Hace unas semanas tuve la buena ventura de ser invitada por la artista plástica Othiana Roffiel a contemplar su exposición de pintura It Takes a Lot of Stuff for a Flower to Grow, curada por Laura Orozco, en la galería Karen Huber ubicada en el corazón de la Ciudad de México. Debo confesar que mi experiencia estética se vio privilegiada, pues fue la misma Othiana quien me guio a través de su obra, ilustrando aquí el título y allá la idea general o la concepción de la pieza en cuestión. Al final, nos sentamos sobre unas rocas nepantlenses, en medio de la sala, rodeadas de sus cuadros, a conversar sobre el arte abstracto, así que no pude evitar traer a colación el tema de la poesía posmoderna y el símil que ésta pudiera guardar con las nuevas tendencias artísticas y creativas. Lo que debió suceder para que la ocasión se diera fue que la pintora y yo nos conociéramos algunos años atrás por motivos laborales; luego, durante el último año, también por motivos laborales mantuvimos cierta cercanía y, en esa convivencia profesional, se fueron gestando sentimientos como la camaradería, el cariño, la admiración y la curiosidad, entre otros. Todo eso tuvo que pasar para que termináramos, aquel mediodía, sentadas, sobre aquellas rocas, conversando.
¿Cuál es la combinación de caracteres necesaria para que crezca un artista? Othiana Roffiel es una pintora nacida en 1990, formada en Artes Visuales en el Savannah College of Art and Design en Georgia, EUA, donde además le fueron otorgados el reconocimiento summa cum laude y el Premio a la Excelencia Académica en Pintura; becaria en su momento del programa Jóvenes Creadores del FONCA y cosechadora de numerosas distinciones a lo largo de su trayectoria artística. Amén de ello, es también una mujer delgada, de estatura media, tez blanca, cabello castaño y ojos enormes y profundos. Tiene una voz firme pero, al mismo tiempo, pausada, con la cadencia necesaria para afirmar que está pensando muy bien las cosas que dice. Es jovial y, a la vez, diplomática; accesible, pero seria en su pensamiento y en su actuar; tiene en la manera como se desenvuelve y se expresa, un aire de sabiduría de alma vieja. Hay que anotar, además, que es una pintora que escribe; es decir, que, mediante la escritura, reflexiona constantemente en torno a los asuntos, procesos, venturas, sinsabores y complicaciones del arte. Así que aquella conversación era simplemente maravillosa. Sentadas en las rocas, le pregunté si en su formación había pasado por el arte clásico. Me respondió que sí, que en la escuela uno pasa por todas las corrientes y estilos, antes de decidirse por uno. Ella, al final, había optado por lo abstracto y yo, que no entiendo mucho de eso específicamente, me puse a cuestionarla sobre la metáfora: ¿tiene el abstraccionismo un referente metafórico como en el caso de la literatura; es decir, hay símbolos detrás de esas líneas o figuras perdidas en el vacío que no siempre alcanzamos a relacionar con otra cosa? No recuerdo muy bien lo que me respondió, pero mi sensación es que su perspectiva apuntaba al universo de las posibilidades.
Y es que el arte abstracto, como lo afirma propiamente su definición, es un arte no representacional; es decir, que no pretende imitar nada, como lo dictaría la tradición aristotélica, sino crear. Mas, ¿qué se puede crear fuera de lo ya existente? ¿Acaso no fue Dios el único facultado para tener la ocurrencia de concebir cada elemento de la naturaleza y nosotros, los seres humanos, no hacemos en el quehacer creativo sino imitarlo? Othiana habla constantemente de los materiales, y los abstraccionistas de las cualidades y el potencial del color por sí mismos. Para ellos, la pintura existe independientemente de todo lo demás y Othiana hace énfasis en el proceso manual, en el involucramiento de las texturas y las sensaciones con el cuerpo durante la fase creativa; quizá una manera de subrayar la importancia que le da fue precisamente traer algunas rocas de Nepantla para su exposición, completando un paisaje de cuadros concebidos en la tierra de Sor Juana, con una aridez muy particular, coronada en las salientes y filos del objeto volcánico intervenido por la pintura. Así, se creaba un universo efímero, un instante en comunión que yo he querido atesorar a través de los días, reflexionando en el título de la exposición y en todo lo que tuvo que pasar para que esos momentos nuestros, el de Othiana y el mío, se cruzaran en medio de una sala/universo aparte, a través del tiempo y el espacio, en una conversación relevante y de gran importancia para mí, y al mismo tiempo finita en su intrascendencia.
