LA VORÁGINE, DE JOSÉ EUSTASIO RIVERA

por Nidya Areli Díaz

REGIONALISMO Y DENUNCIA SOCIAL

Por Nidya Areli Díaz

La vorágine de José Eustasio Rivera (San Mateo, hoy Rivera, 1888 – Nueva York, 1928) es una novela perteneciente a la corriente literaria denominada como regionalismo. De estructura cerrada, está compuesta de un cuerpo de tres partes, el prólogo y un epílogo. Trascurrida la trama entre el llano y la selva colombiana-argentina, se ubica en el tiempo a principios del siglo pasado. A manera de memoria, el protagonista cuenta la historia de su infortunio; narrada en primera persona, además de denunciar las condiciones precarias en que viven los caucheros de la época; describe de una forma cruda y realista el paisaje y los sucesos proveedores de la atmósfera casi mística en que se desarrollan los acontecimientos.

La vorágineLa vida del llano presentada en la primera parte se muestra hostil e injusta; en medio de una miseria en que la gente se ve obligada a emigrar a lugares del todo desconocidos en busca de mejorar sus condiciones de vida, se propicia la trata de personas como forma renovada de esclavitud. Encontramos escenas en donde predomina la ley del más listo, no es extraño el timador, hombres que arriesgan la vida en la captura de ganado, donde habitan además tribus de indios bárbaros, pero más salvaje es quizá el mestizo insistente en exterminar a sus compañeros de territorio. Con frecuencia se encuentra el lector —en un tono siempre reflexivo—, frente al dilema existencialista del narrador: “Mi sensibilidad nerviosa ha pasado por grandes crisis, en que la razón trata de divorciarse del cerebro. A pesar de mi exuberancia física, mi mal de pensar, que ha sido crónico, logra debilitarse de continuo pues ni durante el sueño quedo libre de visión imaginativa […]”.

Arturo Cova es un renegado, un hombre que piensa demasiado, y ese es su pecado peor y el elemento desencadenante en su tragedia; es el buscador infatigable que, eventualmente, liberará a sus coterráneos del embaucador: “hijo infame de la patria” (256) Fuerte, culto de futuro prometedor: “[…] Los que en un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaría extraordinariamente […] y se pregunten por qué no fui lo que pude haber sido […]”, en una especie de acto de rebeldía ha de renunciar al hartazgo de la estabilidad, su pretexto será el amor, o acaso la ilusión de encontrarlo. Su mujer, Alicia, en un estado de abandono emocional, temerosa de ser dejada a su suerte, insegura del porvenir, será seducida por Barrera, un tratante quien la arrastrará embarazada a abandonar a su hombre; Cova iniciará así una persecución por la selva colombiana colindante con Venezuela, ha de llegar a este territorio a ser testigo de los embates e injusticias hacia sus compatriotas, la selva devora al hombre de la misma forma en que ésta es engullida por el hombre, el cauchero extrae la sabía del árbol que poco a poco irá mermando la sangre del cauchero.

El lugar envuelve a los hombres hasta el borde de la locura, la alucinación se hará presente, los árboles van a cobrar vida; es acaso un atisbo del realismo mágico, estamos ante lo real maravilloso en esta selva abrasadora de muchas realidades, cimentada y abonada por la perdición y la sangre de un sin fin de almas. La selva es así una musa, digno objeto de poesía para el narrador: “¡Ah, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde?”. Arturo Cova se precia de la valía de su existencia, el arrojo que ostenta se hace patente a lo largo de su relato, pareciera querer en primer término demostrar una superioridad inefable, el garbo y arresto con el cual dispone de sus compañeros, quienes han de seguirlo a pesar de encontrar la muerte y extinción en el camino. Los indios habitantes de la jungla aparecen sin credo, sin ideología, con ningún otro dios que el verdor de la maleza y los totémicos árboles; mujeres mugrientas que andan desnudas en medio de la exuberante vegetación, hombres que cazan en silencio a propósito de una advertencia legendaria, mitos que levantan y siembran sus pasos a la realidad, plasmándose en el fango en la evocación de criaturas extrañas.

