EL BIBLIOTECARIO

por Calister Castillo

Me encontraron tirado sobre miles de libros deshojados. Sólo uno estaba intacto. Los hermosos faisanes que vivían en el patio de afuera de la pagoda yacían muertos por doquier. Yo estaba desorientado, aturdido y desmayado. Tratando de recordar qué había pasado, poco a poco desfilaban imágenes sobre mi cabeza de lo sucedido anteriormente; sin embargo, sabía que algo andaba mal conmigo desde ese momento, porque a partir de lo acaecido ya no fui el mismo y perdí la razón…

Fueron tiempos extraños, de paz, de guerra, de desastres naturales y sobrenaturales. Durante el resguardo que tenía de la administración de la legendaria biblioteca, con la poca gente del pueblo pudimos rescatar la mayoría de los libros de la destrucción que ordenó el emperador Tsi-Chi-Hoang-Ti. Ocurrió un suceso muy insólito y desagradable, aun más terrorífico que perder la Biblioteca, pues marcó lo que sería mi locura.

Quisiera relatar los hechos como ocurrieron para que mi historia sea entendida con mayor claridad, y de esta forma dejar escrita una memoria de los acontecimientos más importantes de mi existencia.

Mi trabajo es el de bibliotecario con todas las obligaciones, deberes y privilegios que ello conlleva, pero con dos diferencias muy importantes; la primera, la cual es una tradición milenaria de todos los que tienen la dicha o la desdicha de ser bibliotecarios de este particular recinto del saber, es que cada diez años es obligación salir a diferentes provincias, pueblos y lugares lejanos para conseguir, de la forma que sea, todo tipo de textos: libros, códices, tratados, manuscritos y pergaminos, antiguos y valiosos, para enriquecer el acervo y reponer algunos que fueron destruidos a lo largo de los eones; sin embargo, cabe aclarar que muchas de estas adquisiciones han costado el precio de la sangre, el sacrificio y la locura de mis colegas del pasado.

No me es conveniente hablar de los detalles de cómo los anteriores bibliotecarios y yo conseguimos todos estos libros, salvo algunos, que considero un gran tesoro, pero me basta con mencionar sus nombres que tienen una vital importancia, como los manuscritos en lenguas extrañas que se encontraron en un jarrón de porcelana, y que es conocido como “El libro de las catacumbas”, así como las tablillas de barro cuneiforme, las planchas metálicas de los hurrianos, el gran grimorio medieval, los rollos de las costas del mar de sangre —muy maltratado por la salinidad del mar, pero que pude restaurar por completo a través de años de esfuerzo y dedicación—, los pergaminos acadios, el códice maleficarum, los papiros de Endlher, el libro de las sombras encontrado en unas ruinas de la ciudad Axis Mundi. Estos cuantos, entre miles de gran importancia, todos ellos arcanos que están resguardados en el sótano con una temperatura y humedad adecuada para su mejor preservación.

La otra parte de mi trabajo consiste en realizar copias de los manuscritos más importantes sobre el papel del ingenioso Tsai-Lun. La copia que estaba realizando era sobre un libro que encontré entre las manos de un monje muerto que estaba postrado en las profundidades del desierto de Gobi. De este libro pude notar que también era una copia de otro más antiguo, pues estaba bien conservado y escrito en placas metálicas de cobre con óxido azul, pero su contenido era el de un lenguaje arcaico e infrecuente, con símbolos e ideogramas nunca antes vistos por el ser humano y que, no obstante, se referían a insólitos, oscuros y antiguos seres, además de a su naturaleza y a cómo invocarlos. Se trataba de entelequias horripilantes, originarios de otros universos, que habían poblado la tierra antes que la raza humana, y que permanecen dormidos para algún día despertar y reclamarla, aunque por el momento subsisten latentes en los hielos eternos, en el abismo del mar, en las profundas selvas, en los desolados desiertos y en las altas montañas. Todas estas particularidades llamaron poderosamente mi atención y le dediqué mucho tiempo a su estudio e interpretación, puesto que se revelaba una gran extrañeza y la naturaleza tan oscura de su espíritu.

La biblioteca, en la cual vivía desde hace una centuria, tenía la forma de una bella pagoda de madera ensamblada sin utilizar un solo clavo, con tres niveles y un sótano no accesible para los visitantes y viajeros; en el techo tenía una estructura muy vistosa rodeada de faisanes, que se encontraba en la cima de una peña con un acceso medianamente difícil, por lo cual era muy poco frecuentada por cualquier mortal que viviera cerca del pueblo, el cual también se hallaba lejano de otros pueblos y tierras habitadas por humanos; sin embrago, acudían a ella viajeros de lejanas tierras, personas en busca de sabiduría oculta y milenaria, monjes, hechiceros, chamanes, alquimistas, mistagogos, brahmanes, pitonisas y sacerdotes de la religión de Set. Algunos dejaban especias, incienso, pieles, relicarios y cualquier cosa de valor como agradecimiento, pero de manera voluntaria. En toda mi centuria sólo vi a una mujer —aparte de las pitonisas— que vino por un libro que todavía no ha regresado, aunque dejó como garantía una perla muy valiosa. También acudió un niño como de unos doce años, el cual se quedó un año estudiando cientos de libros. Luego se fue no sin antes dejar la promesa de volver.

