Su presea a la veteranía cabal en la Tercera Guerra Interplanetaria nunca había lucido mejor. Frente a tantas cámaras, micrófonos y holotransmisores, Fernández sentía un doble orgullo que emanaba desde el uniforme, especialmente desde el lado izquierdo de su pecho, donde pendía centralmente su querida medalla. En su mente no había sido la benevolencia y la labia de Velázquez lo que le habían granjeado su nuevo puesto: era el primer Adelanatado de Nova Centauri porque el gobierno y, lo que era más, el pueblo de los Estados Unidos Libres de México al fin le reconocían sus méritos en la Tercera Guerra al poner en sus manos la tarea de conquistar un nuevo mundo para la patria.
Además de él y de Velázquez, al nombramiento presencial asistieron el Presidente, el Secretario de Estado, el Embajador Interestelar, un puñado de senadores de primer orden y otro de generales del ejército, que no dejaban de escrutar envidiosos la juventud y las palancas de Mariano. Pero él nada sentía de aquellas miradas, porque su mente, si no era con saludos, felicitaciones y demás zalamerías que alimentaban su ego, sólo se permitía distraerse con otra cosa: la perenne y ausente imagen de Aurelia. No verla tomada del brazo de Velázquez era una tortura y un alivio a la vez: no tenían que cargar la cruz del disimulo, pero tampoco intercambiarían miradas y confidencias con los ojos. La misión estaba pronta a comenzar, aquellos podrían ser sus últimos momentos juntos en décadas y no creía que Aurelia, a pesar de los problemas con su marido, hubiera desistido tan fácilmente de convencerlo para que la llevase a su recepción de Adelantado. La situación era ya extraña, pues no había podido hablar con ella desde hacía diás, no sólo mediante la intranet, constantemente monitoreada, sino tampoco mediante un mensaje de Neriela. Su Teniente le había asegurado que lo que contenía aquella caja de joyería era todo lo que la señora le había entregado y Fernández no tenía motivos para dudar de su palabra, al fin y al cabo era su subordinada y la sabía perdida por él desde la academia, siempre fiel como un perro hambriento recién recogido de la calle.
Aunque a Fernández no le gustaba realmente pensar así de su subordinada; no, ella era una santa, lo había sacado de tantos apuros sin hacer ni una sola pregunta. Ese mismo día la recompensaría por tanto. Su nuevo cargo le daba la potestad de elegir a sus segundo y tercer oficiales, y era una decisión que se debía hacer pública presencialmente ante medios nacionales también. El Mayor sentía algo de vergüenza al no haber considerado de cajón a su fiel Neriela como su primera oficial, pues sospechaba que su timidez podría ser un tanto riesgosa en momentos de guerra, después de todo ella carecía de experiencia bélica real, mas, por otro lado, no dañaría tener a una incondicional subordinada femenina en una larga empresa militar llena de testosterona. Al final, fue el asunto de su medalla M3 lo que terminó por convenserlo. Aquella noche la decisión estaba ya tomada ante sus superiores, sólo faltaba que él mismo la anunciara.
—Sin más preámbulos, me honra presentarles oficialmente a la primera oficial de la Quetzalcóatl I, la Capitana Maríalupe Neriela.
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Rafael Alejandro González Alva nació en la Ciudad de México en 1993. Es Lic. en Diseño por la Universidad Autónoma Metropolitana y Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha trabajado en empresas y proyectos relacionados con el diseño gráfico y la literatura, de entre los que destaca haber sido parte del grupo de trabajo del PAPIME “Leliteane. Lengua, literatura y teatro en la Nueva España”, dedicado a la difusión y estudio de las letras novohispanas. Actualmente cursa el XVI Diplomado de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, que imparte el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura desde 2010. En 2020 comenzó a publicar verso y prosa breves en medios digitales.