MANÍA

por Víctor Alvarado

Por Víctor Alvarado

No tiene absolutamente nada qué hacer. Sólo está. Físicamente se quedó.

Pero no solo del todo, todavía conserva el espejo que le dio su papá, bendito sea el día, antes de matarse y abandonarlo para siempre.

Y no abandonado completamente, todavía sigue dando vueltas en mi cabeza y en la cabeza de los demás; suponemos. Viene de visita nocturna, me espanta el sueño el muy cínico; se mete en mis pesadillas, como si ya estuviera muerto, y no, todavía no se muere el cabrón, le falta poco, dicen, ya merito, ellos esperan, también él y yo, ya casi, ya casi desde hace diez años, me quiere dar otro abrazo, luego sirve café, buenas noches, me prende mi Marlboro, y terminamos platicando tonterías hasta el gallo, sin descansar, en su mecedora, yo aprovecho también, le digo mis problemas, él se burla, viene y va, viene y va, y ahí sigo hasta volvernos a dormir.

Todas sus palabras han dejado ya de significar, y eso, a las palabras es lo peor que les puede suceder; dejar de significar es desaparecer, morir.

Si no fuera por el espejo sí estaría completamente solo.

Algún amigo lo visita, cada seis u ocho meses (ya no sabe muy bien cómo medir o percibir el tiempo, el tiempo está fijo en este preciso momento), él está consigo mismo, y eso, eso debe bastar, siempre se lo dijo su padre, no hay mejor compañía, por pésima, que uno mismo, y ni modo.

Los consejos de los padres de algo deben servir, sin embargo, ahora, pensándolo bien, me pregunto por qué mi padre no siguió sus propios consejos, y por necio, terminó, según mi abuela, allá arriba.

Ni él ni yo creemos que solamente se murió, no viajó arriba ni a abajo sino simplemente se largó de aquí el muy canalla, nos dejó acá, en medio, a nosotros, en este mundo cruel y despiadado, con un montón de problemas. Pero vaya, esto es cuento para después.

A mí sí me gusta estar solo de manera voluntaria, si me he abandonado definitivamente es porque a veces no me tolero o he sido un verdadero hijo de puta o me quedé corto y nunca pude ser del todo, o por lo que sea, estoy así.

Bueno, estábamos hablando del espejo; en realidad es un estuche, con un espejo incrustado, que se deja muy bien mirar a los ojos, y ahora, que ya no hay nada para observar, sólo fijándose en él se puede sosegar uno la apatía.

Cuando falta el reflejo, hay televisión, sirve para lo mismo, las semanas tediosas se van pronto oyendo la tele desde que comienza a hacerse de noche hasta que comienza a hacerse de noche hasta que comienza a hacerse de noche…

Cada tanto, cuando se siente auténticamente solo, es decir, sin él (porque él se perdió desde hace mucho, y lo sabe bien), y se le han terminado los cigarrillos, y ya no tiene nescafé, ni migajas, ni nada, va corriendo a toda velocidad a bordo de su asiento rodante por la ruta corta hasta el otro extremo de la recamara de tres por tres para entrar velozmente esquivando los obstáculos por todos los mosaicos del baño para llegar a la caja de cartón a tomar su estuche con espejo, se aferra todo sudoroso a la imagen con las últimas energías, observa muy bien al pobre diablo, y una tarde cualquiera me sonríe.

Eso lo mantiene ahí, todavía, lánguido.

Y ahí estás, otra vez contigo, balbuciendo.

Todos debemos estar, con el poco cabello, con esa tristeza pétrea de locura fija de nuestra mirada, por todos imaginada, también por ellos vista; con el rostro sin máscara, inmutable, arruinado, inocente, infeliz.

Lo mira bien, otra vez, entonces cree vivir sus mejores años; dicen que vivir es recordar, ¿o no?

De lo único que sí puede estar completamente seguro es de la mala memoria, esa maldita, tiene sus fallas, se quiebra en un punto específico de su trayectoria, y la vida, no importa si es niño o está siendo arrastrado hacia la caducidad, en otro de esos codos específicos, invariablemente, también le baja los calzones, le propina una serie de jodazos en las nalgas hasta sangrarlo, entonces se caga, y empieza a hundirse completamente en el suplicio de su propio muladar.

