Por Vladimir Espinosa Román
Tras ese primer choque o toma de contacto con el ambiente,
de que es testimonio el librito Cartones de Madrid, instalado ya con mi familia, aunque modestísimamente, en la calle de Torrijos, el recuerdo de las cosas lejanas, el sentirme olvidado por mi país y la nostalgia de mi alta meseta me llevaron a escribir la Visión de Anáhuac (1519).
En un devenir de recuerdos, lejanías y nostalgias, nuestro gran ensayista mexicano por excelencia, Alfonso Reyes, hace una remembranza de la antigua Ciudad de México, antes de ser devastada por los conquistadores. Como una especie de sueño histórico con imágenes poéticas, Alfonso Reyes describe la Anáhuac del ayer, la del 1519. Cogitabundo y reflexivo, cantando en prosa, Reyes consagra en su obra, una oda para nuestra cultura y para la esencia del mexicano. Y abre con la sentencia que ha ganado ya mucha fama: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”.[i] He aquí una excelsitud de una ciudad en medio de lagos y sobre los lagos sus pirámides imponentes: “La tierra de Anáhuac apenas reviste feracidad a la vecindad de los lagos. Pero, al través de los siglos, el hombre conseguirá desecar las aguas, trabajando como castor; y los colonos devastarán los bosques que rodean la morada humana, devolviendo al valle su carácter propio y terrible […]”.[ii]
Lamenta Reyes la pérdida de la original y antigua ciudad. ¿Por qué secar los preciosos lagos?, ¿por qué destruirla hasta convertirla en un lugar semidesértico con “su carácter propio y terrible”? pero la historia no puede ser cambiada. Y esta “visión” es una reivindicación de México, de su Anáhuac y su gente en la España madrileña de 1915, cuando Reyes fue diplomático. Pues Alfonso Reyes sabía que estaba mal entendida nuestra América: como una tierra de salvajes, donde el colonizador había sido el civilizador. Para desmentirlo se remite a las fuentes logrando un canto a la grandeza mexicana: “Lo nuestro, lo de Anáhuac, es cosa mejor y más tónica. Al menos, para los que gusten de tener a toda hora alerta la voluntad y el pensamiento claro”.[iii]
Significa que nuestra Anáhuac era sinónimo del pensamiento, de la inteligencia colectiva, de lo armonioso y no de lo salvaje y destructor como lo fue el conquistador. Así se diferencian dos mundos, el viejo y el nuevo, el medieval y el civilizado: “La llanura castellana sugiere pensamientos ascéticos: el valle de México, más bien pensamientos fáciles y sobrios. Lo que una gana en lo trágico, la otra en plástica rotundidad”.[iv]
No obstante a lo ocurrido después de la conquista, hemos creado una magna urbe única en el mundo, con su diversidad cultural gracias al trabajo constante. El español, el indígena y el mestizo han dado nuevos colores y sentidos a nuestra Anáhuac: “Tres razas han trabajado en ella, y casi tres civilizaciones —que poco hay de común entre el organismo virreinal y la prodigiosa ficción política que nos dio treinta años de paz augusta—”.[v]
Y al volver a la “visión” de la antigua ciudad, vemos un pueblo organizado, pacífico transitando por las calles, trabajando en medio de la majestuosidad de las pirámides y en el trueque, compra y venta de mercancías: “Las conversaciones se animan sin gritería: finos oídos tiene la raza, y, a veces, se habla en secreto. Óyense unos dulces chasquidos; fluyen las vocales, y las consonantes tienden a licuarse. La charla es una canturía gustosa”.[vi]
Porque el mexicano antiguo tiene en su lengua dos elementos: la flor y el canto, los cuales se convierten en un elemento único: la poesía. Nosotros los mexicanos somos poetas de nacimiento, porque la antigua lengua náhuatl, viva aún, es metáfora y poesía. La forma de comunicarse del mexicano siempre es poética, a diferencia de otras lenguas y otras culturas. Lo sagrado, el tianguis y el gobierno han hecho que viva Anáhuac desde los tiempos remotos hasta ahora: “Tres sitios concentran la vida de la ciudad: en toda ciudad normal otro tanto sucede. Uno es la casa de los dioses, otro el mercado, y el tercero el palacio del emperador. Por todas las colaciones y barrios aparecen templos, mercados y palacios menores. La triple unidad municipal se multiplica, bautizando con un mismo sello la metrópoli”.[vii]
Y entre tanta descripción sobresale una en el mercado, en el tianguis, que se muestra como una figura y metáfora del barro, las cerámicas mexicanas, el color de nuestra piel y la sensualidad con la sonrisa y las formas curveas de la mujer: “Entre las vasijas morenas se pierden los senos de la vendedora. Sus brazos corren por entre el barro como en su elemento nativo: forman asas a los jarrones y culebrean por los cuellos rojizos. Hay, en la cintura de las tinajas, unos vivos de negro y oro que recuerdan el collar ceñido a su garganta. Las anchas ollas parecen haberse sentado, como la india, con las rodillas pegadas y los pies paralelos”.[viii]
Esa bella comparación entre líneas que hace el poeta, ensayista y narrador, nuestro Alfonso Reyes. Entre la artesanía, las formas bien hechas de la vasija, los senos de la mujer mexicana como frutas típicas del continente, el color del barro y la cintura de las dos, la de la vasija y la de ella. Así, entre tanto culebreo de brazos y cuerpos, está el amor y la fecundidad de dos razas que dan una tercera, la de bronce, la vasconceliana.
Y como un sol, brilla en la cumbre imponente de la pirámide el emperador Moctezuma, como parte de la ciudad: “El emperador aparece, en las viejas crónicas, cual un fabuloso Midas cuyo trono reluciera tanto como el sol. Si hay poesía en América —ha podido decir el poeta—, ella está en el gran Moctezuma de la silla de oro”.[ix]
Como el oro codiciado era el poder y dominio del regidor de la gran ciudad, del gran valle de Anáhuac, Moctezuma, en poética belleza. Y por último, tenemos las flores, perfumadas, femeninas y gráciles, inspiración del poeta: “[…] el poeta, en pos del secreto natural, llega hasta el lecho mismo del valle. Estoy en un lecho de rosas, parece decirnos, y envuelvo mi alma en el arcoíris de las flores. Ellas cantan en torno suyo, y, verdaderamente, las rocas responden a los cantos de las corolas”.[x]
Por eso, en Visión de Anáhuac está un canto en honor de nosotros, de nuestra ciudad capital, de nuestra cultura y una reivindicación de las falsedades dichas en otras naciones y continentes. Además del canto está la poesía en la belleza de lo que somos y de lo que fue nuestra Anáhuac, y las flores son nuestra antigua palabra.
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REFERENCIA
Reyes, Alfonso, Obras completas II. Visión de Anáhuac, México, Fondo de Cultura Económica, 1956 (col. Letras Mexicanas).
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NOTAS
[i] Alfonso Reyes, Visión de Anáhuac, p.13.
ii] Ibid., p.14.
[iii] Ibid., p.16.
[iv] Ibid., p.15.
[v] Ibid., p.14.
[vi] Ibid., p.18.
[vii] Ibid., p.19.
[viii] Ibid., p.22.
[ix] Ibid., pp. 23-24.
[x] Ibid., p. 32.
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