INTROSPECCIÓN
La mesera toma lugar donde Jassiel y todos recorren sus asientos para darle un espacio.
—¿Ven este rostro?… Espera, Dayana, no te ofendas; permíteme hablar. Entre la mentira y la verdad hay cierta belleza que cautiva; quizá la belleza de lo imposible.
—¿Cómo es eso?
—De este lado tendríamos a la verdad —mostrando su palma izquierda hacia arriba—, pero más que verdad podríamos considerarla como algo relativamente cierto, y del otro lado está lo que es relativamente falso —ahora su palma derecha igualmente hacia arriba y balanceándolas—, pero ambos extremos son tan opuestos que la mayoría prefiere moverse en medio de ambos. No eres tan cierto, pero tampoco tan falso, eres gris: cuasiverdadero o cuasifalso, algo así como cuando el vaso está medio lleno, medio vacío. Pero cuando hay un equilibrio entre los extremos, hay cierta belleza que cautiva y quizás es la belleza de la falsedad que es casi verdad y que se antoja creer porque la abrumadora verdad podría no ser grata. Y quizá mi larga explicación sirvió para nada por la expresión de sus rostros.
Es como cuando la Reyna habla sobre ir a la guerra y defender la soberanía y libertad de nuestros hijos. En sus palabras hay verdad, es cierto, pero también hay verdades que omite como el hecho de que habrá muertes y sufrimiento, más impuestos, carestía, hambre y una larga lista, que todo mundo intuye, pero prefieren regocijarse en la cuasiverdad de que la guerra es inevitable y necesaria para cuidar las fronteras del reino. ¿Acaso el pueblo apoyaría la guerra si se la explicaran tal cual es?
Otro ejemplo sería el casanova que con palabras y lisonjas conquista el amor de una joven. Es obvio que siente algo por ella, por lo cual hay cierta verdad en sus palabras, pero también mucha mentira, aunque al final de cuentas sólo es cuestión de perspectivas. El punto es que ella cree en las palabras de seductor porque es más bella esa cuasiverdad que la patética realidad de que sólo busca el deseo carnal.
Otro caso sería el del chico-chica en quien la realidad física sexual es que es la de un hombre, pero su realidad emocional es la de una mujer. Claro que con ese cuerpo tan imposible tanto en un hombre como en un mujer, resulta una cuasiverdad que es más bella no por lo belleza aparente, sino más bien por lo imposible en su forma natural, pero factible en el camino de los opuestos.
—Tranquilo, cerebrito, vas muy rápido para las cuatro neuronas que nos quedan.
Un hombre sentado a un lado de Jassiel intervine.
—Sí yo digo que si un hombre nace hombre, siempre será hombre, y una mujer, pues siempre será mujer, o que para un abarquero siempre será su trabajo el de ABARQUILLAR, y el de un marinero el de hacerse a la mar…
—O como diría yo, la mona aunque se vista de seda, mona se queda, con el debido respeto de la aquí presente, sin ofender; digo. —Agrego Juancho.
El rostro de Dayana se ensombrece.
—Espera, dulce niña; no hagas caso—acariciándole el rostro y acomodándole los cabellos tras su oreja izquierda. ¿Pero, quién puede decir que es un hombre o una mujer, quién puede decir qué somos? Juancho, si yo digo que eres un bruto. ¿Será cierto?
—¡Ora!, ¡ora!; yo así no me llevo.
—O tu, Brexit, que eres una cualquiera… ¿Será cierto? ¿Quien soy yo para decir que tal o cual es? Puedo decir santo y seña, ¿pero eso necesariamente los convierte en lo que mis palabras? Porque si fuera así, ¿podría decir que todos somos de sangre azul y automáticamente aparecerían nuestros sirvientes?, yo me pregunto.
—Pues yo digo que yo soy hombre, independientemente de lo que los demás digan y si no, pues que me pasen a su hermana para probárselos—, volvió a decir el hombre que estaba a un lado de Jassiel,
Vítores, chiflidos y varios choques de copas se escucharon.
—Pero, Michel. ¿Entonces si yo digo que soy un soldado, adquiero automáticamente las habilidades de un soldado? ¿Podemos ser lo que decimos que somos o acaso somos lo que los demás dicen que somos?
Brexit, la chica de mi izquierda, con duda agregó.
—Ni una, ni la otra.
—¿Y por qué lo dices?
Confundida respondió.
—No lo sé.
—Sí lo sabes; vamos, esfuérzate, di lo que piensas.
—Si yo digo que soy puta, podría ser cierto y de hecho lo es, porque lo soy, pero también podría decir que soy una santa y no soy una santa, entonces no vale lo que yo diga… y pues, eso.
—Sí, tienes razón, y lo mismo para los demás, si alguien te dice que eres una cualquiera, eso no te hace una cualquiera y tampoco te hace una monja si alguien te lo dice. Una cosa no implica la otra.
—El hábito no hace al monje—, Agrega Juancho triunfante y Jassiel asiente sonriendo.
—Tú lo ha dicho, el hábito no hace al monje, pero entonces si el hábito no hace al monje, ¿qué es lo que hace al monje ser monje?
—Lo que lleva adentro, su corazón.
—Maso—, dijo Jassiel moviendo la cabeza no muy convencido.
—¿Frío o caliente?
—Tibio—, respondió Jassiel.
Entonces Tyndas, levantó la mano y dijo.
—¿Lo que hacemos?
—Que sus actos hablen por ustedes y no sus labios; así dice el Libro de los Humildes. ¿Entonces, acaso nuestros actos son los que definen y dicen lo que realmente somos?
—Hermano, me has dejado con el ojo cuadrado—, dico el rechonchete que tiene enfrente, y con su dedo índice traza un cuadrado imaginario alrededor de un ojo y luego del otro. —¡Salud!, ¡salud sólo por eso!
Y Brexit, agrega:
—Pero entonces yo sí soy una puta porque puteo.
—Sí y no, como diría Don Bryan que en paz descanse.
—Entonces ya no entendí, primero dices que el hábito no hace al monje y luego que son los actos lo que realmente somos y ahora que no.
—El vaso nunca está completamente lleno y nunca complemente vació. La vida está llena de claroscuros. Mira, Brexit, eres puta, porque puteas, pero no sólo eres eso, porque no todo el tiempo estás puteando, y ahorita no eres puta, ahorita eres una mujer que dialoga, que está pensando.
—¿Pero entonces qué soy?
—Decir que Dayana es mesera, es cierto. Decir que Juancho es comerciante, es cierto. ¿Pero es que acaso una actividad diaria puede definir lo que somos? En tu caso, no sé. ¿Antes de irte a dormir no tienes algún anhelo y cuando despiertas piensas en ello? Tienes familia, tienes pareja. ¿Qué otra cosa haces aparte de todo esto?
—Pues nada, sólo esto, pero no quiero estar aquí para siempre.
—¡Ah!, todas llegamos aquí con esa idea, veme a mí—. Todos volteamos a ver, unos más directos que otros, a la mujer al lado derecho de Jassiel, con exceso de peso y notoriamente con años encima.
—Soñamos que va a venir un príncipe azul, pero no. Ahora me conformaría con un campesino, pero el tiempo pasa.
Jassiel la toma de la mano, tratando de reconfortarla, y ella se recarga en su pecho, solloza un poco y ahí queda.
—Entonces, si ustedes también son madres, hijas, esposas, mujeres que tienen seres queridos, no son diferentes a nosotros, ni a las mujeres de allá afuera.
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