La fuerza de nuestros brazos no alcanza, no nos podemos auto limpiar, nuestras manos se van para otro lado, tampoco sabemos cómo lavarnos, nuestra cabeza va y viene sin estarse en paz; así mi niño, agarras el papel, lo doblas en tres o cuatro para no embarrarte, así te limpias la cola, mira, así mi niño, cuando vayas al baño, cada vez, así, mi pequeño, así lo vas a hacer siempre, siempre.

Decir “siempre” es decir “mucho”, es decir “todo”, y ya sabemos; “mucho” es “poco”, “siempre”, casi siempre es “nunca”, y “todo” siempre es “nada”, por eso, él, siempre ha odiado ese tipo de palabras; locuciones sin sentido para olvidar, verbos impronunciables, letras acumuladas, y, en efecto, todo es para siempre o nunca, pues ya es niño, ni lo fue siempre, ni adulto, y no está, ni será siempre, pero su caca sí está, estará siempre.

Eso sí, y esto es la verdad, cuando él era algo para él, nunca lo fue para ellos, nada, nada; esa nada revolcándose desde siempre en su propia inmundicia.

Recuerda que recuerda que se preguntaba. Las preguntas se le preguntan ahora difusas; son los fantasmas de las preguntas hacedoras, ¿por qué?, ¿por qué? Mil veces, por qué. Él, está ahí y él ya no lo sabe, sabe y recuerda un poco, y recuerda de nuevo el vacío, y se inquieta todavía más; luego se le revelan las respuestas, pero ya no sirven; así lo hubieras hecho, así no; vete por aquí, no para acá; así se da un abrazo, así se pronuncia “te amo”; así, estúpido, así se acepta un error, así debe decirse me equivoqué, así se hubiera dicho perdóname.

Ya no vale, diablos, ya para qué una respuesta sin su pregunta, puras palabras inconexas, así son las respuestas huérfanas navegando entre la confusión, entre el divino lodazal de la locura.

Esto sucede muy a menudo también conmigo cuando me miro y lo recuerdo, sé que aquí adentro todavía estoy, y quiero desamarrarme, pero, sepa la razón, no puedo. Me fui arrastrando hacia la condena del olvido, yo lo tomé de la mano, lo llevé.

Le quiere cambiar de canal a la tele, y, ¡buenos días de nuevo, bienvenido a su programa favorito!, la perilla está dura y, ¡buenas noches estas son las noticias!, todos los canales es el mismo canal y, ¡no lo olvide, esta es la mejor oferta, llévese cinco por el precio de una!

No llora, eso también lo olvidó, sus lágrimas se agotaron esa tarde, sólo guardó unas poquitas de reserva, a pesar de todo, los dos sabemos que las vamos a ocupar en el último momento.

Así, su historia se contó sin darnos cuenta, se anegó su historia, chorro por chorro, de cocacolas rancias y de costras de mevalevergalavida.

Me viene un recuerdo, mis recuerdos no son como los de todos, se parecen a esos de los libros nunca leídos o a las escenas de películas nunca vistas, así, así me llega una evocación de mañana, de una mañana igual a mañana, que evidentemente nunca llega, pero sí, porque mañana desayunaste hot cakes, y la miel estuvo buenísima, y el tocino tan crocante, la naranja un poco agria, con azúcar ¡mmm, delicioso!, y como llega se esfuma, y queda el amargo resabio del sebo de la ausencia.

No puedo hacer nada, doscientos pesos no sirven para nada, más que para continuar apagándote, ni siquiera mil o diez mil alcanzan para comprar una extensión de vida de gloria, o sin gloria, una vida, normal, igual a la de todos los días; café con pan, ya me voy a trabajar; ya llegué, dame de cenar, hasta mañana, así repetida, esa vida, y no son suficientes, ni si quiera para mí, esos doscientos, mucho menos para él, y porque no me da la gana de hacer nada, y los dos estamos hartos, y no sé quién soy yo, ni lo conozco, cómo lo voy a conocer si él no se conoce, a nadie le interesa, está aquí, abandonado, mirándome fijamente sin miedo, con rencor, yo no siento tristeza por él sino por mí, porque lo sé, muy pronto estaré en su lugar, en su repugnante prisión sin barrotes ni cerrojos, mirándome al espejo con mi cara de pendejo, sin temor, olvidado hasta de mí.

