Por Antonio Rangel
Quisiera comenzar desde cero, lo cual, en mi opinión, es una arbitrariedad y un peligro, pues al cero yo me lo imagino como un agujero negro que se traga las ideas lógicas y las transporta a una dimensión irracional. La gente suele decir “comencemos desde cero” como si tal cosa fuera simple, como si no hubiera una infinidad de números negativos menores que cero, o en otro sentido, anteriores.
Acaso empezar de cero, desde el punto de vista narrativo, sería como iniciar in media res. Porque si nos paramos a pensar seriamente en qué momento comienza una historia, es decir, si pensamos con obsesión enfermiza que para cualquier hecho narrado hubo un hecho anterior y que para cualquier personaje hubo un antes, quizá vislumbremos que toda narración da pie para concebir un conjunto infinito de hechos, aunque por obvias razones, sólo una pequeña porción pueda ser contada.
Acaso debo aclarar una obviedad: una novela tiene un conjunto limitado de páginas, pero la ficción que ella sugiere tiende a infinito. Hay secuelas y precuelas, recreaciones y adaptaciones, reconfiguraciones y representaciones diversas de una obra literaria. Podríamos ejemplificar con La Ilíada, con El señor de los anillos o con cualquier otra obra. Si alguien me pidiera que le platicara cuál es la trama de alguna de esas obras, honestamente no sabría por dónde empezar. Sólo tengo claro que no podría ser desde cero.
Me arriesgo a formular una hipótesis: si los griegos hubieran hecho matemáticas considerando al cero, la épica homérica tendría un muy diferente desarrollo narrativo. Estoy consciente de que esta afirmación se aproxima a la zona del disparate, sin embargo, de aquí puede derivarse una idea que me parece convincente: la literatura y las matemáticas tienen relaciones más estrechas de lo que muchos estudiantes de humanidades creen.
Me parece lamentable que en las carreras de humanidades —especialmente en la de literatura— la geometría, el cálculo o la topología no sean materias obligatorias. Algunos luego de esta afirmación sospecharán de mi salud mental, quizá otros pensarán que estoy empleando la función poética de un modo hiperbólico. ¿No es curioso que las personas de letras utilizamos términos matemáticos, muchas veces, sin saber cómo usan esos mismos términos los matemáticos? O de plano sin saber siquiera que provienen de la terminología matemática. Por ejemplo, para nombrar figuras (término geométrico) poéticas comunes como el paralelismo, la hipérbole y la enumeración; y también para conceptos infrecuentes como isomorfismo, invariante o iteración.
Definitivamente a simple vista no se nota que el desarrollo de las teorías literarias en el siglo xx ha sido influido por el previo desarrollo del cálculo diferencial, pero debería ponernos a pensar el hecho de que teóricos literarios utilicen palabras y explicaciones matemáticas. Wolfgang Iser escribe acerca de espirales recursivas y diferenciales ambulantes, límites y círculos concéntricos. De manera que las clases de matemáticas en la preparatoria pueden ser una mejor introducción a la teoría literaria que la materia de redacción. Porque hemos llegado a un momento muy abstracto en la historia del análisis literario y esa materia que da miedo a muchos estudiantes es la más útil para operar con abstracciones. También me resulta curioso que Ricardo Gómez, matemático y escritor, sostenga que las clases de matemáticas necesitan de la literatura para ser menos tediosas, más atractivas y mejor apreciadas. Algo semejante planteó el matemático y escritor Julio César de Mello y Souza, más conocido como Malba Tahan, autor del muy lindo libro El hombre que calculaba, quien hizo literatura a partir del álgebra.
Sí. Las matemáticas necesitan ser amenas para que la gente guste de ellas, las vea con cariño, se emocione y aprecie su belleza. En cambio, la monotonía de los algoritmos puede ser una tortura para los niños y para cualquier adulto, pero descubrir por primera vez la demostración de un teorema, el área bajo una curva o la primalidad de un número tiene un no sé qué que parece místico. Pero son las palabras, la seducción que brinda la retórica, el impacto y el suspenso que despierta cada sílaba de una narración, los que hacen interesante el descubrimiento de la identidad de un número o de una función.
La imaginación es necesaria en el mundo actual para conservar nuestra humanidad y yo considero que los dos motores que más revolucionan la imaginación son la literatura y la matemática, pues, por una parte, las historias hacen operaciones con conjuntos de personajes y conjuntos de acciones; las metáforas son ecuaciones mediante palabras, y los tropos hacen una bellísima geometría de rimas; y, por otra parte, hay cuentos de suspenso y misterio que componen el álgebra, tanto como una lírica de curvas cónicas con su épica de sumatorias infinitas. Sí, esos dos lenguajes que estimulan nuestra imaginación, estimulan con sus armonías nuestra humanidad.
Espero que no parezca muy pedante afirmar que siento comprender a Fernando Pessoa cuando escribió que el binomio de Newton era tan bello como la Venus de Milo. Por otro lado, reconozco que prácticamente no comprendo nada acerca de los avances matemáticos de los últimos cinco siglos. Como si se hubiera bifurcado el sendero de la imaginación por un caminito de números y otro de letras, sin embargo, como en un mundo borgiano, donde los sucesos retornan, así creo que volverán a unirse las letras y los números, como dos cuerpos que recuerdan un antiguo amorío.
4 comentarios
Concuerdo plenamente contigo, las matemáticas y las letras se parecen mucho, finalmente todo es lenguaje y abstracción. Saludos.
Cuando desarrollamos ecuaciones para un modelo matemático o escribimos un algoritmo estamos haciendo metáforas. Porque éstas abstracciones son paralelas a una realidad. Aún las matemáticas más puras y que no tienen aplicaciones conocidas siguen siendo metafóricas porque el mundo que describen existe. Es el mundo de las ideas y las estructuras. Por otro lado creo también que el universo de las descripciones a partir del lenguaje literario es matemático, porque manifiesta estructuras que interactúan para generar otras que pueden también describir una realidad o una abstracción. El lugar donde ambos lenguajes coinciden es la metáfora.
Hace algunos años, no recuerdo si fue en una promoción de la librería Gandhi, leí algo más o menos como: “Y Dios dijo: E = mc (al cuadrado) y la luz se hizo”. Las matemáticas, como el resto del conocimiento humano, tiene recovecos que escapan a la “razón” y la argumentación científica. Cuando esto sucede, llega el momento del milagro, de la metáfora.
Poética la analogía que hizo. Nunca había observado esta relación entre matemática y literatura de esta manera. Concuerdo con usted.