La libertad nunca es dada voluntariamente por el opresor; debe ser demandada por el oprimido. Martin Luther King, Jr.
Un abismo cubierto de tierra y rocas bien fundamentadas, nuevamente se retuerce y se reacomoda en el comprimido espacio. Conforme avanza, las ondas se propagan, crece el movimiento y en la cúspide un hombre dentro de un edificio vuelve a abrazar su cama. Solloza. Tiembla la tierra y tiembla él. Los cimientos de su cuerpo flaquean, sus músculos repiten el movimiento y la piel se eriza en torno al miedo.
La calma vuelve; mas, algo lo está buscando. No deja de asimilar al agente perseguidor.
Enjuaga sus lágrimas.
“¿Qué hice?”, se pregunta mentalmente.
“No pedí nacer”, refuta.
“Errores por todas partes. Creímos ser la cura y terminamos siendo la plaga. ¿Acaso no nos dimos cuenta? Un momento: sabíamos las consecuencias, supimos afrontarlas. Nunca las resolvimos. Grandes mentes ahogadas en el abismo ególatra del ser. Yo primero y yo después. Grandes mentes, excelentes filósofos, pensadores de épocas, avances tecnológicos de punta y manos creativas. Nada lo detuvo. Nadie quiso detenerse un minuto. El sol sale, cae al atardecer, la luna aparece anunciando la noche y se oculta bajo el sol. Una y otra vez, día a día. Generaciones fueron, generaciones llegaron. ¿Quién resistió los agentes de cambio al final?”, se dijo en un monólogo de pensamientos irrefutables.
Con sutil ligereza, se acerca a la luz que por la ventana se cuela. Más cálido que de costumbre. La hora desconoce, el día igualmente. Fuera de su habitación, el color verde plaga el vecindario. Todo es hermoso, así quisiera verlo y sentirlo; mas la mente le agolpa los recuerdos instantáneos de sucesos intrigantes de un tiempo pasado, no muy lejos, cuando la sublevación llegó.
Se sentó a la sombra de su habitación cuando el poder del sol comenzó a calentar y no pudo acercarse más hacia la luz que atravesaba la ventana minutos atrás.
“Comenzó… con un sismo. Vinieron dos más. Un tercero. No en el mismo sitio. Replicados por todo el planeta. Tembló en todo el mundo. Un primer aviso. Los que perecieron en aquel entonces fueron tan solo primeras víctimas de un suceso narrado por los medios, el último quizá.
Sabemos lo pequeños que somos, ante la enormidad y extensión universal, lo vimos; mas nunca quisimos aceptarlo.
El poder del astro sol, incrementado por una extraña razón sobre nuestra deteriorada y débil fortaleza planetaria, nuestra atmósfera proyectó aquel golpe solar, extendiendo su poder a través de cada rincón terrestre y en su órbita. Nuestras tecnologías resintieron el suceso. Cada uno de los satélites enviados fuera del planeta, navegando en su órbita para nuestro beneficio comunicativo, fueron destruidos por el impacto solar.
Y entonces, comenzó el caos.
La información dejó de correr a través de dispositivos móviles, computadoras o pantallas. Los medios escritos no hallaron forma de imprimir lo que podían visualizar en el mundo. Debías conformarte con la información a través del vecindario.
Las plantas de energía eléctrica fallaron días después. La migración masiva inició.
Llegué a escuchar que los mares enloquecieron, reclamando un mayor espacio y devoraron islas y países enteros. Más adelante confirmaría dicha situación.
Nada cayó del cielo, todo comenzó desde nuestro mismo planeta, al que solíamos llamar hogar.
Más sismos. Las grandes creaciones del hombre se vinieron abajo en instantes, habitadas o no, yacían ahora en ruinas.
Planes de escapes planetarios fueron inhabilitados, no existían las comunicaciones entre los puertos para realizar despliegues de cohetes hacia el espacio. Los que intentaron despegar, estallaron al llegar a la atmósfera tras concluir que el calor en ella había formado una capa impenetrable.
Un susurrante viento en las siguientes noches hizo acto de presencia. Podías sin duda escuchar su mensaje, la naturaleza había hablado.
“Reclamamos el daño. Reclamamos la tierra como nuestra. Reclamamos el universo. Reclamamos nuestra esencia”, lo podías escuchar claramente en nuestras lenguas. La naturaleza nunca se adaptó a nosotros y nosotros nunca a ella. Destruimos sus espacios para nuestro acoplamiento social. Y el golpe fue devuelto con toda la fuerza posible.
Escuché en noches de desvelo gritos de gente arrastrada por el viento. En otros días, las lluvias se llevaron muchas edificaciones hasta hacerlas polvo, con fuerza de enormes rocas de hielo y relámpagos en complicidad con la energía del subsuelo. Panorama aterrador. Y a todo ello, me mantuve tranquilo y en silencio, sollozando en mi habitación.