Pobre desgraciado, no puedo hacer nada por él. Es simple; no me da la gana, no es mi amigo, ni mi padre, no es mi hermano, ni mi hijo, aunque sea mi sangre.

Dice adiós a las tardes en que volvía de su oficina con su corona de olivos, su capa de ilusiones de esperanza para compartir con ellos. Paga el gas, la luz y el teléfono, paga la casa, ¿qué horas son estas de llegar, desgraciado, y los pañales, malnacido? Etcéteras cotidianos.

Él, el otro, pobre diablo, sonríe. La memoria, como la fatalidad, comienza de nuevo su tenebroso juego, en el que él es, quizá, parte de su última jugada.

La malasuerte es hereditaria, lo ha perseguido desde los abuelos de sus abuelos, sigue, y no se muere, se estira la malasuerte, él piensa: va tomando formas desde el capullo hasta la mariposa. Él fue una vez la mariposa e igual le pasó, sus días están contados, y él, vuelve a pensar: la malasuerte fenecerá, la malasuerte fenecerá con sus alas desbaratadas, frágiles nunca abiertas del todo, y en pleno vuelo, altísimo, ¡plas, plas, plas!, se fueron viniendo abajo, hundiéndolo a él, pedacito por pedacito, hasta el fondo, sólo a él, hasta allá abajo, de aquí no sales. Y a mí también, maldición.

¡Din, don! Es al guien a u nos ki lo me tri cos pa sos y en el hue co que hay por don de se ha lla ba el a ni mo, se conflagra una molécula y luego otra y otra y otra y es alguien. Quién. Alguien.

Buenos días buenas tardes buenas noches hasta nunca nunca. La sonrisa, el regaño; la confusión, el reproche; la esperanza, el desprecio; el penúltimo adiós.

Ascender. Descender. Éxito. Fracaso. Palabras, palabras. Te quiero. Te odio. Hola. Adiós. Todo. Nada.

Nada de acción, somos seres pasivos. Nada pasa. Estático como yo, aquí, semi paralizado, con la vista fija en el hoyo de la pared donde estaba el clavo, donde, en otra época, estaba mi retrato; con la mirada fija, clavada como el clavo, en ese agujero infinito del que estoy encadenado, pese a la maldita necesidad de salir corriendo, y ¡perdón, no lo vuelvo a hacer, te lo prometo!

No está solo, dice la gente, eso dicen ellos. A la gente le gusta mucho decir esto y lo otro. En un principio yo también pensé en su orfandad, semejante a la mía, pero ellos estaban, aún deben estar, allá afuera, en algún sitio.

Nos olvidamos de ellos, eso ocurrió, nos fuimos a vivir con nosotros. El insensato y yo.

El espejo indica la salida, dice: existe una fuga. Pueden, de algún modo, volver hacia el pasado, pero es obvio, nos tragamos el embuste y nos ocultamos tras la resignación, ella es la única que nos salvará. Le digo mientras me vuelve a sonreír.

No, no soy yo, ese reflejo no soy yo, es el otro, sí, debe ser el otro; me ve, me confundo, y me desoriento porque puedo, más me vale.

Quieto, no te muevas, obsérvate, anda intenta, pon bien la sonrisa, con una basta para seguirse moviendo, la risa lo mueve todo, cuando hay voluntad.

Cuando hubo voluntad, ambos hicimos maravillas; un día, construimos un emporio perpetuo; otro día, cantamos la canción inolvidable; otro día, viajamos por los confines; otro día, volamos el papalote; otro día, comimos de la luna; otro, amamos infinitamente; otro día, enseñamos a pedalear un triciclo; otro, fuimos rey; otro día, carcajeamos; otro día, aplastamos una rata; otro día, nos odiamos; y aquel día, por fin nos perdimos.

Él y yo volvemos a ser el mismo. Él ahí sentado con sus ojos apuntándolos alrededor, entre los muros blancos que caminan, con la puerta de adorno.

Él no es yo; él así lo piensa. Él soy yo, lo único que le queda. Yo lo dejé a él desde hace tiempo pero él seguirá siempre conmigo. Nosotros dos, somos él y yo. Tú, no eres yo, sino él.

No existe confusión, el reflejo dice que todos nosotros estaremos juntos internados aquí para siempre.

IMAGEN

La noche estrellada >> Óleo, 1889 >> Vincent Van Gogh

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