Por César Abraham Vega
Le pediste que no los leyera en ese instante y él accedió muy fácilmente, no dio muestras ni de la más minúscula curiosidad, sólo dejó el folder ahí, sobre la mesa, y volvió a lo suyo sin concederte ni un vistazo de soslayo. Te quedaste fría delante de la mesa, seguro que te sentías morir de anticipado y eso que aún no llegaba la hora para morirse de contado. Todo marchaba conforme al plan y, sin embargo, te diste cuenta en ese puro instante, de que no todo estaba saliendo como lo habías imaginado. ¿Acaso en tu corazón brillaba una trémula llama de ilusión traidora? Tal vez esperabas que Juan revisaría los papeles en aquél momento y que tu carta suicida se asomaría cayendo al suelo y, a lo mejor, la levantaría con la diligencia que no tuvo al recibirte, y quizá creíste que la leería crispando cada línea de su rostro y, con el espíritu desencajado y ahogándose en sus gritos, imaginaste que se allegaría a ti tropezando con cada cosa que había en ese despacho; te tomaría entre sus brazos con una desesperación equivalente a la de un loco, igualita que la tuya… —¡Marga, no! ¿Pero qué haces? ¡Mi niña, estás loca! ¿Pero qué estás tú pensando?— supusiste que te gritaría mientras te abofeteaba rudamente los cachetes para después, con besos temblorosos, consolarlos.
Pretendiste enloquecida en tus ensueños que tal vez Juan confesaría que reservaba para ti, en sus adentros, un secreto amor ardiente y mutilado por la traición que no podía fraguar contra su esposa, pero ahora que todo aquello estaba develado, podrían elegir la rauda fuga y no parar de huir hasta la playa donde pudieras hacerle el amor como pantera; fantaseaste con vivir en una casa de huéspedes habitada solamente por ancianos, o por agentes viajeros demasiado atareados para ocuparse de ustedes o para indagar quiénes eran, averiguar lo que tenían o saber en lo que andaban. Imaginaste los domingos telefonearle a la esposa y pedirle que les disculpe, decirle que la quieren mucho y la extrañan tanto, suplicarle que no esté triste y prometerle que en unos años, y si no la contraria la pena, la llevarían a vivir con ustedes, claro que ella en otro cuarto. Y soñarías que después de la cena saldrían a perseguir las luciérnagas en las penumbras del campo. Juan y tú de la mano, y detrás de ustedes vendría, tu dulce amiga Azulita, muy feliz y canturreando.
Pero no fue así, no dijo nada, apenas y te miró a los ojos, difícilmente cruzó palabra, y con indolente deferencia depositó la carpeta ahí, sobre la mesa, cuando tus palabras aún flotaban en el aire —No lo leas ahora…— y en ese momento te pareció que en tu carpeta amarilla, junto a la carta y tu diario, le dejabas tu corazón doliente y herido, y él lo colocaba ahí sin inmutarse, completamente ignorado.
Aseguras que Juan no tuvo la culpa pero de sobra conoces su maldita maña de vivir entre las nubes. De entrada supiste que no era una buena idea acudir a él después de todo…, y te atemoriza pensar cómo es que los caminos se te fueron cerrando de esa manera tan vertiginosa, te sientes tan tonta, tan sola, tan culpable y tan vergonzosa; quisieras olvidar a lo que este amor te ha ido orillando, olvidar que en tu afán por agradarle te pusiste a robar de bibliotecas todas las Almas de Violeta y las Ninfeas que conseguiste y que Juan Ramón detestó haber publicado, sólo para que él mismo los quemara tan pronto le hubieras hecho las entregas… Una sombra de pena te empañó los ojos y recordaste algo que escribiste para él en ese diario “…Si tú no pudieras vivir sin mí, no sobraría, pero como sobro, lo mejor es irme… y para morirse cuando se es joven… pues hay que matarse…”. Si Juan hubiera leído aquello, esas mínimas tres líneas, no hubiera permitido que salieras del despacho…
El encuentro con Juan fue fortuito, tus intenciones fueron otras, y esa mañana temprano, telefoneaste a Azulita, le dijiste que tenías un asunto muy urgente entre las manos, pero ella no podía atenderte, al menos no hasta que la tarde ya fuera declinando. No podías esperar tanto, el tiempo en tu estado era un gran lujo, y sin embargo estabas segura de que Azulita hubiera desmantelado tus planes en unos pocos minutos, pues en el mismo instante de verte no hubiera desestimado tu semblante taciturno, inmediatamente hubiera sospechado sin vacilar en hojear el contenido de tu folder amarillo. Tal vez tú bien lo sabías y por eso la buscaste desde el principio. Tal vez ponías tus esperanzas en su intuición femenina que no pudo acercarse a ti, y los caminos se cerraron.
