Por Marisela Romero
Yo no cometí el error,
tú no estás en un error.
El error somos “tú y yo”
10, 9… respiro profundamente. Ya pasará. No puede ser, él me ama, me lo ha dicho infinidad de veces, lo ha demostrado. Me acompaña a todos lados, aunque sean lugares que no le agradan. Siempre está pendiente de mí, me trae fruta, galletas; me invita al cine, a comer; va por mí a la escuela, aunque…
―Sólo dices eso de él porque no te simpatiza. Él me ama.
8, 7… debo conservar la calma. Es normal que se moleste, yo le hago muchas preguntas, cuando sólo debo confiar en él. ¿Te dije que estamos esperando un hijo? Al principio estaba aterrada, pero él me tranquilizó y me aseguró que todo estaría bien. Viviremos juntos y nuestras vidas serán iguales, mejorarán. Estoy feliz pero…
―No es cierto, él no es así, yo soy todo para él. Me ama.
6, 5… no lo puedo creer, sólo dos meses viviendo con él y ya muestra arrepentimiento. No debí ponerlo en evidencia. Tengo que esforzarme más. Dicen que para que una relación funcione, la mujer debe saber manejar a su esposo, obligándolo —sutilmente— a hacer lo que ella quiere…
―Tal vez tienes razón. O yo no sé manejar la situación.
4, 3… esto no lo puedo compartir con nadie. Los asuntos de los casados deben quedar así, entre dos. Me siento lisiada. Ya no soy todo para él. Ya no me mira. Ya no me desea. Resulta que tampoco soy la única persona en este mundo con la que puede asegurar su progenie. Me siento cayendo al vacío…
―Quizá necesite ayuda.
2, 1… quisiera ser invisible. Quisiera desaparecer. ¿Cómo podré vivir sin él? Ellos me señalarán. Me repudiaran. Me apartaran de sus vidas. Tampoco puedo seguir a su lado. Nunca olvidaré el odio que relampagueaba en sus ojos. Látigo iracundo que golpeaba mi alma, provocándome un dolor insoportable. ¿Cómo fue que llegamos a esto?
―Mi vida ha terminado.
―No, tu vida empieza hoy.