Comienzas el día sentado en la cafetería que sueles frecuentar mientras aguardas la llegada de una taza de café de manos de Wendy, la mesera que ignora el placer que te provoca verla sonreír, lees el periódico gratuito, te detienes en las ofertas de fin de año, quizá sea hora de cambiar los zapatos, volteas a ver los actuales, las suelas están a punto de perder su forma original, con lo que ganes este fin de semana es posible que hagas una compra, también te falta una camisa nueva, te llama la atención un Smartphone con un montón de aplicaciones que no entiendes, las cajas de galletas están a mitad de precio, haces una pausa, la vista se dirige hacia el reloj que llevas puesto en la mano izquierda, los dígitos siguen su marcha, la impaciencia te invade, sabes que esta no se origina por la espera de saborear aquel líquido oscuro, sobre tu mesa aguarda silenciosa una cámara analógica Nikon modelo FM3, es una mañana fantástica como casi siempre, pero hoy se mira de manera distinta, el cielo está despejado, el azul invade tus ojos, desde esta terraza ubicada al poniente de la ciudad se alcanza a ver gran parte del Paseo de la Reforma, piensas en la chica, ha tardado de más con su entrega, así que te levantas e inquieto tomas la cámara, te conduces hacia un barandal que te permitirá observar el resto de la ciudad con más libertad, seducido por la estampa visual colocas el visor frente a tu ojo derecho al tiempo que las manos rodean el artefacto en la posición habitual de un fotógrafo, te conviertes en un cazador de imágenes, buscas una presa en el espacio, cuentas los cartuchos restantes, te quedan trece disparos.
Primer disparo: la avenida principal, el ir y venir de los automóviles.
Segundo: la copa de un gran árbol artificial navideño, y los adornos que lo rodean.
Tercero: una nube solitaria alejándose en la inmensidad.
Cuarto…te detienes.
Regresa tu atención hacia la mesa donde te encontrabas; la taza que esperabas ya se encuentra ahí, esperándote para deleitarte con su contenido, te lamentas haber perdido la imagen que en realidad querías captar, ves a Wendy a lo lejos retirarse, ajustas la lente a su silueta, intentas dar un disparo, se atora la palanca de arrastre, bajas el arma, te rindes y sonríes ante la imagen perdida, solo te queda regresar a tu lugar y esperar a que Wendy traiga la cuenta.
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Autorretrato con Fernando de Regoyos en el Café de la Coupule, Montparnasse >> Óleo sobre lienzo >> José María Ucelay