LA MORALEJA DE LA VENGANZA

por Héctor Vargas

El visitar un lugar destinado a la gula siendo tú una persona de complexión delgada, pero con hambre voraz, te hace sentir pernicioso. El lugar es acogedor. Una barra al bar, un tendido de mesas al centro y otras en forma de sillones dando a las ventanas. De las paredes cuelgan una colección de fotografías y objetos alusivos a la música de todos los géneros. Son alumbrados por lámparas rojas, amarillas y naranjas, que hacen al sitio de una intimidad envidiable. El murmullo de los comensales acompasa con la melodía de fondo. Todo en su sitio y tú sigues con la necesidad exaltada por comer.

Eres seguido por dos compañeros de trabajo con las mismas ansias que tú. Se sientan en un sillón de los que dan a las ventanas, y eres el único que aprecia los detalles. Te llevan ventaja en la revisión de la carta. En el menú te detienes a ver el acomodo de letras y las imágenes de los cortes de carne que estimulan el apetito. El primero de tus acompañantes pide un New York al rojo inglés. Tus ojos bailan entre el Rib Eye y el New York. En la presentación son acompañados por una papa horneada, envuelta en papel aluminio de la que derrama mantequilla y queso; unas cebollas asadas, frijoles cocidos y unos chiles serranos fritos. El segundo pide un New York a término medio y tú decides por uno bien cocido.

La espera te hace a la idea de lo suculento. El que pidió New York en rojo te observa después de ordenar y agrega: Ahora que has ordenado, entiendo lo de tu accidente. Me sorprende que teniendo tanto en este negocio, y siendo el subjefe, aún con nuestra inexperiencia te superemos en maldad. El que ordenó término medio sonríe maliciosamente y se detiene al notar que lo observas. ¿El que yo ordenara un corte bien cocido te hizo saber todo eso? ¿Te consideras más hombre porque pides un pedazo de carne ensangrentada? Lo dices y los observas manteniendo la calma. Lo que sucedió no fue un accidente, uno de ustedes falló, y eso se debe precisamente a su inexperiencia, pero somos un equipo, agregas; a fin de cuentas estamos vivos, terminas.

El ambiente se torna pesado después de la discusión, la tardanza del servicio lo hace difícil. Ni siquiera las bebidas han servido y hay pocos comensales. Te percatas tú, y tus acompañantes, que una familia, formada por cinco, que llegó después, es atendida con prioridad. El que ordenó el New York en Rojo se levanta y hace una seña para que el New York Término Medio lo siga; lo hace dubitativo. Permaneces sentado, pues en el camino el camarero los topa y los incita a regresar, recibiendo un empujón por respuesta. El mesero llega hasta ti bajando la mirada y te sirve amablemente. Observas el corte de carne, la papa, cebollas, chiles serranos y tortillas de harina; todo se ve suculento. Dejas el equivalente de consumo sobre la mesa y das a la salida, sin probar bocado.

En otra ocasión que viajas por cuestiones de trabajo y cruzas de nuevo por aquella ciudad, adviertes que tu compañero New York Término Medio, se estremece al transitar frente al restaurante de la disputa. Cada que paso por este sitio, dice, recuerdo aquel día que intentamos comer ahí. Recuerdo que cuando llegaste al auto, New York en Rojo te increpó por tu liviandad de haber pagado sin consumir. Después de eso, sucedió el accidente donde perdimos a New York en Rojo; siempre me he preguntado si fue un accidente o un fallo tuyo. En este trabajo se trata de ser humano, aunque nos dediquemos a aniquilar vacas, le respondes, recuerda que somos un equipo; agregas negando. Eso me tranquiliza, dice New York Termino Medio y continuúa, porque debo confesar que aquel mismo día, en que casi pierdes la vida, fue un fallo mío y no de New York en Rojo.

Te quedas helado ante la aseveración, pero tratas de no hacerlo evidente; sonríes. Yo en cambio, cada que paso por aquí, agregas, recuerdo aquel corte del que quedé con ganas de saborear. El gusto se me exalta y me vuela la cabeza nomás de pensarlo. Si todo sale como es debido, ahora que pasemos de regreso, intentemos comerlo de nuevo, ¿qué opinas? New York Término Medio toma un suspiro largo, descansa su cuerpo sobre el asiento del copiloto y contesta afirmando con la cabeza. De acuerdo, compañero, tú eres quien manda, agrega y sonríe exaltando la mueca de la sonrisa, remarcada en un rictus de tanto matar y desollar ganado.

Al día siguiente regresas al restaurante dispuesto a saborear los anhelados cortes. Llegas solo, sin nadie que arruine el momento. El mesero te reconoce y se desvive en atenciones, a la vez que se sorprende de que pidas tres cortes en términos diferentes. Te llega la limonada mineral antes que a las otras mesas. Cuando caen los cortes se ve reducida la espera. Es el tiempo de disfrutar, porque ya lo habías saboreado mentalmente cada que cruzabas la ciudad. Curiosamente el primer bocado no te satisface el gusto. Sientes como cuando se levanta un recipiente vacío, creyendo que está lleno, y que al sentir la liviandad, la mente antepuesta, se lleva una sorpresa. No das crédito y pruebas mejorar los trozos con salsa y limón; a los frijoles les pones sal y hasta las tortillas te son insalubres. Aquellos bocados de nada sirven para saciar al estómago, pero no el gusto que esperabas satisfacer al terminar al New York en Rojo y al Término Medio. Piensas, entonces, que debiste pedir que el plato te fuera servido en frío.

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Longitud y masa – Tiempo no >> Óleo sobre madera >> Alias Torlonio

Héctor Manuel Vargas Núñez nació en Benjamín Hill, Sonora, el 16 de julio de 1972. A la  edad de cuatro años, después de desordenar los tipos de una regla de composición de  una imprenta mecánica, fue llevado a Puerto Peñasco, Sonora. A los diecisiete años, en un viaje en un barco camaronero, después de un intenso día de labores, decidió por las letras que lo aproximaran a explicar lo que vivía. Escritor intuitivo, inició a colaborar, a finales de los noventa, en la sección de música de la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado, a principios del dos mil, en la página Ficticia.com. En la actualidad colabora, desde septiembre del 2015, en la revista digital Sombra del Aire, con los seudónimos de Equum Domitor y Eleuterio Buenrostro.

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