TRAYECTORIA DE BOOMERAG — 5

por Liliana Fassi

“No cualquiera reconoce lo fina que es la línea que separa la persona que somos de la que podemos llegar a ser: desear quitarle la vida a alguien es hacer equilibrio sobre esa línea”.

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Octubre de 2022 / MARTES

Cuando Sandra Frías se retiró del despacho de la Fiscal, la asistente le dijo:

—Doctora, me informan que hay una joven que fue secretaria del Estudio Nájera-González y que necesita hablarle de algo importante. ¿Para qué día quiere que la cite?

—No, Sabrina, decile que espere. Llamá ahora al hijo mayor de Nájera.

Cuando el joven estuvo sentado frente a ella, la doctora pensó que era una copia exacta de su padre, unos treinta años más joven. Tenía los mismos ojos verdes y la nariz respingada; no podía decirse que fuera atractivo, pero sí que tenía una expresión afable.

—Yo vivo en el sur. Vine unos días… tengo vacaciones antes de que empiece la temporada fuerte de turismo, soy guía para los principiantes que escalan las montañas menos dificultosas. La verdad, tenía ganas de ver a mi madre y a mi hermano y justo viene a pasar esto…

—Tengo entendido que no se aloja en la casa de sus padres.

—No, la verdad es que yo no tenía relación con mi padre. Mejor dicho, él no quería tenerla conmigo.

—¿Por qué?

—Él nunca respetó mi decisión de no… decía que yo soy una decepción. Quería que yo sea abogado igual que él. Decía que ser guía de turismo es para un vago que no tiene ganas de estudiar ni trabajar, que me lo iba a pasar todo el día como un vagabundo. Él no quería entender que lo mío también es una profesión digna y un trabajo como cualquiera, aunque no salgo en la televisión como él…

—Por lo que sé, usted tiene una hermana que reside fuera del país…

—Jésica. Sí, ella vive en España, es bióloga marina y fue siempre la preferida de él. A ella nunca le pegó, pero también le hacía la vida imposible, que las salidas, que los amigos, que con los pantalones muy ajustados, que con las polleras muy cortas, que con el maquillaje que usaba parecía una prostituta y que no se quejara si alguien se quería propasar con ella, que los novios que tenía no eran tipos confiables, que la buscaban nada más que para acostarse con ella, que él sabía lo que le decía… por eso Jésica se fue… la verdad, yo no sé cómo Federico sigue viviendo en la casa. A él sí que se la hace pasar mal, lo tortura, aunque hasta que no termine la carrera tiene que soportar…

—¿Qué quiere decir con eso?

—Lo humilla, es hiriente y cuando sale en defensa de mamá… hasta llegó a decirle que no era quién para decirle nada porque no era hijo suyo, como mi hermano tiene el pelo y el color de ojos de mamá…

Después de un breve silencio, dijo:

—Todos tomamos nuestras decisiones y tenemos que vivir con eso. Jésica y yo nos fuimos y pasamos todos estos años separados. Mamá eligió quedarse con él y tuvo una vida miserable.

—¿Dónde estaba usted el sábado a la noche?

—En el hotel. Había estado almorzando con mi madre. Él no estaba y fue un alivio. Después llegó y arruinó la tarde.

***

SÁBADO DE LA FIESTA

—¡Bueno! ¡Parece que apareció el hijo pródigo!

—Hola, papá.

Nájera miró a su mujer y le dijo:

—¿Tu visita te dejó tiempo para tenerme lista la ropa para la fiesta? Te dejé dicho que me plancharas la camisa celeste.

—Sí, Roberto. Tenés todo listo arriba de la cama.

—¿Los zapatos están lustrados?

—Sí, también, ya te dije que tenés todo preparado.

—Y vos, ¿cuándo llegaste? —le preguntó a su hijo—. Podrías haber saludado a tu padre, pero claro, ¿para qué…?

***

MARTES

—¿Su padre golpeaba a su madre? ¿Los golpeaba con frecuencia a ustedes?

—Bueno… él solía… muchas veces se descontrolaba con mamá y con nosotros. Con Federico y conmigo… a Jésica nunca…

—¿Y qué ocurrió el sábado?

—Le digo la verdad, doctora, a mí me hervía la sangre de ver cómo la trataba, pero preferí irme, porque sabía que si intervenía se iba a desquitar con ella como hizo muchas veces —el joven hizo un silencio y continuó—: así que me fui al hotel, me acosté a ver una película en la televisión y me quedé dormido. No pensaba salir a cenar, pero cerca de la medianoche llegó mi hermano. Fuimos juntos a tomar unas cervezas y comer una pizza y nos quedamos charlando hasta la madrugada y después pasamos el domingo juntos. Estuvimos hablando mucho…

—¿De qué hablaron?

—Un poco de todo: de sus estudios, de mi trabajo, de Jésica… —pareció que quería agregar algo.

—¿Sí?

—Bueno, de la vida que llevan él y mamá, es tan injusto… les hacía pasar un infierno, él era una mala persona, capaz de cualquier cosa, aunque ahora las cosas van a cambiar, me imagino.

—¿Dónde pasaron el domingo usted y su hermano?

—Por ahí… caminando por la costanera, en un bar… ni nos fijábamos por dónde andábamos…

—¿Me está diciendo que estuvieron juntos toda la noche del sábado y el domingo hasta el atardecer?