Mas, ¿se puede hablar del arte como enteramente abstracto o figurativo? Conforme nuestra charla iba avanzando, me percaté de que Othiana presentaba una exposición diferente a lo que comúnmente suele, y es que lo que ahí se exponía no necesariamente se podría describir como abstracto por completo, sino que varios de sus cuadros —la mitad, por decir algo— eran más figurativos, evocando el paisaje sorjuaniano en el Estado de México. Por momentos, se suspendía la obra sobre un onirismo palpitante, que me trajo a la memoria el ambiente rulfiano. En otra ocasión, me transportó la pieza en cuestión a un departamento citadino que miraba hacia las afueras de la ciudad, como añorando el aire más limpio de la periferia. Dentro de un discurso velado por las reflexiones formales, la artista se disculpaba a menudo por presentar una cosa que no era enteramente abstracta sino más representacional, como si no hubiera cabido antes esa posibilidad dentro de su quehacer artístico. Yo lo noté y, a la vez, se lo hice notar, y pensé entonces en el compromiso formal que muchas veces nos ata en la vida para indagar por otros caminos: nos concebimos de una o tal manera y luego no nos damos permiso de explorar nuevas formas de hacer y pensar las cosas, como si fuera posible traicionar con ello a los que hemos sido hasta entonces. Mas, apelando esta vez a la esencia del arte, podríamos mencionar que una cualidad intrínseca a éste es la búsqueda infatigable; ese malestar constante que caracteriza a todo creador que quiera o pretenda llamarse artista, la irresolución de estar siempre tras algo que no termina de encontrarse. Es, en este sentido, que vi a Othiana comprometida con su propia filia abstraccionista, pero al mismo tiempo, buscando algo, esta vez en lo figurativo…
Como dije, todo el rato pensaba que, en ese momento, ahí, sentada en esa piedra, con esa mujer de ojos abismales, mientras el universo se ocupaba en sus propias tensiones y distensiones, estaba ocurriendo algo de suma importancia en el espacio-tiempo, mi experiencia estética consistía en hallarme de frente a ella, sobre una superficie volcánica y desigual, rodeada de la creatividad y el paisaje bajo los cuales se cobijaban meses de trabajo y de involucramiento material, corporal, con la pintura y los materiales, de un ser humano, la mujer de los ojos de abismo, hablando de esas cosas que he amado desde que fui consciente de mi sensibilidad: de pintura y de poesía; del tiempo y de la pandemia; de los procesos creativos y los sentimientos y sensaciones alrededor del necio afán de crear. El mundo se suspendía por un momento para albergar ese pequeño segmento en la historia de la humanidad, tan efímero e irrelevante, o tan significativo y trascendental como puede ser la existencia misma. Me llenaba del espacio en el aquí y el ahora y me preguntaba cómo se hace para encapsular y atesorar los momentos significativos, cómo hace uno para llevarse en una red de axones cada sensación del instante, la compenetración racional de las palabras como brillantes luminarias, el arraigo estacional de la imagen combinando textura, peso, presión, temperatura, ánimo y disposición…
Y así, a través de los cactus emulando flores; de las flores de la palabra hablada que se vertían como gotas en el universo paralelo que estábamos creando para siempre y para nunca, se me revelaba el instante, el porqué de la imagen y de lo abstracto de la imagen por sí misma, sin necesidad de los significados que pudieran secundarla; las razones del quehacer de crear incluso en los diversos contextos de una pandemia que para tantos ha denotado muerte, mientras que en el arte se revela y se subvierte para dar cabida a nuevos y mejores significados. En la finitud del tiempo, en lo efímero de la situación, los trazos alrededor cobraban forma, mientras el diálogo fluía en un continuum de emociones, ideas y reflexiones encontradas, coincidiendo acaso como fuente de sabiduría para dos mujeres, o al menos para una. Me pregunté cuántas huellas me precedían en aquella sala, cuántas me secundarían y cuántos universos paralelos tenía esa muestra pictórica ocasión de propiciar, en donde los colores y las formas pudieran transportar a otros a lugares y frecuencias diversos, apuntalando con ella las capacidades perceptivas del alma humana, cuántas acciones, sucesos, personas, posmodernidades, pandemias y discursos habrían tenido que transcurrir, efímeros, para que naciera la obra de Roffiel y entonces, sólo entonces, yo pudiera coincidir con ella.
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No sé qué hacían ellos ahí >> Óleo sobre lino >> Othiana Roffiel., 2021
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Nidya Areli Díaz (CDMX, 30 de noviembre de 1983) es Escritora, Editora, Guionista y Profesional del Fomento a la Lectura. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con mención honorífica.
Fundadora de la revista literaria digital Sombra del Aire, de la que ha fungido como Directora y Editora desde 2011. Asesora docente y consultora en la profesionalización del Fomento a la Lectura, la enseñanza del Español y la Literatura. Consultora independiente en Redacción, Corrección de Estilo y Proyectos de Investigación. Editora literaria en Ganthä entertainment, casa de creación de contenidos para cine y tv.
Ha impartido conferencias y talleres de Literatura, Creación Literaria y Lectura Crítica para instancias como la Secretaría de Cultura de la CDMX, la Secretaría de Cultura del estado de Hidalgo y el IPN.
Fue investigadora, correctora de estilo y Lexicógrafa en la reedición del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. Obtuvo dos premios en Poesía por el IPN y uno en cuento por el Gobierno de la CDMX.