EL REENCUENTRO DE LAS TORTUGAS MORADAS

por Eleuterio Buenrostro

Una vez fui un bonzo. Mi nombre no es importante para esta historia, pero fui reconocido, entre los Rinpoche, como “Sonrisas”, por la mueca que caracterizaba mi rostro. Debo decir, antes que se juzgue al pensamiento que me define, que nunca fui un buen estudiante del budismo, o de las prácticas que se dan por aquellos rumbos, y que lo que expongo, como ideología propia, no tiene que ver con ello, ya que tampoco provienen de ese tiempo. Al ser un mal estudiante, reencarné en un árbol longevo que debía, supongo, aprender sobre la frecuencia pasiva. La vida de un árbol es muy sedentaria, se posee el Nirvana y muchos medios de percepción son posibles, pero lograr algo, desde el movimiento que se concede al exterior, es casi imposible.

Mi intento, por muchos años, fue lograr entablar un diálogo con una tortuga, que era lo que más se aproximaba a la frecuencia en que sobrevenía. La tortuga pasaba, cada determinado tiempo, aledaña a mi posición. Fui generando un estiramiento de tronco hacia su paso, y conforme fui creciendo, debido a que se necesitaron muchos años, el peso ganado obligó a quebrarme en la base, hasta desplomar, sin ser consciente de que había caído sobre ella. En mi agonía supuse que a pesar de no haber logrado mi objetivo, fuera de mi entorno, estaba ante la posibilidad de renacer en algo que me acercara a la libertad solicitada.

Entonces reencarné en una tortuga, y si piensan que tenía ventajas con el exterior, se equivocan. Fui una tortuga en cautiverio, limitada por un vidrio, agua, una piedra de plástico y pellets proteínicos, que me generaron una vida de sedentarismo, apatía por los alimentos repetitivos y una soledad imposible; nada que se pueda soportar sin locura. Mi espíritu solicitaba participación y siendo un lama, un árbol o una tortuga, jamás iba a lograrlo. Si se me diera la oportunidad de renacer en humano, pensaba en mi estado estéril, sería la persona más activa, sin entender que estaba obligado al ordenamiento del karma.

La oportunidad se me dio en un cuerpo enfermizo. Fui el cuarto hijo de un matrimonio, con pocos meses de recuperación, entre el penúltimo y yo, lo que generó defensas bajas y un nutrimento deficiente en serotonina, que complicaba la autoestima y la concentración. Quizá fuera producto del largo recorrido hasta llegar a un nuevo cuerpo con baja intensidad de luz, pero me era suficiente para funcionar. En mi nuevo paso terrenal no quise saber de filosofías, de comidas que se repiten, de encierros y castigos. Inconscientemente me revelaba, hasta que encontré a mi compañera de vida en una mujer interesante.

En una esfera, gobernada por la música, compartimos una hierba estimulante que nos condujo a la meditación y a recuerdos de la secundaria que cursamos. Nos sostuvimos en un pensamiento compartido, hasta perder la realidad entre luces iridiscentes. Hilvanamos una cobija en recuerdos de instantes que sabíamos propios de otro tiempo. Eres el Sonrisas, me dijo con extrañeza, y entonces la recordé. Eres la Tortuga, le respondí, y nos carcajeamos hasta lograr un estado de mutua felicidad. Desde entonces compartimos una vida afín. Nos cuidamos mutuamente, porque somos seres frágiles y logramos un solo hijo al que hemos educado en el lado de la decisión positiva, aunque nuestro motor siga siendo el de la pasividad, que en el amor, créanlo o no, nos sigue funcionando.

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IMAGEN

París a través de la ventana >> Marc Chagal., Bielorrusia, 1887-1985.

Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.

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