“Él creía que se podía llevar el mundo por delante, que podía hacer cualquier cosa, decir cualquier cosa, pero todo lo que va, vuelve…”.
Octubre de 2022 / MARTES
La única concesión a los cánones de la decoración moderna en el despacho de la Fiscal Farina era un sillón esquinero con dos mantas con dibujos étnicos y una mesa de apoyo de madera clara, sobre la que había unas macetas con cactus. El resto tenía la austeridad de los despachos judiciales: un escritorio de roble oscuro, sillas a juego y, detrás del asiento de la Fiscal, dos estantes con gruesos tomos encuadernados con cuero marrón. Frente a la puerta, una ventana fija dejaba entrar el sol durante la mañana.
La primera en llegar a la Fiscalía fue Camila, la joven que había encontrado el cuerpo. La doctora Farina pensó que era demasiado delgada para pasear a perros de tamaño mayor al de un caniche. Con el cabello rojizo despeinado y pecas en las mejillas, aparentaba unos 17 o 18 años; sin embargo, tenía 22. La Fiscal le hizo saber que, al ser mayor de edad, su llamado a la policía era considerado una denuncia que iniciaría una investigación criminal. El nerviosismo de la joven la impulsó a tutearla; a veces, sabía ser empática.
—Los lunes a la mañana me toca pasear a Sansón y Dalila, usted vio que hay dueños ridículos con los nombres que le ponen a las mascotas. Ayer entramos al parque y los dos se pusieron como locos, empezaron a ladrar y a tironear para ese lado ¿vio? Como los caniches son histéricos pensé que habían olido algún bicho o una basura o algo, pero no los podía calmar y después vi el Audi y a ese hombre…
Se puso pálida y comenzó a temblar.
—¿Querés tomarte unos minutos? —preguntó la doctora Farina—. ¿Un vaso de agua?
—No, gracias… me da asco acordarme… la sangre… con los ojos abiertos me parecía que me miraba a mí…
—Tranquila, tenemos tiempo.
—No, está bien. Vi a ese hombre tirado al lado del auto, fue horrible, no me lo puedo sacar de la cabeza. Yo veo un montón de series policiales y me encantan ¿vio? Me gustan esas historias donde hay un crimen y empiezan a investigar con aparatos raros y buscan sospechosos en una base de datos y todo lo demás y al final siempre encuentran a los culpables, pero nunca me imaginé que me iba a tocar a mí. Después me acordé que el que encuentra un muerto avisa enseguida a la policía y llamé. Hice bien, ¿no?
—Claro que sí, Camila, y, si estás tan familiarizada con este tipo de historias, sabrás que no se debe tocar nada. ¿Vos lo hiciste?
—No, doctora. Eso también lo tengo bien aprendido —sonrió por primera vez—. Y a los perros tampoco los dejé acercar, se quedaron al lado mío ladrando y saltando frenéticos.
—Has aprendido bien, entonces. Está bien, Camila. Podés irte, y seguramente sabrás que si te acordás de alguna otra cosa te podés comunicar con mi asistente y contarle lo que sea, aunque te parezca algo sin importancia. Todo es valioso en estos casos.
*
Cuando Camila se retiró, la Fiscal recibió a la esposa del abogado asesinado.
Frente a ella se sentó una mujer delgada, con el cabello lacio y negro que contrastaba con su palidez. En la mano izquierda lucía un anillo idéntico al que llevaba su marido cuando lo encontraron.
—Señora, ante todo, le doy mi pésame y me disculpo por convocarla en un momento muy difícil para ustedes, pero con cuanta mayor rapidez sepamos lo que pasó, más rápido se resolverá el caso y ustedes podrán hacer su duelo como necesitan.
—Sí, entiendo —dijo Sandra.
—Antes de comenzar, es mi deber informarle que su declaración será registrada en un video.
—Entiendo.
