LA TRANSFIGURACIÓN YAVIN 3/4

por Lord Crawen

LA TRANSFIGURACIÓN

¡Dime cuál es tu nombre en la rivera de la noche plutónica! Y el cuervo dijo… (El cuervo-Edgar Allan Poe)

Comprender la historia contada por los Yavin no le era suficiente. Cabos sueltos por todas partes. ¿Tenía algo que ver Siloh en todo esto? Pestañeaba, intentando fotografiar los momentos frente a él, con la mujer de color en la habitación roja. Ella hablaba, mas Siloh no entendía nada de lo que decía o hacía. No pudo conciliar el sueño de manera confortable. Los eventos se repetían, cada uno más fuerte al anterior. Transitoria mentalidad en su juventud, sin poder esclarecer los eventos ocurridos desde la llegada a casa de los Yavin. Un deseo atravesó sus pensamientos; volver al orfanato con la madre Urpin y los chicos, trepar a los árboles y quedarse sin dormir hasta tarde, leyendo los libros de los enormes estantes. Los adultos eran figuras retóricas, no le importaba convertirse en uno a futuro.

Salió de la habitación roja sumamente confundido, y esperó en el mismo sillón de los días anteriores; mientras los Yavin, con el rostro cansado, ingresaron para hablar con la mujer de color. Más de la mitad del lugar ya tenía color carmín. Al pintor no lo halló por ninguna parte, tal vez era demasiado temprano para que iniciara sus labores.

¿Quién era el niño de la fotografía?

Se perdió en el calor material del sofá, abandonando su realidad.

—Buu ahí, rima con…

De vuelta en la habitación en casa de los Yavin. Otra vez en sueños, sabe lo que vendrá. No se encuentra listo mentalmente, ahogado en preguntas y en cansancio, cualquier cosa en ese momento podría vencerlo. Suspiró levemente y salió del cuarto.

Aguzó su mente ante cualquier sonido que pudiese molestarlo, para atacar o correr; la segunda opción era más viable. Si pudo salvarse recordando el enorme mueble, podría soñar que tiene un arma u otra forma de escape ante cualquier vicisitud creada por un ente exterior al sueño.

Escuchó cantar a una mujer, caminó directo a la habitación donde duermen los Yavin. A través de una pesquisa en la puerta, observó a Sonia Yavin bailando con ritmo en medio de la luz refulgente del sol. Se llevó las manos al abdomen. Sonreía. Juventud refulgente en la figura de Sonia. Un pequeño niño saltó de la cama asustando a Siloh.

—Ellos no pueden verme, no saben que estoy aquí —se dijo Siloh y continuó observando la escena.

Ningún matiz oscuro ante la escena, todo era felicidad.

—Robert Yavin, no brinques de la cama o te vas a golpear muy fuerte —dijo Sonia al niño.

Robert salió de la habitación y Siloh fue tras él. Cada paso del niño, como si fuese un efecto elástico, alargó el enorme pasillo de la casa. La pesadilla había vuelto, Siloh se preparó.

—Siloh… Siloh… Buu ahí, rima con…

—¡Siloh, ya llegamos! —le dijo Jaime despertándolo.

Atravesó un túnel de tiempo durante su largo sueño. No podía comprender su extensa somnolencia. Siloh corría todo el tiempo y sin cansarse; ahora en cambio dormitaba la mitad del día.

—Las noches se hicieron para dormir, jovencito, el día es para disfrutar. Vamos, entra a casa, si tienes sueño ve a la cama.

Jaime Yavin se mostró menos molesto. A Sonia no la vio descender del auto. Tenía muchas preguntas todavía. Cuando llegó a la puerta de la casa, Jaime lo alcanzó para abrir la misma.

—Señor Yavin, ¿ustedes tenían un hijo? ¿Cómo se llamaba?

Jaime dejó por un momento de dar vuelta a la llave. Un sonido seco detuvo la maquinaria de la cerradura y el silencio, incómodo, volvió. Jaime se dejó caer hasta el rostro de Siloh.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo veo en sueños. Lo vi en una foto. La señora Yavin estaba gorda. La madre Urpin me dijo que cuando una mujer estaba gorda era porque probablemente tenía un bebé adentro…

—¡Siloh, basta! —espetó Jaime.

Un destello atravesó la mente de Jaime y recorrió el cuerpo con facilidad. Para contarle la historia necesitaba mucho tiempo, el cual de momento no tenía.

—Siloh…, es una historia muy complicada. Por eso es que tú estás aquí con nosotros. Tratamos de iniciar una nueva vida, pero no nos permites entrar a tu mente y corazón. Necesito un descanso, sólo eso pido. Desde tu llegada hemos estado al pendiente de ti, necesitamos que recapacites y olvides, podemos formar una familia los tres, empezar de cero. ¿Crees que puedas ayudarme a… dormir?

A Siloh le pesaban los párpados, la mente y el cuerpo comenzaron a hacerse hacia atrás. En un último instante sintió los brazos cálidos de Jaime Yavin sosteniéndolo. Entrecerrado el ojo derecho, vio el interior de la casa, muchas luces por todos lados y a Sonia en un vestido rojo al fondo de la habitación. Siloh pesadamente cayó, antes, escuchó a Jaime decir:

—Duerme, Siloh, pronto tendrás respuestas, Bob te ayudará…

De vuelta al dormitorio en el orfanato. Alguien llama a su puerta. Está en un sueño, lo sabe y no va a abrir. Un par de pies fuera corren por el pasillo y descienden velozmente las escaleras. Otra vez, el llamado a la puerta.

