EL PRÍNCIPE DE LOS MIL INVIERNOS

por Francisco Araya Pizarro

La nieve caía en forma de finos hilos de escarcha sobre la ciudadela de Nivaria Prime. Bajo la luz pálida de los tres soles distantes, el palacio del Emperador Cryon IX resplandecía como una joya de hielo tallada por décadas de frío implacable. Desde su más tierna infancia, Xyphor había recorrido sus frías galerías, aprendiéndose de memoria cada columna de cristal gélido y cada escalinata pulida por el paso de generaciones de monarcas despiadados. A sus veinte años, el joven príncipe conocía bien su destino: heredar un imperio que no deseaba. Su padre, el Emperador, gobernaba con puño de hielo, aplastando con su dominio a los mundos que se podían ver en su mapa estelar o de los que se enteraban por medio de sus exploradores. Xyphor, por el contrario, interesado en las artes y letras, imaginaba un reino distinto, un imperio donde no fuera necesario infundir terror para inspirar lealtad.

“La compasión es una debilidad”, le repetía Cryon cada vez que su hijo le compartía algún clásico literario que había leído de alguna civilización lejana o algunas cosas que hacía con su amigo. Su padre le decía: “¡Esa debilidad te llevará a la tumba!”.

Una noche, sin embargo, Xyphor presentía que algo cambiaría. Mientras cenaba en el gran salón de los monarcas, su tío Darthon, un hombre de mirada afilada y sonrisa envenenada, se levantó de su asiento y pronunció un brindis. La mirada de su padre se endureció.

“Por un nuevo amanecer en Nivaria Prime”, dijo Darthon con una voz que a Xyphor le pareció insólitamente calculada.

El veneno obró en menos de un minuto. Cryon IX llevó una mano a su garganta y se desplomó, sus ojos azules llenos de sorpresa y rabia. Xyphor sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal.

“Tu tiempo ha terminado, hermano”, dijo Darthon mientras se levantaba y dirigía su mirada hacia Xyphor. “Y el tuyo aún no ha comenzado”.

Xyphor reaccionó demasiado tarde. Los guardias que había considerado leales se volvieron contra él. Luchó con fiereza, alcanzando lanzas de rayos que hendieron el aire, pero eran demasiados. Golpeado y desarmado, fue arrojado a una nave y exiliado a un mundo al que llamaban el Infierno: un planeta condenado donde la lava volcánica y el calor nunca cesaban. Los meses que siguieron fueron un infierno. Sin su hogar, sin aliados, sin la energía vital de su planeta natal, Xyphor sintió su cuerpo debilitarse. Su piel, antaño firme y resplandeciente, se tostó. Sus labios se quemaron, y su cabello plateado se tornó opaco. Pero entonces, en medio de su desesperación, descubrió algo. El calor no sólo era su condena, sino también su salvación. Al extender sus manos sobre un ser agonizante, absorbía su fuerza vital y restauraba las suyas. Al principio, intentó resistirse a aquella nueva capacidad. Pero la necesidad pronto eclipsó su ética. Sobrevivir se volvió lo único que importaba.

El día que una nave de Darthon llegó al planeta, pensando encontrarlo muerto, Xyphor emergió como una bestia renacida. Ya no era el joven noble que había soñado con un imperio pacífico. Era algo más. Algo peor. En un año, regresó a Nivaria Prime. Caminó por la gran avenida del palacio, con su capa ondeando tras él. Los guardias, aterrados al reconocerlo vivo, no opusieron resistencia. Cuando entró al trono, Darthon lo esperaba.

“Debería haberte matado yo mismo”, escupió su tío.

“Lo intentaste”, respondió Xyphor, alzando una mano. El frío de la muerte corrió por las venas de Darthon, congelándolo desde dentro. Su grito se perdió en la inmensidad del salón…

Los cortesanos esperaban en los pasillos de palacio, temblorosos, sabiendo la noticia de que el príncipe había regresado de la muerte y que estaba enfrentando a su tío.

De pronto, la puerta hacia el salón del trono se abrió sola; los cortesanos entraron lentamente, pero con expectativa a saber qué estaba pasando, y dentro del salón vieron la imagen portentosa de Xyphor sentado en el trono. Ya en su mente no pensaba en un imperio de alianzas. Su buen corazón había sido arrancado. Sería el conquistador que su padre deseaba, pero no por lealtad. Sería el terror de toda la galaxia porque había comprendido una única verdad: el poder absoluto no se comparte, se impone.

El Príncipe de los Mil Inviernos había nacido. Y nadie estaría a salvo.

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IMAGEN

El bosque III >> Fotografía >> Alias Torlonio

Francisco Araya Pizarro nació el 15 de Diciembre de 1977 en la ciudad de Santiago de Chile, hijo de Eduardo Araya y María Cristina Pizarro, es Diseñador Gráfico, Artista Digital, Asesor Gráfico para ONGs ligadas a las Naciones Unidas, Community Manager y Escritor de Ciencia Ficción. Publicó cuatro libros en Amazon.com (Las Crónicas de Marte, La Gata Relámpago, Codei Humanitas y Lid), tres relatos suyos han sido incluido en antologías (Hoy Despierto, Un Horizonte Oscuro y Un Guardián en las Profundidades), sin olvidar su participación con su cuento estilo cyberpunk “Fragmentos del Éter” para el programa de Radio U.Chile “La fábrica de cuentos”. Muchos de sus cuentos están en diversas revistas literarias de habla hispana, también se pueden encontrar sus relatos cortos en www.tumblr.com/franciscoarayapizarro

Actualmente reside en Santiago de Chile, desempeñando su labor profesional como diseñador gráfico y escribiendo relatos que mezclan fantasía y tecnología.

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