—Para que conste en Actas, ¿puede decir sus datos filiatorios y el parentesco que la unía con el doctor Nájera?
—Soy la esposa, Sandra Frías. Soy Licenciada en Kinesiología y estoy ejerciendo hasta jubilarme el año que viene. No puedo creer lo que pasó —dijo, conteniendo el llanto—. Era un buen hombre. No se merecía esto… era un poco impulsivo, a veces le costaba controlarse, pero nunca tomó alcohol ni fumó y a los chicos les inculcó de hacer una vida sana. Por eso nos salieron tan buenos, nunca nos dieron problemas… Roberto hacía deportes, no grupales, dejó de jugar al básquet a pesar de que era excelente, porque tenía miedo de que le golpearan la cara; iba al gimnasio; salía a correr por el parque… —los ojos se le dilataron con una expresión que era una mezcla de sorpresa y miedo— por el parque donde lo mataron… ¿Habrá sido alguien que sabía…?
La Fiscal cortó la verborragia de la mujer:
—¿A usted no le sorprendió que no volviera a su casa el domingo?
—Bueno…, no, ya le digo, no era la primera vez. Acostumbra… acostumbraba a salir con sus amigos y no volver, así que yo estaba tranquila. No me avisaba, yo ya sabía que era así. Y no es que tuviera otra mujer, estoy segura de que nunca, jamás me engañó.
—¿Pero usted no pensó que podía haberle pasado algo?
—No, como le decía, él a veces salía los sábados y no volvía hasta el domingo.
—¿Cómo era su marido con usted y con sus hijos?
—Nunca quiso que tuviéramos animales en la casa. A los chicos les hubiera gustado tener un perro, pero él decía que para tener animales había que cuidarlos y que los chicos no se iban a encargar y que nosotros dos trabajábamos y no íbamos a poder atenderlos.
—Vuelvo a preguntarle, ¿cómo era él con ustedes?
A pesar del calor atípico para octubre, Sandra Frías tenía una remera con mangas largas que estiraba mientras hablaba, hasta casi cubrirse las manos. Cuando la Fiscal hizo esa pregunta, la mujer cruzó los brazos sobre el pecho.
—A veces me levantaba la voz, discutíamos, pero nada que no le pase a otras parejas. Yo tengo pacientes que suelen contarme cosas…
—¿Alguna vez su marido la golpeó?
—No, bueno, una o dos veces me dio una cachetada, nada del otro mundo, y la verdad es que yo me la había buscado, pero no fue más que eso.
—¿No cree que eso puede considerarse como maltrato?
—¡Claro que no! Nunca me lastimó, no es como otras mujeres que sí están en peligro. Yo jamás le tuve miedo. Él siempre se preocupaba por mí, quería que hiciera dieta para que no se me deformara el cuerpo, me pagaba el gimnasio porque decía que así no iba a tener excusas para no hacer nada… ¿Sabe? Una vez me trajo un turno para ver a un cirujano que me hiciera una lipoaspiración en la panza…, con los años los tejidos se van cayendo, él siempre me tenía en cuenta para todo, decía que su mujer tenía que verse hermosa —se cubrió el rostro con las manos y empezó a llorar—. No sé qué voy a hacer ahora…
La asistente de la Fiscal le acercó una caja de pañuelos de papel.
—¿Usted tenía un turno con un cirujano plástico para el viernes de esta semana?
—No… ¿por qué me pregunta eso?
—Señora Frías —dijo la Fiscal—, ¿qué hizo su marido cuando recibió la invitación para la fiesta?
