Para Víctor Alvarado
Hace poco más de un año, antes de mi cumpleaños de 2020, precisamente me encontraba saliendo del Covid. Durante la enfermedad me la pasé algo mal, a pesar de que no necesité ningún tipo de asistencia respiratoria y de que los síntomas físicos fueron muy llevaderos, estaba pero no en mí, me invadió una profunda depresión, me recuerdo en el rincón de mi sillón fuente del único rayito de sol del día, acurrucada, mirando a la nada, muerta de miedo y al mismo tiempo ajena a mí. Fueron días complicados en los que no me faltaron noticias de personas, periféricas a mi vida, hospitalizadas y hasta fallecidas, todavía no se sabía mucho de la enfermedad y la única cosa que se podía hacer era esperar a que ésta pasara, con el oxímetro al lado, pendiente de que la saturación no bajara de noventa. Algunos de mis amigos se enteraron y, aunque varios fueron realmente amables conmigo, las reacciones de otros me sorprendieron un tanto, supongo que estábamos todos tan apabullados por la situación que simplemente muchos se blindaron, ya con la incredulidad con respecto a la existencia del Covid, ya con una velada indiferencia ante la desgracia ajena.
En fin, apenas estaba saliendo de eso cuando llegó mi cumpleaños y mi amigo Víctor me mandó un libro por paquetería, cuyo título en inglés es On Earth We’re Briefly Gorgeous pero tradujeron al español como En la Tierra somos fugazmente grandiosos, del escritor vietnamitaestadounidense Ocean Vuong. Víctor es uno de los amigos que me llamaban y escribían mensajes a menudo, tanto para saber cómo estaba como para darme ánimos, así que supuse, cuando vi el libro, que aquél era una cariñosa manera de animarme después de haber pasado por algo que sólo yo sabía hasta dónde había padecido. La verdad el título no es de lo que yo hubiera tomado en una librería en plan experimental para leer algo novedoso, pues me parece que la traducción lleva más al género de la superación personal o a algo por el estilo, mas, tratándose de una recomendación de mi amigo, un conocedor de las letras, intuí que no era nada de aquello, sino algo realmente bueno literariamente hablando.
Dada la fila de libros que siempre tengo pendientes, me hice el firme propósito de leerlo cuanto antes para evitar que pasara a formar parte de los apilados a perpetuidad, así que me puse a ello en varias ocasiones, pero siempre fallaba y terminaba dejándolo para después. La realidad es que en cada nuevo intento el texto me hacía llorar. En la Tierra todos somos fugazmente grandiosos es una novela en forma de carta que el autor dirige y dedica a su madre, una mujer que, paradójicamente, no sabe leer. La obra rememora las aventuras y desventuras de la niñez y adolescencia del narrador, quien, dirigiéndose a su madre, constantemente trae a colación los orígenes de ella y de la abuela en el Vietnam de la guerra. De esta suerte, va reconstruyendo la historia familiar a lo largo de las páginas, a la vez que explora el descubrimiento, durante la adolescencia, de sus preferencias homosexuales.
Debe anotarse que Vuong es poeta antes que novelista y, en este sentido, se hace evidente la vena, dado que la obra está colmada de imágenes, comparaciones y metáforas propias del lenguaje lírico. Viniéndome a la memoria una pequeña charla que tuvimos César Vega, Manuel Becerra y yo en torno al tema, afirmo que yo no veo esto como un defecto, sino como una tendencia de las nuevas narrativas, y así, me he encontrado con obras poéticas de la actualidad que tienden a ello, pienso en el caso de Me llamo Hokusai, de Christian Peña, o en el Libro centroamericano de los muertos, de Balam Rodrigo, ambos ganadores del Premio Aguascalientes de poesía y que meten líneas argumentales propias del relato dentro de sus propuestas: sus libros son historias que se van contando canto tras canto, y no piezas sueltas unidas sólo por un tema o un título en común. Hay, por tanto —y aclaro que no estoy descubriendo el hilo negro— una tendencia a la disrupción de los géneros, por lo que la obra de Vuong no hace sino seguir esa línea de donde se comenzó a tirar, si los cálculos no me traicionan, a partir del Boom hispanoamericano, recordando obras del propio Realismo Mágico como las de García Márquez —tan traído ahora en chismes—, en donde se colorea y adorna el lenguaje de una manera florida como en la poesía, o bien, a Fernando del Paso, en cuyo Palinuro de México no hace sino jugar con las palabras y las imágenes al grado de la locura para los pobres lectores más acostumbrados a la llaneza.
Volviendo a Vuong, pude por fin terminar su libro unos días después de mi cumpleaños de 2021. Me armé de valor y me puse a reventar y espolear las páginas desde unas semanas antes, pues no quería que pasara de un año esa lectura y ya se cumplía. Lloré y disfruté emocionada, porque la obra es capaz de reflejar al lector en su propia relación con la madre, siempre tan compleja, puesto que ¿quién, de la generación nacida en los ochentas y antes, no recuerda los chanclazos con los que fue corregido en la niñez, y todos esos detalles identitarios, venidos a un mundo que había que reconstruir, hijos de la Guerra Fría y del desencanto del Marxismo, nunca puesto exitosamente en práctica, amamantados por la revolución tecnológica, descreídos de todo hasta el nihilismo casi total, decepcionados de la generaciones precedentes que no nos dejaron ni una sola rebanada del pastel, enamorados de la autoimagen porque al fin y al cabo uno sólo se tiene a sí mismo y a nadie más?
Me proyecto y ello me lleva a cuestionar si las obras no van acaso dirigidas a generaciones específicas, puesto que no es la primera vez que me siento identificada con un texto escrito por un autor de la década de mi generación, aunque también —claro— me he identificado en otros aspectos con tantos y tantos clásicos. Iba leyendo y me daban ganas de leerle las líneas a mi madre, pero en seguida recordaba que, como la madre del autor, la mía seguramente no entendería aquello, no porque no sepa leer, sino porque su óptica se aleja de la mía por una brecha ideológica generacional que no han terminado de sortear a lo largo de la historia las madres con sus hijos. Manoseo ahora el libro entre mis manos y caigo en cuenta del tiempo que llevamos con esta pandemia, pienso en mi sobrino que nació al inicio de ella, seguramente marcado por su signo, en la ilustración de la portada que evoca un siervo, luminoso bajo su fondo amarillo, en libertad, en contraste con el estado de reclusión bajo el cual comencé a leerlo; pienso que en el mundo somos fugazmente grandiosos… y pienso en todos aquellos, grandiosos y no tanto, fugaces siempre, que dejaron de existir en estos casi dos años.
Nidya Areli Díaz (CDMX, 30 de noviembre de 1983) es Escritora, Editora, Guionista y Profesional del Fomento a la Lectura. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con mención honorífica.
Fundadora de la revista literaria digital Sombra del Aire, de la que ha fungido como Directora y Editora desde 2011. Asesora docente y consultora en la profesionalización del Fomento a la Lectura, la enseñanza del Español y la Literatura. Consultora independiente en Redacción, Corrección de Estilo y Proyectos de Investigación. Editora literaria en Ganthä entertainment, casa de creación de contenidos para cine y tv.
Ha impartido conferencias y talleres de Literatura, Creación Literaria y Lectura Crítica para instancias como la Secretaría de Cultura de la CDMX, la Secretaría de Cultura del estado de Hidalgo y el IPN.
Fue investigadora, correctora de estilo y Lexicógrafa en la reedición del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. Obtuvo dos premios en Poesía por el IPN y uno en cuento por el Gobierno de la CDMX.