Por Eleuterio Buenrostro
Una tarde de otubre, mientras escuchaba música flamenca y disfrutaba de un buen café, el escritor Gordiano Tauro recibió un encargo por parte de Brena Baily: dar vida a un objeto indescifrable, de forma circular, al que nombraban inútil. El disco tenía un corazón concéntrico y figuras grabadas sobre las caras. Ante la necesidad de develar el misterio, con tan poca información, en un arranque desesperado visitó al sol para solicitar su consejo. El astro rey le negó su sabiduría, mencionándole que por mucho tiempo había preferido los designios de la luna. Conocedor de que el rey era un bebedor compulsivo, decidió hacerle un obsequio para disuadir su espíritu negado. Haciéndose acompañar de su amiga la luna, en una noche de estrellas, realizó un destilado de Bacanora, al que le dedicó esmero y a las pocas semanas hubo de terminar.
Aunque la causa era difícil, Gordiano Tauro cargó con las garrafas e inició el viaje hacia el sol, calculando llegar en invierno, cuando el calor del astro era más soportable. Postrado, en su dominio, le entregó de propia mano la bebida, afirmándole que ni el diablo desistiría a tan gran deleite. El rey bebió y al cabo de las horas terminó botado sobre el firmamento, en modo automático, privado del ánimo que el día precisa, pero funcional en su labor. Gordiano aprovechó el momento para entrar a su máquina de sueños, buscando entre los objetos el correspondiente al que traía en encargo. Los estantes fueron puestos patas para arriba, hizo y deshizo, pero en ninguno halló, siquiera, el manual de uso.
El astro rey despertó cuando un nuevo día se hacía en América. Iracundo, al notar el desorden, encerró a Gordiano en la máquina de sueños misma, ordenándole que bebiera los asientos de las garrafas, con el mandato de no salir, hasta que descubriera el verdadero uso del disco circular. Acatando las órdenes, Gordiano bebió y buscó, pero las heces del destilado eran tan concentradas, que fue perdiendo la visión y el oído, hasta quedar temporalmente ciego y sordo. Entre tumbos y tientos siguió en la búsqueda, hasta que cansado y borracho, subió por las escaleras del núcleo y se tumbó en el borde de la fotosfera. En el sueño la luna fue eclipsando al sol y cuando el anillo de fuego fue visible, desde la tierra, el Perseguidor de Letras despertó exaltado: una idea había colmado su ímpetu.
Si no existía uso para el objeto, habría de hacerlo partícipe de utilidad. A tientas, entre los estantes rebuscados, se hizo de lo necesario y con sus manos de artesano, realizó, con un toque de refinamiento, un instrumento musical que ensalzaría, en los múltiples giros de la rueda, el sonido profano del alma. El rey sol se deleitó del proceso, y quedó impactado al ver el resultado final. Aquel objeto poseía la sustancia para generar entusiasmo, concibiendo su espíritu desde el sonido agudo del sistema nervioso y el grave del sanguíneo, y adosado, en perfección, a su alma de madera. A pesar de haber sido creado por hombres, y no dioses, excedía en misticismo desde su apariencia excéntrica.
Fue nombrado zanfoña, por el dador de energía, y siendo un ser que todo lo puede, inició a tocarlo ante el asombro de Gordiano, que recuperó la vista y el oído, y se vio ante el sol y su amiga la luna, disfrutando de aquel instante. La zanfoña es una figura tosca, por ser construida desde la ceguera, que conjunta el movimiento mecánico del objeto inútil, por medio de una manivela que produce el sonido frotado de cuerdas y el cambio de tonos, con la digitación de las teclas condicionadas a la gravedad. Ha persistido a generaciones y en el presente ensalza la sizigia entre cante y bailaora. Lo he visto en la pasión que imprime Pastora Galván, en el tablao. Es ella, poseída en flamenco, en la perfección que nos buscamos, como mortales, manipulados y en consonancia, desde la música.
Y esta historia la escuché desde el sol y la veo ahora desde la tierra, cada que toco la zanfoña, con los mismos ojos del ciego y sordo que fui. El consejo del astro rey ha sido certero desde entonces: hemos perdido la habilidad de develar nuevas historias en las potencias; el poder de ensalzar las incógnitas. La deificación ha silenciado ante nuestros oídos sordos. Nos conformamos con vivir en los misterios, sin darles voz, y en los ya cotidianos, como los ciclos del sol mismo, optamos, a veces, por no ver ni oír.
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IMAGEN
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Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.
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