—Se puso tan contento…, empezó a hablar de eso todo el tiempo y a recordar cosas de cuando iba al secundario. Dijo que a algunos no los había visto más, como a un rengo que mencionaba siempre. Yo nunca llegué a saber el nombre, él le decía siempre así: “el Rengo”. Le entusiasmaba la idea de encontrarlos a todos, saber qué había sido de la vida de cada uno. Él se sentía orgulloso de su éxito profesional, de haber logrado lo que ambicionaba. Estaba seguro de que todos lo habían visto en la televisión aunque sea una vez. Empezó a planear qué ropa se iba a poner, si se tenía que comprar un traje nuevo, aunque tiene no sé cuántos, usted se debe imaginar…
—¿Es posible que, dada su profesión, haya alguien que tenga un motivo para matarlo? ¿Un ajuste de cuentas? ¿Una venganza relacionada con un caso en el que haya intervenido?
—No, no sé… Roberto nunca me contaba nada de su trabajo, yo me enteraba de lo suyo por los noticieros. Sé que defendió gratis a mucha gente, él era generoso con los que no podían pagar un abogado y creía que se cometían injusticias. Una vez fue un caso de gatillo fácil, un policía que mató a un ladrón por la espalda y el otro fue justamente al revés, al asesino de un policía. Hubo otros, pero esos dos fueron los más resonantes, seguro que usted se acuerda, lo pasaron durante semanas en todos los canales. Él no me lo dijo, seguramente porque no quería preocuparme, pero me enteré que recibió amenazas, pero ya hace como cuatro o cinco años, no creo que alguien espere tanto tiempo… ¿usted cree que pudo ser por eso?
—¿Su marido poseía armas de fuego?
—Bueno… hace unos meses, no sé, dos o tres… o en el verano, le robaron una. Él siempre la llevaba en el auto porque decía que uno nunca sabe lo que puede pasar. Por supuesto que no la recuperó nunca, ni las demás cosas que le robaron, entonces compró otra, no sé si pistola, revólver o qué, yo no las reconozco, y lo seguía llevando en el auto.
—¿En qué circunstancias le robaron el arma?
—Fue algo raro: ese día él viajó a la capital, no sé para qué. Dijo que no demoró más de media hora, que no valía la pena guardar el auto en una cochera. Cuando volvió encontró que la puerta del conductor estaba abierta y le faltaba el arma y unas prendas de vestir que había comprado. Lo raro fue que no habían roto la cerradura ni había sonado la alarma del coche.
—¿Él denunció el hecho?
—Sí, decía que sobre todo por el arma, porque la tenía a nombre de él.
—¿Usted sabe disparar?
—No, nunca aprendí. Bueno… me hubiera gustado, pero me dan miedo las armas. Uno escucha tantas cosas que pasan…
—¿Dónde estuvo usted el sábado a la noche, señora Frías?
—Bueno… salí a comer con unas amigas, pero me fui temprano porque a la tarde me había caído y me dolía todo el cuerpo, todavía me duele, así que me tomé un analgésico y me fui a la cama. Me vivo cayendo…
*
Octubre de 2022 / SÁBADO
—¡Sandra, al final viniste! Ya casi no te contábamos.
—Sí, chicas, por poco no vengo. Por suerte el antiinflamatorio que me tomé me hizo efecto. Hoy me caí de nuevo y me dolía todo el cuerpo. Digan que soy kinesióloga y me doy cuenta si tengo algún hueso roto…
Sus amigas la miraron, preocupadas.
—Sandra, te volvió a pegar.
—¡Chicas, terminen con eso de una vez! Roberto nunca me pegó…, no sé de dónde sacaron esa idea…
—Sandra…
—Lo que pasó fue que cuando lo estaba ayudando a buscar unos zapatos en la parte de arriba del vestidor me resbalé. Tuve suerte de no quebrarme. Y él se llevó un susto, ¡pobre!, quería llevarme a una guardia…
—¡Ay, Sandra! ¿Cuándo vas a reconocer que tu marido…?
—Vamos, chicas, —interrumpió a su amiga— no dejemos que las pizzas se enfríen. Yo quiero la de ananá y cerezas, para empezar. Y no me persigan más con cosas que no son. Mimí, contá cómo van los preparativos para el casamiento de tu hijo. ¡Era hora de que se decidieran! Quiero saber todo antes de irme, no me voy a quedar mucho.
