“La gota de agua” de la clepsidra marca la hora del mediodía, mientras escucho en el antiguo tocadiscos del abuelo una guitarra mágica que hace llover con esa nota repetitiva… el cielo se oscurece y de pronto se llena de nubes grises que sueltan su lluvia con furor: ¡Llueve, llueve, llueve y no deja de llover! La calle está vacía, los pájaros se han refugiado en sus nidos, los perros huyeron, las hormigas subieron por la pared antes de la tromba, mientras las fuertes y grandes gotas de lluvia caen creando ejércitos de vikingos al chocar contra el suelo.
Por mi ventana veo todo empañado, difuminado como el mundo. La lluvia está borrando los juegos que dibujamos con los gises de colores sobre la calle, la rayuela fue la última en desvanecerse, así como la diversión y los momentos agradables con los amigos… Hay lágrimas en los ojos de los niños.
Las numerosas gárgolas de los edificios vomitan las impetuosas aguas que se convierten en cascadas perpetuas. La calle forma un río, la banqueta es el muelle y el vasto campo un mar… “Las hojas de los árboles veraniegos que el viento sopló flotan en el agua como barcos río abajo” y todos fijan la mirada en esa imagen. Corremos por nuestras botas de hule y nos ponemos gabardinas impermeables. Con una emoción y alegría de niños felices hacemos nuestros barquitos de papel y los barnizamos para protegerlos de la humedad.
Nos formamos en la salida, todos los barcos de papel están en hilera, los hay de todo tipo: de fabriano, caple, cuché, mural… pero el mío es de una sencilla hoja blanca bond y está formado en medio de todos. Se oye el gritó al unísono: ¡En sus marcas, listos, fuera! Comienza la impetuosa carrera y toma la delantera rápidamente el barquito de Periódico, le sigue el de Estraza que atora su asta en una rama, continuamos avanzando a la par, pero el Lustre se atrasa, el Fabriano y el Manila lo rebasan. Ahora el satinado va delante de todos, pero golpea su casco en una piedra y se hunde. El de Opalina pasa a mi lado, y ¡encalla en un arrecife!; mientras tanto el Repro choca con la popa del bond. El Lustre amarillo que ya nos estaba alcanzando se hace muy a la orilla y es tragado por una alcantarilla.
El Reciclado esquiva de manera admirable varios obstáculos y lo seguimos, hasta alcanzarlo; el Vegetal a sotavento y el Ecológico a barlovento. Al ir todos juntos, los patos que tenemos enfrente se hacen a un lado y se regresan al río, hay musgo, algas y nenúfares. La gente del agua que corre por el muelle nos alienta a seguir adelante. Grita la Nutria: ¡Vamos, vamos! El somormujo aplaude con sus alas, el Martín pescador se zambulle en picada atrás y sale delante de nosotros con gran velocidad y en su pico lleva un pez que lo deja caer en mi navío. La polla de agua va navegando parada en el hocico de un hipopótamo mientras vemos cómo sale del agua la pinza de un cangrejo gigante y rojo que nos quiere cortar a la mitad, pero el topo rompe su dique y nos salva.
En la desembocadura del río, una turbonada nos adentra a un mar mitológico. Las brisas y ráfagas se acentúan y navegamos con dificultad, cuando de repente escuchamos el seductor y hechizante canto de las sirenas. El Ulises se queda embelesado, mientras el Argos se adelanta para huir del dulce canto que no cesa, surgen los tritones y lo hunden. Nos tapamos los oídos y seguimos al Odiseo por un estrecho paso marítimo entre unas rocas, y mientras esquiva a Escila, se acerca peligrosamente a Caribdis, tragándoselo en su gran remolino. Por lo cual podemos pasar sin ningún rasguño.
Pero más adelante vemos con espanto y horror cómo unos inmensos tentáculos emergen de las profundas aguas, ¡es el Kraken! que destroza al Barden, por fortuna el Drakkar logra escapar ileso. El Aeolus se torna en nuestro guía y va a la delantera, todos formamos una uve como al vuelo las ocas. ¡Nos sale por sorpresa el Leviatán!, todos rompen fila y se traga de un bocado al Atlas y al Arcadia y de buena fortuna el Calipso y yo logramos escapar de sus hambrientas fauces.
Las sirenas, ondinas y cecaelias que están varadas en la gran roca, se alegran de nuestra desgracia, del encallamiento y naufragio de cientos de barcos; mientras los hipocampos nos guían por entre los escombros causados por el Moby Dick y el Makara. A lo lejos vemos salir de las aguas el brazo de Poseidón con su tridente que nos autoriza a escapar de este mar mitológico.
Entramos a los 25 y 31 grados norte, y 40 y 70 grados oeste, cuando los vientos alisios nos llevan a Fiddler´s Green en el Atlántico Sur con sus aguas en calma y tan verdes como los ojos de las sirenas. Trasladamos a los viejos marineros que estaban en el muelle, llevan un remo al hombro y se adentran al pueblo donde la gente les ofrece descanso perpetuo, una copa de grog y tabaco fragante para que disfruten del baile de las doncellas a ritmo de la música del violín…
Al adentrarnos por Hy Brazil vemos barcos fenicios, romanos y egipcios, pero más impresionantes son los barcos mágicos de piedra que navegan sin hundirse desarrollando el comercio de maderas colorantes, y los seguimos durante siete años por el diámetro de toda la isla de este a oeste.