Don Clemente Silva es también un personaje de la selva, conocedor de la musa devoradora, con los huesos de su hijo a cuestas, esclavizado al trabajo perpetuo en la promesa de los muertos honrados con el santo sepulcro. Clemente será el sobreviviente, en el hallazgo y rescate de las memorias de Arturo Cova, va a hacerle el grandísimo favor de no dejarlo morir del todo, de permitirle vivir en la memoria colectiva de la patria en su palabra misma. Viejo, ulceradas las piernas, casi en los huesos, indefenso a simple vista, es el legendario guerrero con la fuerza necesaria para sobrevivir en la intrincada maraña verde. Los huesos de los muertos son sagrados, simientes que al postre se perderán arrojados al río.

En La vorágine ambas caras de la moneda han de padecer por igual, la Turca igual que el Váquiro o cualquier otro explotador, vivirán en situación precaria tanto como sus esclavos, pese a su afán por la opulencia: “Delirantes de paludismo, se despojaron de la conciencia, y, connaturalizados con cada riesgo, sin otras armas que el Winchester y el machete, sufrieron las más atroces necesidades, anhelando goces y abundancia, al rigor de las intemperies, siempre famélicos y hasta desnudos porque las ropas se les pudrían sobre la carne”. Es embrujadora la jungla, quien la abandona no tardará en volver a morir en sus brazos consumido por la fiebre. Se hacen interminables las gestiones en defensa de los derechos humanos que abogan por una vida más digna para el esclavo cauchero, el embajador ausente, el comisionado de supervisión incapaz, ciego a la inopia de sus conciudadanos. La desaparición del francés que en un intento por denunciar la situación inhumana del mestizo, firmó su sentencia de muerte. La corrupción del país pobre, perdido en la miseria espiritual de sus propios gobernantes se manifiesta en el comportamiento de las autoridades.

Arturo Cova al final es devorado por la divina musa, la selva se lo traga junto a su descendiente y a su mujer, acaba con toda posibilidad de gloria; se diluye al olvido la ambición del protagonista, más es ella misma quien le ha proporcionado el material en vivencias para escribir su denuncia, para convertirse en el héroe liberador, son ella y el llano —pasos de su infortunio— quienes lo colocan frente a la realidad evidenciada en sus escritos. Es obvio el necesario uso frecuente cuando no del diccionario, del vocabulario incluido en las últimas páginas para leer La vorágine, los regionalismos propios del territorio impiden una lectura fluida o de fácil ejecución. Mas en la musicalidad de las palabras también se manifiesta la poesía y se extiende acaso el panorama en la visión de la vida. En La vorágine encontramos un esbozo del realismo mágico que vendrá después, los sucesos extraordinarios propios del lugar propiciatorio han de manifestarse en los diferentes momentos de la narración. El relato más bien de carácter epistolar será el testimonio de quien a la vera de la aventura perderá la vida. Si bien Arturo Cova es el personaje principal, podemos afirmar que el paisaje viene a ser el personaje central, en cambio no me atrevería a aseverar que se trate sólo de la musa hipnótica que es la selva, pues una tercera parte de la obra transcurre y habla del llano que también ostenta importancia suprema.

José Eustasio Rivera manifiesta en ésta su obra, una visión en lo que a las condiciones de su patria refiere, ya se sabe que es un hombre que en expedición por la selva para la delimitación del territorio de Colombia, fue testigo y receptor de las historias de los caucheros, padeció también los estragos e incompetencias de la burocracia, en fin que el alimento principal del escritor es la vida misma; no es extraño el realismo del cual hace uso el narrar, lo vívido en partes que impresionan al lector por su crudeza, la desesperación del extraviado en aquél mundo verde e inhóspito.

FUENTES CONSULTADAS:

Gran enciclopedia Espasa. Vol. 5, 17. Bogotá: Espasa Calpe, 2005.  2848-2855, 10168.

Prologo. Doña Bárbara. Rómulo Gallegos. México: Editores Mexicanos Unidos, 2001.

Rivera, José Eutasio. La vorágine. México: UNAM, 1972.

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