—¿Por qué? ¿Qué apuro tenés? Tu marido no está y no sabés a qué hora va a volver. Aprovechá y disfrutá de esta noche.
—Seguro que no va a volver…, mañana se pasará el día contando cómo lo felicitaron por los casos que ganó y por un montón de cosas, pero ahora me quiero acostar temprano, el calmante me da somnolencia.
*
MARTES
—¿Qué hizo usted el domingo, cuando vio que su esposo no llegaba? —preguntó la Fiscal.
—El calmante siempre me hace dormir profundamente. Cuando me desperté y vi que Roberto no había llegado no me sorprendió, como ya le dije. Aproveché para quedarme en la cama.
—Tengo entendido que hay un hijo que vive con ustedes. ¿Él estaba en la casa?
—Federico, el más chico, es mucho más chico que los otros, fue… no planeado, llegó así, después de nueve años, pero con Roberto estábamos tan contentos de tener otro hijo…
—Señora, ¿dónde estaba su hijo el sábado?
—Bueno, Federico se fue el sábado a la mañana temprano a preparar un examen con unos compañeros. Él estudia medicina, va a ser cirujano, ¿sabe? Tiene unas notas sobresalientes. Es inteligente como el padre… A Roberto lo envidiaban por su capacidad, varias veces me dijo que podría haber sido abanderado en el secundario pero que los profesores no lo querían y que por eso no lo eligieron…
—¿Por qué no lo querían?
—Bueno, justamente por eso. Tenía tanta capacidad que, lógicamente, iba muy por delante de los demás y los profesores no tenían ganas de esforzarse con un alumno así.
—¿Cuándo regresó Federico a su casa?
—El domingo a la tardecita. Con los compañeros estuvieron estudiando todo el fin de semana.
—Hábleme de su otro hijo —dijo la doctora Farina.
—Jonathan, el más grande, es un bohemio…, vino a pasar unos días, él está en el sur —el llanto volvió a interrumpir su discurso—. Disculpe, es que todavía no puedo creer que haya pasado esto… El sábado Jonathan estuvo desde la mañana conmigo. A la tarde llegó Roberto y me pidió que lo ayudara a prepararse para la noche, así que mi hijo se fue a su hotel…
—¿Él está en un hotel? ¿Por qué?
—Bueno… Jonathan, siempre que viene se queda en un hotel… es mejor así…
—¿No acaba de decirme que sus hijos nunca les dieron problemas?
—Bueno, a veces se enfrentan con el padre, así que para que no haya algún… una gue… una discusión, prefiere no quedarse en casa…
—Entonces, ¿el sábado su hijo mayor almorzó con usted y estuvieron juntos hasta la tarde, cuando llegó su marido?
—Sí, doctora.
—Usted me dice que el sábado a la noche salió con sus amigas. ¿A qué hora volvió a su casa?
—Y… habrán sido eso de las 02.00 o 02.30 hrs. Me acosté y con el calmante me quedé dormida. Aproveché que el domingo estaba sola y me quedé en la cama todo el día, mirando televisión y dormitando.
—¿Durante todo el día?
—Sí, hasta que llegó Federico, a la tardecita.
—¿Él estuvo hasta esa hora estudiando con sus amigos? ¿Desde el sábado a la mañana?
—Me imagino que sí, no le pregunté. Llegó con los libros y la notebook. Tenía cara de cansado, con los ojos enrojecidos como de no haber dormido. Se fue a la cama sin comer…
—¿Cómo supieron de la muerte de su marido?
—¡Fue horrible! ¡No quiero ni acordarme! Un amigo de Federico lo vio en Instagram y le avisó. Ayer estuvimos los tres juntos todo el día, no podíamos creer que la policía no nos haya avisado antes de que saliera así publicado… Hoy en día en las redes todo se sabe así… Después me llamó un policía y me dijo que usted nos esperaba hoy.
