando en su familia… y por eso, de todos los candidatos, usted es el último en resolver el examen.
Soltó la pluma y rompió en llanto. El sinodal, con toda su frialdad, le dio la espalda y avanzó por el pasillo.
―Sólo firme y váyase. El mundo ya no es para familias.
Firmó. Entregó su examen. Esperó una respuesta por parte del sinodal, un golpe al rostro y que no le dejaran salir de aquellas ocultas instalaciones debajo de una maderería olvidada. El sinodal observó atentamente la última pregunta, sonrió y, con la mano derecha, le indicó al Doctor que podía irse.
Salió de aquel pasillo con la mano en el rostro para detener el ahora leve sangrado. Se rebuscó alguna fractura en la nariz, pero no había nada roto. Pasó la enorme puerta del lugar y, posterior a ello, encontró un traje robótico manipulado por un hombre, con la fuerza suficiente para levantar grandes objetos. Era un laboratorio enorme. Nunca supo que trabajó para una causa, negativa, pero al final, una causa por la humanidad. Se sentía triste por la situación, mas no había nada que hacer. Los camiones comenzaron a abandonar el lugar con enormes cargas de lo que ya era inminente.
El Doctor F subió al elevador y llegó al piso principal, donde subió unas escaleras de madera vieja que crujían con cada paso. Salió por la pesada cortina de la vieja maderería. Trastabilló en su salida y antes de caer al suelo, una mano le tendió su ayuda.
―¿Se encuentra bien, señor? Perdón no pude verlo, venía de prisa…
Al levantar la mirada, el doctor se perdió en los ojos lila de aquella chica. Pensó por un instante que aquello era parte de un mal sueño debido al estrés postexamen; mas, la mano presionaba fuertemente su brazo. Ella también se sentía agobiada de alguna forma.
―Perdón, señorita, debo irme.
Se libró de la presión que ejercía aquella mano fuerte. La chica intentó seguirlo, pero de pronto desapareció en un destello de luz lila. No olvidaría nunca aquellos ojos, era como observar un universo desconocido.
Llegó hasta su auto estacionado un par de calles atrás de la vieja maderería, y la pregunta final causó el estrago final, hasta llevarlo a restregar su rostro al volante y romper en llanto. Una última carta por jugar antes de que todo aquello terminara.
El plan iniciaría esa misma noche. El señor G y los más altos ejecutivos del mundo lo tenían planeado. Nada los detendría. Convocados a una reunión, por zonas en países, las personas más importantes a sobrevivir. Las preguntas de examen, de mero trámite.
Aquella última pregunta resonaba en su cabeza al momento de avanzar por la carretera una y otra vez: “Marque usted con nombre y firma, su estancia en el programa. Usted será objeto de protección por parte de este programa y nadie más podrá tener acceso a él. A todos a quienes conoce, están por su cuenta bajo este nuevo programa de renovación mundial. Indique nombre y firma si está de acuerdo. Caso contrario, indique a quién deja para protección. Sólo debe ser una persona”.
Rompió en llanto.
La armada llegaría hasta su hogar por su pequeña hija de cinco años. Su mujer no sabría siquiera qué sucedía. La pequeña, entre las sombras de un enorme bunker, desarrollaría su vida, sin familia, con un puñado de seres ocupados en sí mismos y en sobrevivir a aquella planeación.
Al pensar en ello, giró el volante con fuerza hacia la pendiente, y el auto, junto con el Doctor F, cayeron por aquella pendiente, rodando hasta el abismo.
Nadie lo escuchó. Posiblemente el plan habría comenzado. Debatiéndose en estertores, el Doctor F pensó que había hecho lo correcto. Él no valía nada sin su eterno conocimiento, no importaban sus calificaciones ahora, el mundo dejaría de ser el sitio donde él trabajó para la sociedad. Cerró sus pesados párpados, la vida le abandonaba lentamente, no sin antes, observar un destello púrpura elevándose al cielo, estallando.
Así iniciaba el plan…
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Revelación o El relojero >> Remedios Varo (16 de diciembre de 1908, Anglés, España – 8 de octubre de 1963, Ciudad de México).
Jezreel Fuentes Franco (Lord Crawen) nació el 29 de Junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional; desafortunadamente, su pasión por la literatura y la música lo lleva a formar parte del taller de creación literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán y del taller de creación literaria impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en 4 obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de “Literatura del horror” en el auditorio del centro cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante”. Actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.