El felino más chico es una obra maestra.
Leonardo da Vinci
Para Dulcigato y Madame Bovary, por su amor romántico
Es de dominio popular que los gatos son considerados por muchos como animales desagradables y hasta demoníacos, y basta para comprobarlo con echar un vistazo a la literatura de horror, donde no faltan las historias de gatos que cometieron alguna monstruosidad; tal es el caso del cuento “El gato negro”, de Edgar Allan Poe, o el de “Los gatos de Ulthar”, de Lovecraft, donde los felinos cobran espeluznantes venganzas a nombre de su gatuno clan. De igual manera, podemos ver las representaciones gráficas de las brujas que, en el imaginario popular, siempre aparecen al lado de un oscuro y malvado gato. Sin embargo, también encontramos personas, en todas las épocas y de todos los estratos, francamente enamoradas de estos seres; sabios, artistas, locos y mortales que manifiestan que los mininos no sólo son celestiales y maravillosos, sino que además poseen otro tipo de cualidades; yo, por ejemplo, afirmo categóricamente que los gatos son románticos.
Cabe ahora la pregunta: ¿qué es ser romántico?, y el Diccionario de la lengua española nos ilustra con los adjetivos: “sentimental, generoso y soñador”. Me pongo a observar a mi gato y me doy cuenta de que en efecto es un ser sentimental, puesto que no deja de ponerse meloso cada vez que nos enfadamos; le afecta mi desprecio cuando, por ejemplo, por alguna travesura que me sacó de mis casillas, dejo de hablarle. Sabe que estoy molesta, se me acerca como no queriendo la cosa, y se apoya en mi regazo, como disculpándose, pero sin ser empalagoso. La escritora Laini Taylor me da la razón al describir a la personaja de su novela Hija de humo y hueso, donde afirma: “Anhelar el amor la hacía sentir como un gato que siempre se enrosca en los tobillos maullando acaríciame, acaríciame, mírame, quiéreme”, porque, claro, en su esencia sentimental, los felinos, en el fondo buscan ser amados.
Podemos también afirmar que los gatos son generosos; de hecho, hay una frase popular de Charles Dickens que reza: “Qué mayor regalo que el amor de un gato”. Por supuesto, los felinos no se entregan a cualquiera ni ceden fácilmente, pero cuando lo hacen, se lanzan sin más con todo su ser, sin restricciones, con el amor más puro, en un romance intenso que se vuelve infinito, en tanto son maestros en esa seductora indiferencia que te mantiene en vilo, expectante, y luego, cuando llegan los malos días, los tristes, simplemente se te suben a las piernas con la mirada fija, dulces y suaves, tranquilizantes y etéreos, y te dicen que no pasa nada, que todo está bien, que se puede caer el mundo pero ellos seguirán a tu lado, y qué mayor muestra de generosidad que el estar precisamente cuando se les necesita, alimentando el alma del desvalido, consolando al infeliz y recreándonos en su ternura infinita.
Finalmente, podemos afirmar que todo gato es soñador por antonomasia, y es que, ¿en qué piensan cuando se quedan, sumergidos por completo, con la mirada fija al infinito? El gato es idealista, constructivo, dinámico y soñador; es posible mirar planetas, astros, galaxias e infinitos a través de sus ojos. No exageró Bukowski al dedicarles su libro Gatos, en el que afirma: “Cuando los elementos me atenazan y paralizan, me limito a mirar a mis gatos. Tengo 9. Miro a uno de ellos, dormido o medio dormido, y me relajo”, y es que, ¿cómo no relajarse, volverse soñador y asomarse al infinito con un guiño de gato, con esas patitas suaves, esa mirada lunar y esa cola pausada? No se puede sólo ser indiferente ni pretender que el mundo no es mejor gracias a los ensueños gatunos, no son pocos los que lo han notado. Además de Bukowski, me viene ahora a la mente la novela El sueño de los gatos, de Edmé Pardo, donde otra vez, no dejamos de preguntamos con qué soñarán los misteriosos, elegantes y etéreos felinos.
En conclusión: quién sabe si los gatos serán seres demoniacos y malignos o, por el contrario, celestes y energéticos, tal parece que la humanidad nunca se pondrá de acuerdo, dado que las opiniones tienden a la polaridad, pues —repito—, así como hay personas que los aman, también hay quienes los odian de plano y, para muestra, recordemos, por ejemplo cuando el Papa Gregorio IX afirmó, en el siglo XIII, que los felinos eran animales diabólicos, lo que resultó en una matanza injusta. Sean, pues, malos o buenos, utópicos o distópicos, no cabe la menor duda de que son bondadosos, seductores, tranquilizantes, inspiradores y, por supuesto, románticos; después de todo, tantos sabios, artistas y mortales amando a los gatos a lo largo de la historia, no podrían estar equivocados.
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Dulcigato >> Fotografía >> Luz Gabriela Díaz
Nidya Areli Díaz (CDMX, 30 de noviembre de 1983) es Escritora, Editora, Guionista y Profesional del Fomento a la Lectura. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, especializada en Teatro del siglo XX, por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Fundadora de la revista literaria digital Sombra del Aire, de la que ha fungido como Directora y Editora desde 2011. Asesora docente y consultora en la profesionalización del Fomento a la Lectura, la enseñanza del Español y la Literatura. Consultora independiente en Redacción, Corrección de Estilo y Proyectos de Investigación. Editora literaria en Ganthä entertainment, casa de creación de contenidos para cine y tv.
Ha impartido conferencias y talleres de Literatura, Creación Literaria y Lectura Crítica para instancias como la Secretaría de Cultura de la CDMX, la Secretaría de Cultura del estado de Hidalgo y el IPN.
Fue investigadora, correctora de estilo y Lexicógrafa en la reedición del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. Obtuvo dos premios en Poesía por el IPN y uno en cuento por el Gobierno de la CDMX.