Al salir del Atlántico Sur, pasamos sobre Lyonesse ya hundida, pero aun así escuchamos el sonido de sus lúgubres campanas. Hay cientos de armaduras de caballeros cansados de aventuras y seguimos las hileras de piedra que se ven por debajo del agua hasta las islas Sorlingas.
Al seguir navegando, perdemos el rumbo anterior y desembocamos en “el mar de las tinieblas” ¡Con horror, vemos cientos de barcos fantasma navegando eternamente en perpetua oscuridad, sin luna ni estrellas! Sobre la espesa niebla sale de frente el Mary Celeste que presagia el hundimiento de muchos de nuestra flota, todos nos alejamos de su presencia cual si fuera un ser execrable, pero más adelante nos enviste el Holandés Errante que al instante desata una tormenta.
A lo lejos observamos una goleta de tres mástiles con estalactitas de hielo, al tratar de alejarnos quedamos atrapados en los brinicles que estaban alrededor del Octavios y nos alzan violentamente sobre el océano; permanecemos estáticos como una horrenda escena fantasmal y trágica, siete barcos quedan empalados en los picos de hielo. Lo inmóvil de la escena se irrumpe al despedazarse la estalactita que se había clavado en mi ojo de Horus (que Lạc Long Quân había pintado años atrás) y me abro paso con mi mascarón de proa.
Al seguir avanzando sin rumbo y perdidos en la densa niebla, escuchamos música y risas provenientes del Caleuche que lleva almas de todas las personas ahogadas en altamar. Mientras el barco se hunde, los espíritus se abalanzan contra nosotros para empujarnos, y por alguna extraña razón; nos alejan del mare tenebrosum.
Al salir de este horrible mar, todos retomamos la carrera: el buque la Hispaniola, el Trapecio… Atrás de todos viene el Archimides, el más grande y temido; cuando vemos navegar a diez nudos por hora al Pequod que es tragado por una bolsa de plástico con boca de ballena. Le sigue la goleta del miedo el Démeter, que también se hunde por el exceso de tierra que carga. El acorazado Bismark que pasa por ahí también sucumbe derrotado por el enemigo. Vienen a la zaga a toda marcha y con furia sobre las aguas, la Marquesa, el Narsissus y el Caronte que trae izada la bandera “Old Roger” para amedrentar a los adversarios. Sobre todos ellos vuelan los albatros y nos siguen los narvales, peces vela, las mantarrayas, delfines y tiburones que vuelan y se zambullen mostrando su portentoso espectáculo.
La Nao Victoria y mi barquito blanco se adelantan y protagonizan la carrera dejando atrás a los demás barcos que están rodeados por aves de mal augurio, por tiburones y espíritus del agua. La Nao fue la favorita para ganar la carrera desde el principio, puesto que años atrás ya le había dado la vuelta al mundo. Pero el fuerte viento rompe sus velas y se queda varado en medio del océano.
Sólo queda mi barquito blanco esquivando a una carabela que se atraviesa en su camino, justo antes de la meta, dejando a todos a la zaga, y los espectadores junto con los niños se emocionan y dicen:
Hizo un barquito,
un barquito de papel
de una hoja blanca
que dobló muy bien.
El barquito viaja
hacia la aventura
por calles y avenidas
cuando llueve desde arriba
navegando a la deriva.
Los niños lo admiran
exclamando sorprendidos
corriendo tras él
van gritando:
¡Ahí va el barquito blanco,
el barquito de papel!
¡Mi barquito llega finalmente a la meta y gana la carrera!, suelta su ancla y deja de llover, sale el sol mostrando su esplendor y sobre el cielo se dibuja un doble arcoíris y una gaviota pasa volando sobre él.
IMAGEN
Barco de papel >> Acrílico >> Mónica Emegrande
Calister Castillo Castellanos, un hombre en el mundo. Nació en Papantla, Veracruz en el año de 1975. Estudió la licenciatura en Pedagogía. Asimismo, ha impartido clases en primaria, secundaria, preparatoria y universidad. Ha participado en talleres de investigación, educación, cine, arte, filosofía y literatura (comprensión lectora, producción de textos, la estructura del cuento, creación literaria, literacidad, ortografía y redacción). Ha participado en Tertulia vainillera y en el primer encuentro de escritores regionales. Ha escrito en revistas como: ¿K`atsiyatá?, Voces interiores, Plan de los pájaros y Sombra del aire. Su escritura se conjunta en una amalgama estilística que ronda la ficción, la teosofía, la metafísica, la nostalgia, la mitología, la escatología, las visiones, el juego de palabras, el sueño, el sufrimiento humano; el lugar en el mundo y la búsqueda del ser…, en un estilo sugerente y fresco que permite abrir campos imaginarios, o existencias perdidas en mundos alternos o en algún punto ciego de la mente, un estilo sumamente fantástico y revelador.