Por María Gómez
Encuentras un papel arrugado en la banqueta…
Estaba ahí cubierta de hojas y polvo. Había ganado el juego. En un instante decisivo comprendió las reglas y las hizo suyas. Un hecho sin precedentes, ella, una niña pequeña lo había logrado. Era tan simple, tan lógico ¿cómo es que nadie lo intentó antes?
Ah, pero no cualquiera puede llegar a la cima del éxito en un oficio o en un pasatiempo. Ese lugar privilegiado le corresponde a los mejores, a los que se esfuerzan por conseguir sus metas, a los que no claudican a pesar de los sinsabores. Nadie lo supo y nadie lo supondría nunca. Qué pérdida para la humanidad, la historia quedaría para siempre incompleta; pero qué más da, si la vida no es perfecta, un acto puro como aquel no podía mezclarse con el absurdo. En el Universo quedaría para siempre la satisfacción del triunfo, su satisfacción, su triunfo. Sus últimos pensamientos se dirigieron a su madre, qué orgullosa habría estado de ella si alguien le hubiera dicho que su nena, la más chica, en una cueva no muy lejana a casa, dándolo todo de sí, se consolidaba como invicta en el juego de las escondidas.
Suspiras, lo vuelves a hacer bola y lo pateas. Ella no es, no estaría inmóvil, puedes evocar el movimiento de su falda… ¿puedes?