Creo que hoy es uno de esos días en que me voy a hacer daño. Quisiera salir de mí, pero esta camisa de fuerza, que es mi propio cuerpo, me lo impide. Se manifiesta en un espasmo en que me rempujo, desde el interior, y que desde fuera parece una contorción corporal. La sensación provocada por el estiramiento de mis extremidades satisface la necesidad de dolor. Sé que soy luz, pero me debato entre onda y partícula. Y no puedo ser enteramente onda porque el cuerpo me sujeta y me desvanecería sin él, y no puedo ser enteramente partícula, porque dejaría de sentir el infinito al interior. Entonces persisto en mantener la emulsión y conforme el día transcurre, en un performance para ser concebido en el mundo, a veces logro un poco de equilibrio.
Espero, con el estómago vacío, sufragar mi necesidad apremiante. Estoy parado tras un barandal, frente a un mural pintado con personas que desconozco y que me hablan de sus vivencias. Yo también les expongo las mías. Visto desde fuera soy un individuo infeliz, riendo y dialogando a gritos con los seres inexistentes de una pared. Las imágenes de dos dimensiones convienen a mi criterio; ellas saben lo que es ser una pared cualquiera. Visto desde dentro sí soy feliz, aunque los que me compadecen no lo vean. Me miran como no queriendo esta locura, pero lo que no saben es que esta “locura”, me hace sensible a las cosas que no se ven a simple vista. Puedo, por ejemplo, reconocer la maldad humana, golpeando fuerte, por mi terquedad de ser; la he sentido corporalmente.
Yo también soy humano, además de luz, y dejo que el odio me colme y grito. Entonces todos me temen, sin saber que, al igual que ellos, estoy hecho de miedos. El calor de la ciudad es mucho y se pierde el control con facilidad. ¿Y cómo quieren que no esté enojado, si el día que fui puesto preso me hicieron daño? Por eso me resguardo cuando veo oficiales y oculto lo que llaman locura, aunque mi vestimenta me delate y tenga que correr con el miedo a cuestas. Hace tiempo que me rendí, dejé de pedir comida y me encomendé al trabajo cualquiera: barrer banquetas, limpiar carros. Ni siquiera recuerdo por qué salí al mundo, pero sigo vagando, sin rumbo fijo.
Recuerdo a los que esperan por mí, los llevo en el corazón y se los expongo a quien pregunta por ellos y sonrío por el recuerdo de sus caras en mi mente, pero además de mi mente, no sé dónde encontrarlos. Fui expulsado de un lugar que no hablaba mi lengua, y puesto en esta frontera de fríos, calores y movimientos telúricos. No, no es de aquí mi recuerdo, pero mi locura no me permite regresar. Hace un par de días que me desalojaron de la vivienda que moraba. En pocos días pasó de ser un lugar deshabitado, a dos casas blancas de doble piso que renacieron del polvo, donde yo nunca podré vivir. Después de todo no soy invisible, pero sí un objeto de desecho, que aún no muere, pero que, a la buena de Dios, no sabe cómo sobrevivir.
Me tengo que conformar con que el sol sale para todos y que nada es cierto, sino el hambre que siento por vivir y me mantiene. Para el hambre no soy una ausencia. Tendré que moverme y renacer, también, una vez más en cualquier parte. Me acordaré de aquella persona que ahora tampoco está, sino en mi pensamiento, con la que amistaba. ¿Estaré yo en sus letras? Cuando levante la vista y vea las casas de doble piso, en mi ausencia, espero no sienta tristeza y que en vez de eso piense que estaré, quizá no sano y salvo, pero sí en otro sitio intentando permanecer entre la onda y la partícula, para seguir siendo luz como la que emana en uno y cada uno de los que pueden alcanzar la paz mental.
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Longitud y masa – Tiempo no >> Óleo sobre madera >> Alias Torlonio
Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.