—¡Pequeño Siloh, es hora de salir, alguien quiere verte!

Era la madre Urpin. Volvió en sus recuerdos al instante en que los Yavin acudieron al orfanato a conocerlo. De un salto, salió de su cama y abrió la puerta. El silencio y la nada inundaron el largo pasillo. Bajó las escaleras. Sólo una puerta color carmín.

—¡Ven, no temas!

Una pequeña mano rozó su hombro y en un sobresalto Siloh miró a su derecha y ahí estaba el niño Yavin.

—Él me dijo que no tuviéramos miedo, estaremos bien si entramos ahí —le dijo el niño.

—¿Eres el hijo de los Yavin? —preguntó Siloh.

—Soy Robert Yavin, mi mamá me dice Bob Yavin. “Buu ahí, rima con Bob Yavin”, es un juego que inventamos mamá y yo —le dijo el pequeño.

—Entonces tú has estado llamándome en sueños —espetó Siloh.

—¿Yo? No. Es él. No me ha dicho su nombre. No se deja ver, es como una sombra. Nos ha llamado a los dos. El lugar en donde estuve no era bonito. Me dijo que si vamos con él, tendremos un lugar cálido para vivir.

—No te creo nada. Me has perseguido en mis sueños, me asustas. Y de seguro estás muerto, porque los Yavin te ocultan.

—Sí, estaba muerto, en un lugar frío y gris. Ahí van muchos niños. No puedes jugar mucho tiempo, vagas en un espacio gris todos los días, como días nublados. Él me dice que mis papás tratan de encontrarme, mas no es la forma correcta, pero viene a ayudarnos a los dos.

—¿Quién es él?

—Tú ya lo conoces más que yo, al menos dices que lo has visto.

La puerta color carmín se abrió. Un mar rojizo en el pasillo llegó hasta los pies de los niños, asustándolos. El lugar los devoró.

Siloh despertó en quietud total. Estaba sobre el sofá de siempre, solo. A un costado, la puerta de la mujer de color. Ya no tenía nada que perder y la abrió. En el interior no había nadie, sólo un espejo. Al acercarse, no vio su reflejo, sino a Bob Yavin del otro lado. Intentó atravesarlo, le gritó, mas no pudo escucharlo. Una música proveniente de algún sitio empezó a hacerse repetitiva; ritmos de tambores por todos lados. Velas se encendieron por toda la habitación, una a una. Iluminaron el sitio aquel. Siloh desconcertado, corrió por toda la habitación en busca de una salida.

—Va a terminar pronto, niño, va a terminar pronto. Vendrán conmigo. Sus padres, no saben nada sobre cariño —le dijo una voz.

La reconoció en ese momento, era quien le repetía “buu ahí”.

—¿Qué quieres?

—Nada. Hay quienes quieren algo, mas no lo obtienen por falta de pasión y conocimiento. ¿Quieres ver? Acércate al espejo.

Siloh tenía miedo. Del otro lado estaba Bob Yavin, quien temeroso, lo saludó. Con su mano, lo invitó a acercarse. Lentamente, Siloh fue a donde el espejo, extendió la mano y un destello de luz, desde el interior dimensional, reventó la escena, la atmósfera y el espejo. Una implosión se produjo y Siloh despertó.

—Bob cariño, ven conmigo —dijo Sonia Yavin.

En un breve instante de conciencia, Siloh miró a su alrededor. Un entorno rojo, lleno de músicos y tambores. Velas por todos lados. Jaime Yavin, imponente, parado frente a él. La mujer de color bailaba. Siloh empezó a sentir que algo lo arrastraba fuera de su conciencia. Y ahí lo vio frente a sus ojos; él, la sombra, “buu ahí”.

—Ven conmigo, niño, a un lugar seguro, ellos no te quieren aquí.

Siloh se resistía. Sentía su cuerpo como goma. No, no era su cuerpo, era otra cosa, porque pudo voltear su rostro y verse acostado sobre el suelo, dormido, debajo de muchos símbolos y velas. Asustado, se aferró a la sombra y se dejó llevar. Aquel abrazo extendió una vibra sobre los presentes, quienes callaron.

—¡Nadie abandone sus sitios! —dijo la mujer de color.

Y Siloh, abrazado por él, la enorme sombra, se dejó llevar. Viajó por el espacio de un sueño anterior, una enorme y silenciosa oscuridad. Sentía una gran calidez y paz. Durmió. No sin antes observarse descender hasta su cuerpo.

 

IMAGEN

Gargantua y Pantagruel >> Gustave Doré., Francia, 1832-1883.

Jezreel Fuentes Franco (Lord Crawen) nació el 29 de Junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional; desafortunadamente, su pasión por la literatura y la música lo lleva a formar parte del taller de creación literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán y del taller de creación literaria impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en 4 obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de “Literatura del horror” en el auditorio del centro cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante”. Actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T. I.

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