XXXIV. ELLA YA ME OLVIDÓ

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

 Ella, ella ya me olvidó / yo, yo no puedo olvidarla / yo, yo no puedo olvidarla.

Envuelto entre sueños, la realidad distorsiona imágenes y éstas, fusionándose en ilusiones, difuminan la inconciencia de lo cierto y lo real de fantasía. Nayelly está ahí, pero no es ella, es su forma, su esencia, pero ya no es la misma y de pronto su imprecisa figura se aclara y la veo tal cual en mis brazos, al tiempo el corazón se agita y mi mente despierta de súbito, quizá porque el espíritu se emociona o porque la razón manda al corazón a alegrarse. El silencio se distiende en un murmullo; un rezo perturba el sigilo de la oscuridad.

Ella, ella ya me olvidó / yo, yo la recuerdo ahora. / Era como la primavera / su anochecido pelo / su voz dormida al beso.

Era ella, pero ahora no está; sólo cuerpos desperdigados, entrelazados, perfume barato, cigarro, sudor, sexo y en medio de todo, se impone su figura más nítida, más pura y no la recuerdan sólo mis ojos, sino también mis manos su piel, mis oídos su voz, mi nariz su aroma, mi lengua su exquisita esencia; mi espíritu se alegra sonriéndose en los labios y en mi mirada.

Ella, ella ya me olvidó / yo, yo no puedo olvidarla / yo, yo no puedo olvidarla.

La voz inconfundible de Jassiel entre tarareos melancólicos termina por volverme a la realidad. Incorporándome, volteo hacia donde el canto.

—Buen día.

Sólo respondo con un ademan.

—Ya levántate, despierta a Tyndas y a los que quieran ir al velorio de don Bryan.

Me restriego los ojos para tratar de ver en la penumbra, pero entre luz media y cuerpos arrejuntados unos a otros, es complicado.

—¡Eh! ¡Arriba todos! Vámonos al funeral de don Bryan.

Un quejido por aquí, un bostezo por allá y un refunfuño por acullá; realmente no hay mucho afán de levantarse.

—Bueno, realmente no importa cuántos quieran ir, vámonos tú y yo.

Jassiel se levanta y, pisando cuidadosamente, llega a la puerta y abre. En el aire fresco siento un segundo despertar y también camino a donde la entrada. Afuera, la luz de luna radiante ilumina con todo su esplendor la aún noche estrellada, iluminada como pocas ocasiones he visto. Sentado junto a Jassiel, Cacaxtla el mesero; contemplan el cielo estrellado con la cabeza apoyada en la pared.

Me siento junto a ellos, el rocío en el pasto refresca los pies y veo hacia el cenit el cinturón de Orión, a un lado de él: la luna, inmensa, pura de sí; una doncella frente al altar de estrellas y el grillar, el murmullo, un rezo, una plegaria matutina.

Con mi hermana, solíamos acostarnos en el pasto y contemplar cómo el sol paulatinamente daba paso a las estrellas y así, con la vía láctea rasgando el cielo, nos quedábamos dormidos mientras nuestro abuelo nos contaba las historias de las constelaciones en turno y no sé por qué, pero Orión, siempre fue mi favorita; me imaginaba a mí mismo como un cazador siendo el amor prohibido de una diosa, y quizás ahora que lo pienso hay mucho parecido, sólo que yo no terminaré en las estrellas, más bien seré como Luzbel; un ángel caído; expulsado del cielo, arrojado de mi mundo, mi bello mundo.

—Mira Jassiel— dice Cacaxtla —¿Ves el conejo en la luna? Mi madre nos decía que una noche estrellada una mamá conejo buscaba alimento para sus conejitos y andaba salte y salte, pero como era invierno no había mucho, y en su desesperación no se dio cuenta que un coyote la acechaba, cuando de sorpresa brinca el coyote sobre la madre, pero ésta no se queda atrás, y salta, pero sin darse cuenta cayó en un charco de agua, mas, no sólo eso, sino que cayó exactamente en el reflejo de la luna y, como por arte de magia, su silueta de conejo quedo grabada en la luna.

—No, no, la historia no es así— irrumpe Brexit, —la luna muy vanidosa ella, se admiraba en el reflejo del agua y, cuando el conejo blanco saltó, a la luna le gustó la imagen del conejo sobre el reflejo y entonces sí, mágicamente, tomó al conejo entre sus manos y lo llevó hasta la luna, donde lo depósito cuidadosamente, y es así como lo vemos hasta el día de hoy.

—No, los dos andan perdidos irrumpe Tyndas. —Un hombre criaba conejos y en una noche se le escapó uno y éste lo persiguió toda la noche, pero nada que lo alcanzaba, entonces la luna ver al conejo tan agotado y al hombre tan firme por atraparlo, decidió esconder al conejo y lo puso junto a ella, y desde entonces ahí está.

Jassiel lo mira con gesto dubitativo. —Tyndas, prefiero quedarme con las primeras versiones.

—Chaneque, ¿tú te sabes la historia del conejo en la luna?

Chaneque, el hombre de los aluxes; apenas ahora sé cómo se llama.

—Claro, el conejo en la luna…

—Espera, mejor vámonos al entierro de don Bryan y nos cuentas en el camino.

Todos nos levantamos de nuestros lugares y Cacaxtla, para sorpresa de todos, toma un lazo sobre el cual parecía estar sentado.

—¿Ya nadie más vendrá?— pregunta.

—No creo, y si no; pues que nos alcancen.

Echa una mirada al interior, duda de ir o entrar, Jassiel me toca el hombro y me dice:

—Es muy madrugadora, ya no está aquí; solo ella sabe dónde está.

—Yo no puedo acompañarlos, aunque quisiera; aquí es mi lugar.

Jassiel dirigiéndose a Brexit.

—Mi niña, no entristezcas. Tyndas, ¿algo podemos hacer para comprar su libertad, verdad?

—Claro, sin duda alguna; dalo por hecho.

—¿En serio?¿Pero por qué? No tengo cómo pagarles.

—Y no queremos que nos pagues, hacemos esto porque es lo correcto y si pudiera daría la libertad a todos, pero a veces tenemos que conformarnos con cambiarle la vida a alguien. ¿Cómo sería el mundo si todos pudieran ayudar a una sola persona en su vida?, ¿puedes imaginarlo?

Las lágrimas se peleaban por salir en Brexit.

—Jassiel, eres famoso por tus ideas, pero yo digo que eso no es nada, porque tu corazón es aún más grande; eres un angel.

—Niña, no me agradezcas, dale las gracias a Tyndas; porque él es el que pagará por ti.

Brexit también se dirige a Tyndas y le besa los pómulos y las manos y lo mismo quiere hacer con Jassiel, pero él la detiene.

—No es necesario, sólo prométeme que no vas a divulgar quién hizo esto por ti.

—Sí, sí; lo que tú digas.

—A la noche regreso y ya debes estar libre, Tyndas; te encargo que mi promesa no sean palabras huecas.

Maky asoma a la puerta

—¿Y se van al entierro? Yo también quiero ir.

—Sí, ya, date prisa. Chaneque date prisa. El hombre de los aluxes en cuclillas ahora conversa con los grillos.

Y partimos Jassiel, Tyndas, Cacaxtla, Maky y el Chaneque.

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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