El tesoro más sobresaliente que existía en la biblioteca, aparte de los libros, era un bello disco de jade Bi que databa de la dinastía Zhou, con agujero de tamaño considerable en el cual cabía un hombre y custodiado por dos adornos-dragones en la parte superior, que en cierta hora de la mañana dejaba pasar un rayo de sol de forma horizontal, iluminando de una manera particular la sala de libros y, justamente, el símbolo del ying y el yang, de un mármol especial que brillaba en la noche con esa luz prestada del sol de la mañana. Se encontraba justamente en el pasillo principal, en frente de la entrada, de modo que era totalmente visible desde la única entrada de la biblioteca. Este disco simboliza la dualidad del universo, y recuerda a todos los visitantes que el conocimiento los acercará al cielo, así como también al mismo infierno, por la naturaleza de cada libro.

En la parte de abajo del disco están escritos los nombres de todos los bibliotecarios que han tenido a su cargo cada administración, el mío está hasta lo último: Yiang Li. No sé quién será el postrero; mi ayudante y sucesor murió en esta peligrosa aventura de traducción e invocación.

Me he pasado la vida, aun antes de trabajar en la biblioteca, estudiando textos oscuros y antiguos; lo que ha llenado mi alma con la traducción e interpretación de sus misterios. Estudié toda la historia de la humanidad, las civilizaciones desaparecidas, las dinastías, la geografía de los continentes destruidos, la criptozoología, la botánica oculta y mineralogía; practiqué la alquimia, la cábala, el alpinismo, la adivinación, la caligrafía e interpretación.

Al realizar la traducción del libro —lo cual, forzosamente, conllevaba a invocaciones—, ocurrieron sucesos muy extraños; vi sombras, escuché murmullos, sentí presencias, pero al finalizar el trabajo ya completo, en una noche se escucharon ruidos de cosas indescriptibles. Entré al pasillo y mi vista se dirigió al disco Bi. Entonces pude observar cómo ingresaban cientos de opiliones gigantes seguidos de una horrenda creatura casi indescriptible que atravesaba la oquedad del disco como si se tratase de una puerta interdimensional. A pesar de que tenía cientos de patas, iba flotando por el pasillo principal, y su fuerza o campo de energía hacía que los libros volaran y se deshojaran: los manuscritos Pnakóticos, el I Ching, el Tao te King, las Analectas, el Lontar, el Bhagavata Purana, el Shujing, el Shi Jing, el Liji y el Chunqiu, todos rotos en miles de pedazos como confeti, el único que no se rompió ni se dañó en lo más mínimo fue el libro de Dzyan que quedó intacto, lo supe porque estaba tirado a mi lado. Sólo la cubierta estaba manchada de sangre.

Al ver a la creatura a los ojos caí desmayado y tuve horripilantes visiones de mundos lejanos de especies extintas, de diferentes momentos estelares, de extrañas ciudades legendarias, de vórtices de locura. En ese instante caí desmayado con los ojos en blanco.

Cuando desperté, ¡la aterradora creatura se había ido y llevado consigo aquel libro que consideraba como un tesoro y que fue la causa de todo! Mi ayudante yacía muerto, no tenía el corazón, sólo le quedó un hoyo negro y sangrante. En su mano estaba el hacha con la que había roto por la mitad el disco Bi. Con esa acción salvó la biblioteca y, sobre todo, salvó mi vida…, aunque pienso que la muerte hubiera sido más piadosa.

 

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Quaremm tenebrus >> Calister Castillo.

Calister Castillo Castellanos, un hombre en el mundo. Nació en Papantla, Veracruz en el año de 1975. Estudió la licenciatura en Pedagogía. Asimismo, ha impartido clases en primaria, secundaria, preparatoria y universidad. Ha participado en talleres de investigación, educación, cine, arte, filosofía y literatura (comprensión lectora, producción de textos, la estructura del cuento, creación literaria, literacidad, ortografía y redacción). Ha participado en Tertulia vainillera y en el primer encuentro de escritores regionales. Ha escrito en revistas como: ¿K`atsiyatá?, Voces interiores, Plan de los pájaros y Sombra del aire. Su escritura se conjunta en una amalgama estilística que ronda la ficción, la teosofía, la metafísica, la nostalgia, la mitología, la escatología, las visiones, el juego de palabras, el sueño, el sufrimiento humano; el lugar en el mundo y la búsqueda del ser…, en un estilo sugerente y fresco que permite abrir campos imaginarios, o existencias perdidas en mundos alternos o en algún punto ciego de la mente, un estilo sumamente fantástico y revelador.

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