Por Antonio Rangel
En el principio no era el futbol. Así es. La hegemonía del futbol sobre otros deportes tanto en las pantallas caseras como en las de los restaurantes; así como las pasiones que despierta en los grandes estadios al mismo tiempo que en las canchas llaneras, o bien, el vicio que causa en los juegos de video y, también, las crecientes referencias librescas que el balompié motiva no eran tales hace cien años.
El beisbol tenía mayor popularidad en las décadas siguientes a las Revolución Mexicana. Dice el historiador Enrique Krauze que lo habían traído los trabajadores norteamericanos de las industrias mineras, ferrocarrileras y petroleras. Eso explicaría los motes de varios equipos, pero yo prefiero creer que el beisbol inició en el Parque Los Berros, un día después de la Batalla de Cerro Gordo, cuando los soldados estadounidenses tomaron la pata de palo del dictador Santa Anna y se pusieron a dar los primeros batazos con ella en territorio mexicano, tan alegremente que contagiaron esa dicha a los soldados oriundos, quienes se dispersaron para pelotear, olvidándose de resistir la Invasión de 1847. Así debió de ser.
Sea como fuere, está claro lo arraigado que está el beisbol en Estados Unidos y que a México llegó por contagio junto con una serie de anglicismos hermosos: ponchar, fildear, cachar, batear, pichar, etc. Hay una expresión que a mí me gusta en especial: “ni picha ni cacha ni deja batear”.
Yo que vivo en la zona central de México, tengo una percepción distinta a la gente del norte del país, quienes han crecido mucho más familiarizados con el beisbol, más con la Liga del Pacífico que con la Liga Mexicana. Mis recuerdos del beisbol son un estadio prácticamente vacío: Los Diablos Rojos de México o Los Tigres jugando contra cualquier otro equipo en el Parque del Seguro Social. Desde la ventana del departamento de mi abuela se alcanzaban a ver las gradas solitarias.
A mí, sin embargo, me emocionaba ver el “Clásico de Otoño”, con los comentarios del Mago Septién, un locutor extraordinario. Le tomé cariño a los Dodgers debido a Fernando Valenzuela. Sin embargo, el equipo que más me impresionó fue el de Oakland Athletics de 1989, que barrieron a los Gigantes de San Francisco, recuerdo a Mark McGuire y a José Canseco, temibles jonroneros, a Ricky Henderson, un espectáculo en el robo de bases, a Dave Stwart, un pitcher que ganó dos juegos en aquella Serie Mundial.
Había algo del beisbol en lo que yo nunca reflexioné: la predictibilidad. Mi padre hacía predicciones, cuando veíamos juntos los play offs, que se cumplían casi de inmediato: le va a dar base por bolas, van a cambiar al picher, va a tocar, etc., y todo eso pasaba. Por eso yo no diría como Krauze que el beisbol es “deporte caballeroso, inteligente y formativo”, sino que es estratégicamente predecible, y una tesis muy riesgosa y nada beisbolera: las personalidades autoritarias gustan del beisbol.
Yo seré el primero en sostener que mi idea carece de fundamento, básicamente porque desconfío de que exista tal cosa como “personalidad autoritaria”. Entiendo que existen acciones que deben describirse como autoritarias y que existen personas que suelen realizar esas acciones, pero no sé si existe, en verdad, la personalidad, y no me fío de que una supuesta personalidad sea atribuible a diferentes esferas de la actividad individual.
Contextualicemos un poco. En 1950 Theodor Adorno lideró un estudio que adquirió bastante relevancia en la ciencia política que concluyó en un libro justamente llamado La personalidad autoritaria, el estudio partió de la hipótesis de que las convicciones económicas, políticas y sociales de cualquier individuo expresan una tendencia profunda de su personalidad. Buscaban en mi opinión explicar la política por la psicología, en especial, atribuir al fascismo, y no a cualquier otra tendencia autoritaria, un tipo de personalidad; de esa forma ciertos rasgos de personalidad quedaban patologizados.
