UNA CASA PINTADA DE AZUL

por Eleuterio Buenrostro

Por Eleuterio Buenrostro

El cobijo que procuro, para el resguardo de mi propio ser, me permite imaginar siendo algo grande. Quizá una hacienda, donde todo encaja a la perfección, pero entiendo que esa parte corresponde a lo que quisiera. El quién soy, en realidad, es lo que me remite al miedo y la nostalgia. Soy una casa nacida en un desierto inhóspito, que pretende mejorar su entorno. La lluvia acarrea recuerdos, en el arroyo de mis pensamientos, no es nostalgia lo que predomina, es miedo, primeramente, de no ser lo suficientemente protector. Me he visto en esas mismas lluvias, con goteras, y a sus habitantes, los que dependen de mí, padeciendo frío y en la locura de saberse en la pobreza. Después de ciertas remodelaciones he logrado crear un hogar estable, las lluvias no me atormentan como antes, pero sigo temiendo a no ser lo suficientemente seguro.

El día que Demiana vino a vivir a esta casa, lo temí con mayor fuerza. Si pudiera definir mi estado de urbanidad, de aquel entonces, mi plusvalía sería la de una casa pobre, del tipo que se mantiene en mantenimiento urgente, en vez del preventivo. Sólo por citar un ejemplo, las patas de la cama, en el área de alcoba, eran de bloques de cemento. Pero si he pasado por todas estas reconstrucciones, es quizá porque mis cimientos han sido de un egocentrismo intolerable y eso me hace temer por Demiana. En su crecimiento he fallado en enseñarle sobre el uso del sótano y la azotea. La he mantenido a nivel de piso por no saber encaminarla, pretendiendo que sea ella quien decida; eso sí, con bases sólidas de lo que representan el bien y el mal.

La modernidad me ha exigido ser observante, guiar cuando considere y alentar siempre, pero es que Demiana ahora está en los años de decisión y a eso le temo más que a cualquier tormenta que me haya azotado; me revierte a la edad del miedo, donde yo mismo enfrentaba la decisión de estudiar lo que me gustaba o estudiar para subsistir. Y es que, al igual que a Demiana, no se me dieron planos que me mostraran la proporción del terreno donde se construye y de lo que hay que construir. Si se me permitiera volver a escoger, escogería la primera opción, pero el tiempo no vuelve y quizá eso lo diga porque ya probé la segunda; lo que puedo asegurar, es que hasta dónde yo he vivido, no conozco a nadie que se haya muerto por comer del arte y que, en lo que al final decidí como futuro, también hubo vacas flacas pastando en el patio.

Ahora que lo he liberado, quisiera mostrarle a Demiana, si es que husmea por el ventanal, un lugar que mantengo oculto y en el que guardo las reservas para lograrme en espíritu. Es un cuarto donde todo es posible si se usa la llave de la sinceridad. De ahí sustraigo la inspiración que me mantiene, y el solaz que no me permite la segunda opción. En él hay una ventana, y desde allí miro hacia una casa pintada de azul que está en construcción. No tiene suelo, como aquel dibujo de una casa con un árbol y una familia que dibujó Demiana, en su mocedad. Se soporta en el aire, pero eso no la hace insegura, sino al contrario, ya que le permite ser ambulante y se lleva a donde quiera. En ella habita un corazón que no se aniquila por no saber de sótanos y azoteas, porque mantiene su espíritu en el arte y lo dibuja con la mano izquierda.

Esa casa, pintada de azul, eres tú, Demiana, siempre has sido independiente. Te has hecho de un cimiento libre, pero fuerte al buscarse en la sinceridad. Con esto quiero afirmarte que podemos negar religiones, pero no el gozo del espíritu que se nutre de puertas abiertas como la música, las letras y las imágenes, y que existen muchas más que te tocará descubrir por tu propia cuenta. Sé lo que estás sintiendo, la tempestad, en la mente de los artistas, es mayor a la que se vive en la realidad. Te corresponde elegir ahora, que la mayoría toca a tu casa, y lo que decidas estará bien. Yo estaré aquí para instarte a los misterios, dispuesto a compartir madera, si es necesario, o hasta paredes para apoyarte en tu proyecto de llenarlas con el buen arte. Eres joven y se te concede el derecho de volver a elegir, así que no te preocupes. Hay algo que a tu edad quizá no sepas, y es que el miedo, mi querida Demiana, también es un impulso para derrumbar paredes.

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IMAGEN

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Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.

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