Pocos años después de la recolonización de la tierra, mientras una sonda droniana hacía una expedición de rutina en busca de cuerpos acuíferos subterráneos, el mando civil poscolonial recibió un reporte de dicha sonda en el que se detallaba el hallazgo de una serie de estructuras que con una configuración inusual y constituidas de un material artificial no reconocido, sobresalían sobre la superficie del terreno en un erial situado a unos 32.17 klicks de la colonia Aliotheia Ursalina.
Cuando un equipo de humvees droneados se dirigió al sitio, el personal remoto en base pudo constatar a través de las opticams un descubrimiento inverosímil que produjo el júbilo y la fascinación de los expedicionarios; una zona arqueológica en perfectas condiciones se sostenía en pie y esplendorosa aún, a pesar de los mil doscientos años de radiaciones razorianas que antes habían devastado la superficie terrestre fulminando cualquier vestigio de civilización.
Los científicos atribuyeron el grado de conservación de las estructuras a una incomprensible teoría que hablaba de un vértice corpóreo provocado por el diámetro de la tierra, que promovió una diminuta zona muerta de radiación e impidió la desintegración razoriana de las partículas de los edificios en cuestión.
Un ejército de estudiosos y expertos se avocó sin descanso y con una devoción casi fanática a una multitud de tareas que pretendían restaurar las paredes de los edificios, descifrar los caracteres grabados en las mismas, desentrañar a qué posible civilización precaótica se le podría atribuir la autoría de tan bellas estructuras, edificar un teoría antropológica que explicara el simbolismo y la existencia de las mismas.
Pasaron muchos años, pero finalmente se logró; el día en que el Consulado Ursalino inauguró las fiestas de apertura del único parque arqueológico de todo el planeta tierra; el único testimonio de la existencia de la humanidad antes del caos razoriano, Kari Vintio Ursalino, presidente del Colegio de Antropólogos Ursalinos de la Humanidad, brindó un emotivo discurso en el que explicaba que la “ciudadela” de Amock fue construida por una milenaria cultura denominada mexicana y que era una interpretación de la cosmovisión humana del universo antes que se supiera nada del caos o de las ondas razorianas. Explicó la simbología de la estructura principal con forma circular en la que tres gajos de distintos colores (verde, blanco y rojo) representaban la dualidad del universo en la que todo converge y diverge en una fuerza estelar palpitante e itinerante; primero centrípeta y luego centrífuga. Aquel glifo era la representación multívoca del micro y macro cosmos en un solo emblema.
Los asistentes quedaron literalmente boquiabiertos con la gran indagación del historiador y antropólogo Kari Vintio, y llenos de orgullo iniciaron los rituales en los que coronaron de flores a todos los edificios, se tomaron de las manos haciendo un gran círculo humano en torno a las estructuras, entonaron canciones místicas y coros votivos, alzaron los brazos al cielo invocando al sol para que les llenara de energía astral a través de sus vestidos blancos.
Mil doscientos cincuenta y dos años antes, en ese mismo sitio las fuerzas gubernamentales de un país asolado por la pobreza y la corrupción perpetraron la masacre de dos mil quinientos veintitrés campesinos que se oponían a la construcción de un aeropuerto en sus tierras ejidales, mismas que les habían sido despojadas injustamente sin importarle a las fuerzas del Estado que fueran su único medio de sostén. Cuando el aeropuerto quedó terminado, como un bravucón recordatorio que parecía gritar insultante: “El estado soy yo y mi capricho es la ley”; el gobierno construyó una plaza cívica justo encima de las tumbas de los muertos; levantada con estructuras de plomo para que nada las destruyera, en el centro se erigió redonda y en tres gajos, la insignia del odiado gobernador y en lengua nativa, grabada en la piedra se leía la leyenda: “Mi Compromiso Es Contigo”, palabras a las que sólo las ondas razorianas quitaron su significado original.