Según Adorno: “la gente con mayores dificultades para enfrentarse a sí misma, tiene también mayor incapacidad para comprender el funcionamiento del mundo”. Lo cual a mí me parece una idea verdaderamente desproporcionada. Es que un granjero puede conocerse a sí mismo, manejar sus emociones y cumplir sus propósitos a través del esfuerzo, sin por ello se interesarse jamás en el funcionamiento físico, político o de cualquier otra índole del mundo. Es que nadie conoce el funcionamiento del mundo, sólo hay arrogantes que creen conocerlo. Quien diga conocer el funcionamiento del mundo no es más que alguien carente de humildad para reconocer su ignorancia radical.
En 1954, Gabriel Almond, un politólogo pionero en el estudio de la cultura política, publicó The Appeals of Communism, en el que relacionaba la personalidad autoritaria con los militantes de los partidos comunistas a quienes había entrevistado en cuatro países: Gran Bretaña, Francia, Italia y Estados Unidos. Almond consideró que quienes se afiliaban a un partido comunista lo hacían más motivados por un desorden personal que por una convicción ideológica. En otras palabras, el Partido exigía sumisión al militante comunista y éste solía ser hostil, agresivo e introvertido.
Para Almond y también para Adorno, el abuso de autoridad de parte de los padres era el factor clave para que el individuo quedara condicionado en la formación de su personalidad autoritaria, Almond relacionaba esa personalidad con el comunismo y Adorno con el fascismo, y ambos dieron pauta a suponer que en una familia en la que hubiera consideraciones para los hijos, estos al crecer serían demócratas, liberales y tolerantes. Yo, por supuesto, no les creo.
Un gran Estado que interviniera muy tempranamente en la formación de los niños y fuera sumamente invasivo en la cultura cívica y/o en la propaganda gubernamental sobre cómo formar a los hijos, estaría asegurando su permanencia en el poder. Por suerte ni los gobiernos más totalitarios pueden vencer la libertad de decir “no”. El “no” es la esencia de la libertad y la individualidad, el no a la sumisión, no al autoritarismo y no a la predictibilidad.
¿Y dónde quedó el beisbol? Precisamente en la posibilidad de predecir estrategias. La autoridad en última instancia lo que representa es una garantía. Confiar en las decisiones de la autoridad es confiar en el poder de predecir el funcionamiento del mundo.
El beisbol puede parecer desapasionado, qué más desapasionamiento que una base por bola. Es un juego de estrategias que limita los logros de la espontaneidad, por eso es que otros deportes como el básquetbol o el futbol, mucho más espontáneos, han ido desplazando al juego de la pelota caliente en popularidad. También conviene observar que son los peloteros los jugadores más acostumbrados a estar pendientes de las órdenes del mánager durante un partido y quienes más obligados están a cumplir las estrategias tradicionales.
Sin embargo, la realidad no se parece al beisbol. El mundo no es predecible. No hay nueve innings, no hay un orden al bat, no hay cuatro bases perfectamente colocadas, no hay ampayers. Me refiero al mundo político y económico. El mundo físico es predecible hasta cierto punto. Pero en el mundo de la cultura hay reacciones incalculables, imposibles de prever. Por eso es que la realidad es más apasionante que el beisbol.
Y he aquí mi idea nunca demostrada, porque tampoco fue mi intención demostrarla: quienes gustan del beisbol terminan por creer que las estrategias siempre funcionan y que un mánager que dirija a un país puede conseguir mejores resultados que dejar en libertad a todos los que juegan en tal país.
Para mí el autoritarismo es la convicción de que se puede conocer el funcionamiento del mundo y que por lo tanto una autoridad sabría dictar las pautas adecuadas para vivir en sociedad. En cambio, considero que atisbar la complejidad del mundo y una noción de ello basta, sería comprender que no se debe confiar demasiado en las autoridades porque ninguna persona y ningún grupo con una visión parcial de la realidad son capaces de entender cómo funciona el mundo.
Dicho de otro modo, yo abanicaría a una base por bolas.
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Antonio Rangel nació en la Ciudad de México el 5 de agosto de 1980. Poeta, narrador y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado poemas en El Financiero, una minificción en La Jornada Semanal y un par de cuentos en revistas estudiantiles: Matardragones y Sensacional de Antropología. Coordinó un taller literario en el Instituto Politécnico Nacional en el 2007, y desde ese mismo año mantiene un blog llamado Habitación en el que escribe poesía, cuento y ensayo; sus temas recurrentes están vinculados a la vida cotidiana. Actualmente da clases de literatura y otras materias.
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