ALAS ROTAS

por La Rosa de Plata

Sostuve al colibrí una tarde de enero.

El rosa teñía el lienzo que era el firmamento.

La luz del día que se despedía se asomaba entre las nubes.

Lo encontré en las espinas del rosal. Nos calentaban los rayos del sol que todavía nos alcanzaban, y el viento soplaba en las hojas de los árboles, en mi rostro y en sus alas lastimadas, aunque no con la suficiente intensidad para ayudarlo a elevarse.

Los tonos de azul en su cuerpo se asimilaban a aquellos que refleja el mar cuando está en calma y cuando se agita por la tormenta; la gama de verdes en su pecho me recordaba al más puro color de la hierba en primavera; y el matiz de violeta en sus alas me trasladaba a un campo de lavanda.

La sensación de sus plumas sobre mi piel era única.

Me provocaba un cosquilleo curioso, sutil.

Lo cobijé tratando de que sintiera mi calidez, los latidos de su pequeño corazón retumbaban en mis manos. Estaba convencida de que no volvería a surcar los cielos, cruzó por mi mente todo lo que haría para mantenerlo seguro. ¿Cómo evitar que sintiera el dolor de su herida?

Mientras lo observaba, hechizada por su belleza e inmersa en mis reflexiones, la caricia del céfiro invernal impactó contra sus alas y levantó el vuelo. Fue alzado sobre el jardín, tan alto que me fue imposible sujetarlo una vez más para protegerlo.

Su volar era torpe, mas esperanzado.

Me quedé ahí abajo, admirando su osadía.

Me pregunté si yo, aún rota, también podría volver a volar.

Una vez que la ráfaga cesó, pude verlo aleteando con fuerza. A pesar de su sufrimiento, luchaba por mantenerse flotando…, pero no era suficiente. ¿Acaso alguna vez lo era?

Comenzó a descender con rapidez. Yo le auguraba un fuerte impacto, mortal contra el frío concreto, lamenté prematuramente su lúgubre final.

Mi presagio estaba equivocado.

Me maravilló lo que contemplé enseguida.

Otra ave, idéntica a la criatura que acababa de sostener tan cerca de mi pecho, se le unió, dándole apoyo donde se encontraba su ala lastimada. Ambas danzaron por el aire, como si la bóveda celeste se volviera su pista de baile, el éter cual escenario para su danza celestial.

Me pregunté si yo, aún lastimada, volvería a confiar en que alguien me atraparía si estuviera por caer.

Entonces lo comprendí, mi refugio no había sido más que una jaula hecha de buenas intenciones, una prisión que pretendía mantenerlo a salvo y sólo lo había privado de buscar su libertad.

Su volar seguía siendo inestable, vacilante, pero juntos, consiguieron marcharse. No pasó mucho tiempo antes de que se perdieran en el horizonte, esa puerta hacia el edén, justo antes de que cayera la noche y la luna tomara su lugar para hacerme saber que estaba en lo correcto.

Me pregunté si yo, así como aquel colibrí, lograría alguna vez fundirme con los colores del atardecer.

Aun hoy, de vez en cuando, miro por mi ventana con la esperanza de verlo una vez más, así como se espera el reencuentro de un viejo amigo, así como si presintiera que regresará a susurrarme un mensaje traído del lugar a donde quiera que haya ido, así como anhelando que su regreso guíe mi camino.

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Sabia adentro >> Óleo >> Rafael Galdamez

La Rosa de Plata, Ana Karla Carrera Herrasti nació el 19 de diciembre de 1994 en el Estado de México. Con apenas seis años, encontró en la escritura su llamado y la mejor forma de liberar sentimientos atrapados. Con el tiempo, descubrió que le apasionaban los idiomas, así que se dedicó a perfeccionar su lengua materna y a aprender otras lenguas. Actualmente, es licenciada en idiomas, tiene diez años de experiencia como profesora de inglés y ha tomado distintos cursos de traducción y corrección de textos. Debido a su amor por la literatura e influencia de Khalil Gibran, Edgar Allan Poe, entre otros autores, ha escrito poemas, historias de terror, fantasía y relatos eróticos bajo el pseudónimo de La Rosa de Plata, muchos de los cuales fueron seleccionados en concursos para ser publicados. Hoy en día, busca entrar al mundo editorial y se prepara para publicar su primer libro independiente.

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