En el vecindario aun había personas esperando que las cosas mejoraran y al parecer, la situación fue menguando, hasta que una familia intentó salir de su casa, usando su auto como medio de escape. Me asomé por la ventana al escuchar ruido y vi una vasta cantidad de árboles que, arrastrando su enorme follaje, ramas gigantes abriéndose como nuestras propias manos, sostenían, apretaban y destruían el auto, haciendo caer a los pequeños y endebles humanos al suelo. Arrastrándose, intentaron escapar, hasta que un sismo hizo que las fauces de la tierra se abrieran y fueran devorados por el abismo. Luego de aquello, la calma volvió y los árboles aledaños volvieron a su sitio.
Recordé relatos de la destrucción humana, cuentos escuchados en la infancia. Cabe decirles que ninguno mencionó los terrores que ahora describo. No había aquí primigenios, extraterrestres, una raza sobrehumana, un meteorito, explosión o agujeros negros provenientes del espacio exterior. La raza humana pisoteó su origen, su tierra y era hora de que ella reclamase su espacio por derecho natural. Oprimida, buscó en un instante liberar su poder, hasta conseguir librarse del agente opresor.
He subsistido gracias a un consumo mínimo, así como al sigilo dentro de mi hogar, mas, hay ciertas zonas a las que no me acerco después de los constantes sismos y lluvias torrenciales que han barrido el sitio donde solía habitar.
Actualmente, nada funciona. No hay medios de comunicación, servicios de telefonía o energía eléctrica. Tampoco hay redes locales o conexiones inalámbricas. Y no hay persona que se atreva a reiniciar dichos servicios, o a reconstruir la infraestructura. No tengo noticias de nada ni de nadie, solamente lo que llego a observar a través de la ventana, y eso en escasos minutos. Sé que ella me acecha. Busca en algún momento un sentimiento de flaqueza para que salga en busca de alimento y hasta ahí llegue lo que he estimado como “mi vida”.
Considero en este punto, las condiciones climáticas suficientemente calmadas, lo que me lleva a pensar que la enorme población humana ha sido reducida en su mayoría y que solo algunos “inteligentes” (si así puedo catalogar mi situación), acertamos en ocultarnos de los cataclismos; mismos que fueron creados por nuestra especie. No debe extrañarnos la respuesta natural.
Días calurosos, tardes lluviosas y torrenciales caídas de granizo, noches frías con el viento sigiloso y mortal; la naturaleza se vale del clima para vigilarnos, se mantiene alerta ante cualquier aparición de nuestra especie y así, la verde vorágine sea lo último visto por el hombre.
Si hay aún, vida humana que comprenda este escrito, si el futuro existe para nuestra estirpe, este documento quedará como testigo de nuestros errores, mismos que no deberán cometerse a futuro. La libertad no debe ponerse a prueba nuevamente. Redacto este documento antes de que el invierno toque a la puerta de nuestras vidas, el cual se siente por las noches cuando el viento atraviesa el vecindario.
Ya viene y sé que alrededor de mí no quedará nada enterrado bajo la avalancha de nieve, preparada como el telón final de nuestros actos malévolos para con el planeta.
Luego de este escrito intentaré salir en busca de alimento, aunque sé que fuera aguardan sus verdes colmillos o el viento resonante, también la tierra hambrienta esperando abrir sus fauces o, para mal, el enorme astro sol y sus rayos magnificados por la dañada atmósfera. El cielo rojo me espera, imaginarlo azul nunca es suficiente, nunca fue azul para mí, grisáceo su color en mis ojos dañados por la contaminación.
Espero alguien sea aún testigo de mi carta y los sucesos ocurridos. No puedo volver el tiempo atrás, el hombre nunca lo inventó y cuando quiso hacerlo, lo golpearon en el rostro tan fuertemente que ninguno de sus inventos pudo detener el cataclismo y el intelecto.
¿Libertad? ¿Qué es la libertad?
Bueno, al abrir la puerta y mirar los verdes follajes, un viento tranquilo, un cielo con tintes varios y ¡oh! ¡el sol y sus rayos! Respiras tranquilidad. El agente destructor se ha reducido a nada, el paraíso existe para ellos sin necesidad de los humanos.
Me aterra salir tras escuchar y observar el vacío de mi especie…
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El juicio final >> Jheronimus Bosch (el Bosco)., Países Bajos, 1450-1516.
Jezreel Fuentes Franco (Lord Crawen) nació el 29 de Junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional; desafortunadamente, su pasión por la literatura y la música lo lleva a formar parte del taller de creación literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán y del taller de creación literaria impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en 4 obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de “Literatura del horror” en el auditorio del centro cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante”. Actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.