—Doctora, teníamos tantas ganas de estar juntos, como cuando éramos chicos. Bueno, Federico es nueve años más chico que yo, pero siempre nos llevamos bien. Compramos algo para comer y nos sentamos en la costanera… dimos una vuelta por el shopping, caminamos…

—¿A qué hora se separaron?

—Como a las seis de la tarde. Yo pensaba de ir juntos a ver a mamá, pero la verdad es que después pensé que él iba a estar ahí pavoneándose de cómo lo habían admirado en la fiesta. Él buscaba eso, se sentía superior al resto de la humanidad. Entonces pensé en llamarla para que fuéramos juntos a tomar un café y despedirnos hasta la próxima vez que yo venga, pero también me imaginé que él iba a hacer un escándalo si lo sabía. Entonces me pareció de encontrarme con mamá ayer a la mañana cuando él ya estuviera en el estudio, pero nos avisaron…

—¿Qué hizo cuando su hermano se fue?

—Me quedé en el hotel y me puse a armar la valija, tengo vuelo hoy, bueno, si es que puedo irme, con todo esto… no sé si mamá pensará velarlo o qué…

—¿Usted estuvo presente cuando su madre se cayó?

—¿Se cayó? No, no me dijo nada. Bueno… ahora ya no se va a caer más…

—¿Usted sabe disparar armas de fuego?

—Algo… nunca tuve buena puntería. Además, no tengo armas ni me interesan.

—Por ahora, esto es todo, pero tendrá que postergar su vuelo.

***

Si Jonathan Nájera tenía los rasgos de su padre, Federico había heredado los ojos marrones y el cabello lacio de Sandra Frías. Sus palabras fueron todavía más duras que las de su hermano.

—Mi padre nunca nos entendió ni nos respetó, le era más fácil darnos una trompada que hablar, siempre fue así, por eso mi hermana se fue a España. A ella no le pegaba, porque era la preferida. Mi madre siempre le decía que por qué era así con nosotros, los varones, y él le decía que los hombres se hacen a golpes. No sé si a él lo criaron de esa forma, yo no conocí a mi abuelo, aunque una vez lo escuché contar que el padre lo defendía frente a los demás, pero que en la casa lo molía a palos.

—Entonces, ¿la relación con usted fue violenta desde la infancia?

—Hace tiempo que casi no nos hablamos. No veo la hora de terminar de estudiar para irme de casa. No sé cómo mi madre lo sigue defendiendo, no quiere ver lo que es él… bueno, aunque ahora que no va a estar más podremos vivir tranquilos…

A la Fiscal no le pasó desapercibido el tono indiferente de Federico.

—¿Usted sabía que su padre tenía un arma de fuego?

—Sí, la llevaba siempre abajo del asiento del auto. Por algo habrá sido; debe haber tenido miedo de que le pasara algo como esto.

—¿Usted sabe disparar?

—Si lo que intenta saber, doctora, es si yo maté a mi padre, la respuesta es no. Como futuro médico, ¿cómo voy a quitar una vida?

—¿Dónde estuvo usted el sábado a la noche?

—En la casa de un compañero desde la mañana temprano. El miércoles tenemos un examen de Fisiología y lo estuvimos preparando entre varios. Si usted quiere, le puedo dar los datos de ellos.

—Sí, déselos a mi asistente antes de irse. ¿Qué hizo después de esa hora?

—A eso de las 23.00 hrs. me fui a ver a Jonathan para proponerle salir un rato y charlar. Nos vemos tan poco… fuimos a comer pizza y tomar una cerveza.

—¿Hasta qué hora estuvieron juntos?

—Bueno… pasamos toda la noche, hasta la tardecita del domingo, que me fui y él se quedó. Primero iba a ir conmigo, pero después lo pensó mejor y decidió que no.

—¿Dónde estuvieron durante todo ese tiempo?

—Por ahí, andando…

—¿Por ahí…?

—Fuimos al shopping… el domingo hicimos un picnic en la costanera, como cuando éramos chicos y estábamos los tres.

—¿Ustedes sabían dónde estaría su padre el sábado a la noche?

—Sabíamos que tenía una fiesta o una reunión, algo así, no nos interesaba.

—Cuando regresó a su casa, ¿su madre estaba ahí?

—Sí, estaba medio dormida. Me pareció que no se había levantado en todo el día. Yo me fui a dormir directamente, estaba muy cansado. El fin de semana estuvo intenso.

Continuará…

***

CAPÍTULOS

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IMAGEN

Saturno devorando a su hijo >> Pedro Pablo Rubens., Alemania 1577-1640.

Liliana Fassi reside en Villa María (Córdoba, Argentina). Es Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba, Argentina). Entre los años 2010 y 2018 publicó tres libros que recrean, con entrevistas y ficciones, la historia de la inmigración llegada a su país entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Participó en diez antologías de cuentos editadas por instituciones culturales de Argentina y de Uruguay y recibió numerosos premios y menciones en ambos países. En 2023 tres de sus obras integraron una antología editada por la revista mexicana Sombra del Aire. Colabora con revistas digitales de Argentina, Canadá, Guatemala, México, Colombia, Ecuador y España. Es correctora de textos y fue prologuista de libros de autores de las provincias de Córdoba y de Buenos Aires. Actualmente, su obra aborda un amplio abanico de temas relacionados con la condición humana.

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