Desde su último viaje a Marte, el Mayor Mariano Fernández había subido unos 10 o 12 kilos. Pero igual no era que importase mucho en aquel planeta, pues su inclusiva gravedad se encargaba de hacer un poco más iguales a todos los hombres. No obstante, estaba un poco preocupado, pues Marte era sólo una escala y no sabía si tendría ese mismo privilegio en el nuevo mundo que se le había encomendado, de parte de lo más arriba de los que están hasta arriba, conquistar en nombre de México. La Suave Patria, los Estados Unidos Libres de México, por fin tendría su tan esperado jacalito interestelar donde reverdecer la cultura de Moctezuma y destilar un poquito la de Cortés. Al menos eso era lo que insinuaban la mayoría de los holospots, psicovideos y toda la propaganda oficial del gobierno respecto a los esfuerzos de la recién lanzada Quetzalcóatl I a la conquista del espacio sideral, que tanto había exprimido los bolsillos y aguzado las quejas de contribuyentes e informales por igual.
—Oportunidades como ésta no hay muchas en la vida, Fernández; así que aprovéchela y ponga en lo más alto el nombre de nuestro Partido… y de nuestra Nación también, claro. A ver si así se acallan esos zopilotes izquierdistas… Bueno, ¡sé que no nos defraudará!– esas habían sido las últimas palabras extraordinarias del General Velázquez cuando le encomendó a Fernández la misión antes de hacerla oficial ante todo el gabinete presidencial y recitar, en vivo y en directo por la intranet nacional, los objetivos encomiables de reverdecer la cultura de Moctezuma en nuevas tierras aztecas, reclamar el histórico derecho a los recursos que nos habían sido arrebatados hacía tanto y toda la demás sarta de postulados pseudorománticos que el Mayor Fernández poco a poco iba asimilando para sí, como recordando las antiguas glorias que lo habían llevado por primera vez más allá de la órbita de su planeta y que ahora bien podrían granjearle un regreso todavía más triunfal.
Poco faltaba para retomar el curso designado según el itinerario oficial. Pero Fernández no sabía si la tripulación había descansado lo suficiente y debía asegurarse de que lo estuviese pues, a diferencia del corto pero ininterrumpido viaje de tres días desde la Tierra a Marte, su próxima embarcación no pararía hasta dar con Plutón, la última parada obligatoria antes de dejar el Sistema Solar, lo que, calculaba, sería un viaje de 15 o 16 días, una barbaridad para cualquier carabela espacial moderna.
“Si Velázquez no hubiera metido tanta mano a los gastos de exploración —pensaba—, la Quetzalcóatl I hubiera recibido más mejoras, aunque ciertamente saqué mi tajada también”.
Al filo de estas cavilaciones, el Mayor Fernández decidió entrar a la Ylla’s Dream, una cantina local encaramada en uno de los más pedestres barrios marcianos, y dar algunas horas —o quizá días— más de descanso a su fiel tripulación antes de retomar aquella etérea odisea.
Rafael Alejandro González Alva nació en la Ciudad de México en 1993. Es Lic. en Diseño por la Universidad Autónoma Metropolitana y Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha trabajado en empresas y proyectos relacionados con el diseño gráfico y la literatura, de entre los que destaca haber sido parte del grupo de trabajo del PAPIME “Leliteane. Lengua, literatura y teatro en la Nueva España”, dedicado a la difusión y estudio de las letras novohispanas. Actualmente cursa el XVI Diplomado de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, que imparte el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura desde 2010. En 2020 comenzó a publicar verso y prosa breves en medios digitales.