Por Iván Dompablo
El hombre, en sueños, buscaba una ciudad. El resplandor de aquel paraje de piedra y luz no cesaba de dirigirle los pasos hacia el tan ansiado lugar, sin embargo el asunto no era sencillo, antes de poder gozar de su belleza debía localizarla.Así fue como el hombre comenzó su viaje en un punto inexacto de sus sueños que poco a poco se transformaron en pesadillas.
Éstas, a fuerza de buscar la atrocidad se fueron volviendo monótonas, la misma historia se repetía con personajes diferentes, los monstruos, que deberían de ser temibles, parecían payasos de cartón pintado con colores chillantes y letreros descriptivos: El archirrequetemalote Uno, el todavía más terrible Dos (ahora con un cuerno de más). Y así la interminable lista de seres malvados iba creciendo en número sin agregar nada a la historia, únicamente fastidio para el lector. Por dos veces el hombre trató de continuar la aventura en el sueño, por dos veces el lector cayó, a su vez, en un sueño profundo. Algunos optimistas especulan que al final de la historia el héroe logra vencer a los demonios y conquistar la ciudad. No así el enfadado lector de mi narración, éste prefirió abandonar al héroe a mitad de la novela, encerrarlo en su prisión de letras a la espera de que encuentre aventuras más interesantes o muera él solo del aburrimiento.