Tras el silencio de Juan, todo quedó perdido, era tal su abstracción que, cuando alzó la mirada de nuevo, tú ya tenías mucho rato de haberte retirado; las lágrimas apenas te dejaban ver las calles, los peatones creían que estabas loca, estuviste a punto de ser arrollada en dos ocasiones y después de mucho vagar en sinsentido, llegaste al taller y en la media luz de la tarde que se colaba por las ventanas, tomaste la maceta y destruiste las esculturas que eran todo el trabajo de tu vida; saliste a la calle y un poco más calmada diste un pequeño paseo por El Retiro, y con mucha frialdad te dispusiste a seguir tu plan cual fue trazado.
Paraste un taxi al ir calzada abajo; pediste tu destino hasta Las Rozas, llegando al chalet preguntaste en recepción por alguno de tus tíos, no estaba ninguno pero el encargado te ofreció una habitación y te ingresaste. Sacaste la pistola del pullover, pusiste las tres cartas en la mesita de noche: “Para mi hermanita Consuelo”, “Para mis padres”, “Para Zenobia” se podía leer en cada sobre. Te sentaste muy al filo de la cama y con un solo tiro terminaste con los veinticuatro años de tu vida y con tu amor inapelable por un poeta casado de cincuenta y tantos años…
Zenobita… VAS A PERDONARME … ¡Me he enamorado de Juan Ramón! y aunque querer … y enamorarte es algo que te ocurre porque sí, sin tener tú la culpa … a mí al menos, pues así me ha pasado … lo he sentido cuando ya era … natural … que si te dedicaras a ir únicamente con personas que no te atraen … o te repugnan … quitarías todo peligro … pero eso es estúpido; … en fin me he enamorado de Juan Ramón … y siendo tu amiga … aquí ya está mi culpa … le he dicho … que le quiero … … y le he pedido que se case conmigo; … … ¡estaré loca! …………………….. pero como él … te quiere ¡te quiere!… pues me ha dicho que NO … que nunca … … perdóname … porque si me hubiese dicho que sí … ¡ay! … a pesar de que la idea de amistad es para mí sagrada … … y tú eres mi amiga … y de verdad te quiero mucho … y me gustas mucho … … pues … ¡con ser todo eso tanto! … yo habría pasado por todo … por todo lo que fuese preciso … pero claro como soy yo sola a querer … … creo mucho mejor ¡matarme! ya … que sin él no puedo … … y … con él no puedo … … perdóname Azulita … por todo lo que si él quisiera yo habría hecho. […]
Me he matado porque no podía ser feliz… y no quería no serlo […]
Marga
Fuentes consultadas:
“ALGUIEN”. El diario secreto de Marga Gil Roësset, la suicida enamorada. Algún día en alguna parte. [en línea]. 21 de enero de 2015. [fecha de consulta: 15 de mayo de 2016]. Disponible en: https://algundiaenalgunaparte.com/2015/01/21/el-diario-secreto-de-marga-gil-roesset-la-suicida-enamorada/.
GIL ROËSSET, Marga. JIMÉNEZ MANTECÓN, Juan Ramón (ed.). CAMPRUBÍ AYMAR, Zenobia (comp.). Marga. Sevilla, Fundación José Manuel Lara. 2014. 96 pp.
IBÁNEZ, Santiago. Prisionera de un amor letal. Diario de Burgos [en línea]. 9 de febrero de 2015. [fecha de consulta: 13 de mayo de 2016]. Disponible en: http://www.diariodeburgos.es/noticia/Z2DD3EE8E-B8EE-5DD5-E748F7C6801EBE67/20150209/prisionera/amor/letal.
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MARTÍN RODRIGO, Inés. Marga Gil Roësset: Diario de su amor imposible hacia Juan Ramón Jiménez. ABC [en línea]. 24 de febrero de 2016. [fecha de consulta: 15 de mayo de 2016]. Disponible en: http://www.abc.es/cultura/libros/20150124/abci-marga-juan-ramon-diario-201501231936.html.
MORENO, Arancha. Cuando Juan Ramón Jiménez no leyó a Marga. La Gaceta [en línea]. 9 de febrero de 2015. [fecha de consulta: 14 de mayo de 2016]. Disponible en: http://gaceta.es/reportajes/juan-ramon-jimenez-leyo-marga-09022015-0131.
PALAU DE NEMES, Graciela. Nuevos datos inéditos sobre el suicidio de la escultora Marga Gil Roesset (1908-1932) por amor a Juan Ramón Jiménez. Actas XIV Congreso AIH (Vol. III).Recuperado el 15 de mayo de 2016, del Sitio web del Centro Virtual Cervantes: http://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/14/aih_14_3_050.pdf.
TRAPIELLO, Andrés. Platero al fin. Hemeroflexia [en línea]. 7 de febrero de 2015. [fecha de consulta: 13 de mayo de 2016]. Disponible en: http://hemeroflexia.blogspot.mx/2015/02/platero-al-fin.html.