Siempre he admirado a mi madre; se mostraba tan segura de sí misma, me enseñó muchas cosas, las más importantes: que no necesito a nadie más, y que yo sola puedo lograr todo. Me decía: “¿Para qué pedir ayuda?, cuando seas grande no vas a tener a nadie, resuelve las cosas tú sola”. Recuerdo que cuando era niña, constantemente me recordaba que yo no era nadie comparada con ella. “No sé por qué te molestas en llamar mi atención, tengo cosas más importantes que hacer, no puedo perder mi tiempo con alguien como tú”, afirmaba. A pesar de su frialdad, siempre la admiré. Me encantaba cómo convencía a los demás para hacer lo que ella quisiera; con mi abuela, por ejemplo, si necesitaba dinero para adquirir algo o algún favor, iba a su casa y, después de hacer un poco de conversación, nunca faltaba la famosa frase: “Pues es que últimamente todo ha sido muy difícil, ahora tengo que mantenerla a ella, y tú sabes que no fue mi culpa”. Y cada vez, como por arte de magia, después de oír esas palabras, mi abuela cedía a lo que ella le pidiera. Nunca se sintió culpable por eso, o al menos eso creo hasta ahora. Siempre que salíamos de la casa de la abuela, me preguntaba con una enorme sonrisa en su rostro: “¿Viste lo fácil que fue eso?”. Sin embargo, aun así, yo no comprendía por qué le pedía dinero a la abuela, pues siempre asumí que ella tenía suficiente, por la manera en la que discretamente le decía a los vagabundos que se pusieran a trabajar, que por eso estaban así.
También se aseguraba de minimizar mis problemas; aparentemente, yo sólo había venido a “arruinarle la vida”, todos los días era el mismo discurso, el que me molestaran en la escuela no se comparaba con lo que ella había pasado. Nunca me lo contó, pero siempre imaginé que eso era lo que le había formado el carácter. Al final de cuentas, no me podía quejar de ella, era lo único que tenía, el único ejemplo a seguir presente durante toda mi infancia. A muchas personas, su personalidad les podría molestar, pero yo siempre la vi como un impulso para seguir adelante; ella ilustraba mis pensamientos y mi meta era ser como ella para que así me prestara atención.
Cada vez que entrábamos a una habitación, actuaba como si todos estuvieran esperando su llegada, yo no asimilaba cómo era que poseía esa seguridad. Cuando yo entraba a mi salón, no podía evitar escabullirme para que nadie notara que había llegado, por eso siempre la admiré, porque podía llegar y esperar que todos le pusieran atención, dado que no había nadie más importante que ella. Yo quería ser como mi madre, pasé mucho tiempo obsesionándome con la idea de seguir sus pasos, miraba detalladamente todo lo que hacía, desde cómo trataba a los demás, hasta la forma en la que caminaba.
Honestamente, yo no sé cómo fue qué pasó de esperar que toda la atención se enfocara en ella, a simplemente irse. Yo no podía comprender por qué si era tan segura de sí misma y mejor que todos los demás, se fuera tan repentinamente. Aun así no la necesito, ella tomó el camino más fácil para terminar con todos sus problemas, y se marchó. Lo que me duele es que no pude despedirme. Debió pensar en que me habría gustado decirle adiós.
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IMAGEN AL EXTERIOR
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