—Señora Frías, tienen una hija que está fuera del país, ¿verdad?
—Sí, Jésica. Está en España hace cinco años. Es bióloga marina. Con Roberto estamos orgullosos de ella. Trabaja en un Centro que investiga sobre la conservación del medioambiente marino. No sé explicarle mucho…
—¿Por qué su hija se fue del país?
—A ella siempre le gustó leer sobre los animales, desde chiquita me hacía comprarle libros sobre toda clase de animales, pero más que nada ballenas…, sabía la diferencia entre la orca y la ballena azul y…
—Señora Frías, ¿por qué su hija decidió irse?
—Bueno… cuando se recibió trabajó un tiempo acá en lo que encontraba y mientras tanto buscaba lugares donde ir y encontró ese Instituto en Barcelona. Se fue a probar suerte. Estaba muy emocionada cuando la aceptaron.
—¿Cómo reaccionaron ustedes cuando ella se fue?
—Yo estaba contenta… a mí me hubiera gustado viajar, conocer el mundo, trabajar en tantas cosas, pero me embaracé de Jonathan y ya no…
—¿Qué dijo su marido cuando ella se fue?
—Bueno… Roberto, para él fue como un shock, le dolió mucho… la extraña, él la adora… la adoraba…
Cuando se cubrió la cara con las manos, las mangas de la remera se levantaron unos centímetros y la Fiscal pudo ver dos marcas azuladas en las muñecas de la mujer.
—Los chicos ya le avisaron lo que pasó…, ella no va a poder venir, por su trabajo no puede, pero prometió que todos los días vamos a hacer una videollamada entre los cuatro.
—¿Cómo era el contacto que mantenían hasta ahora?
—Bueno, las hacíamos siempre, pero los chicos preferían comunicarnos cuando Roberto no estaba.
—Señora, ¿su marido tenía un seguro de vida?
Sandra Frías se quedó en silencio, mirando a la doctora a los ojos. Su palidez se tiñó de rojo cuando dijo:
—Pero… pero… ¿por qué me pregunta eso? ¿Sospecha de nosotros?
—Usted responda sólo a la pregunta que le hice.
—No, nosotros jamás… yo… ¿cómo puede pensar que…?
—Señora, es una pregunta muy simple.
—No sé. Si lo tenía, nunca me dijo, pero usted no puede pensar… yo digo de poner un abogado para que ayude a encontrar al culpable, pero los chicos dicen que no…, se pusieron de acuerdo con Jésica y ninguno de los tres me apoya…
—¿Por qué usted piensa en poner un abogado? —preguntó la doctora Farina.
—Es que no podemos estar así, sin saber quién le pudo haber hecho esto. ¿Usted no puede adelantarme algo, decirme…?
—Señora, por ahora esto es todo, pero manténgase disponible. Posiblemente vuelva a llamarla.
Continúa…
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CAPÍTULOS
Trayectoria de boomerang 3
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El bosque 14 >> Técnica mixta sobre papel, 2016 >> Alias Torlonio
Liliana Fassi reside en Villa María (Córdoba, Argentina). Es Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba, Argentina). Entre los años 2010 y 2018 publicó tres libros que recrean, con entrevistas y ficciones, la historia de la inmigración llegada a su país entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Participó en diez antologías de cuentos editadas por instituciones culturales de Argentina y de Uruguay y recibió numerosos premios y menciones en ambos países. En 2023 tres de sus obras integraron una antología editada por la revista mexicana Sombra del Aire. Colabora con revistas digitales de Argentina, Canadá, Guatemala, México, Colombia, Ecuador y España. Es correctora de textos y fue prologuista de libros de autores de las provincias de Córdoba y de Buenos Aires. Actualmente, su obra aborda un amplio abanico de temas relacionados con la condición humana.