Tomar vino para descontextualizar el silencio,
dirigirse a las estaciones prósperas del devenir,
añorar una boca muy de antaño, de cuando se era joven,
tentar al diablo con unos tacos al pastor después de los treinta.
Soltar amarras,
dedicarse un rato a la pseudoprostitución a ojos de las tías,
inventar que se tiene algún amante para despistar,
volver a tomar vino,
seguir tomándolo a pesar de las secuencias ímprobas de la ingratitud de la conciencia,
dejar de pensar en el mañana…
Crear espacios de concatenación de ideas para ser menos mujer sin que importe mucho.
Buscarle cinco patas al gato, tres pies a la serpiente y caracoles a la marrana.
Leer un rato no y otro tampoco,
aceptar que se han dejado las cosas que se amaban más;
leer por ejemplo.
Despertar sin mucha ilusión, sin ganas del ejercicio
precisamente cuando está tan de moda el culto al cuerpo.
Soñar con la garganta húmeda,
con el silencio clitórico,
con la aspereza inmensa de la piel de los hombres,
cual sábana en detonación marina.
Reprobar todas las pruebas de ser la indicada,
con números negativos, rojos, catastróficos;
seguir siendo aun así, medio irredenta,
etérea, petricor y purpurina.
Añorar otra vez los besos e imaginarlos en el vino,
llegar al clímax de la ansiedad de otros tiempos que no vuelven,
ponerse los zapatos dispares
para una entrevista de trabajo.
Ir a gritar al zócalo que sí que no
que el patriarcado se va a acabar…
luego volver al hogar a llorarle al de siempre.
Joderse a más no poder, a más desesperar, a más embrutecerse.
Acariciar en la angustia
la posibilidad de volver un día a la raíz de una nuez,
al eterno centro de la Tierra, a las entrañas del universo.
Tragarse el cacto de la vergüenza familiar,
el bullyn público, la meada de un sabueso malaleche;
irse de facto al Diablo a la sombra de un dios íncubo.
Joderse a Dios en el sentido menos políticamente correcto.
Depurar la ilusión de otra vida de haber ingresado a un convento como Sor Juana
—recuerdo ahora que reprobé todos los exámenes de ser la indicada—;
ir al dentistas por una limpieza simple y salir con blanqueado, craquelado, abrillantador, hojalatería y pintura; nivelación y balanceo y una que otra respingada de nariz.
Volver a tomar vino,
decir impertinencias,
insistir en que no se está demasiado borracha,
vomitar un poco
para seguir tomando vino
mucho vino.
IMAGEN AL EXTERIOR
Monos fumadores y bebedores >> David Teniers
Nidya Areli Díaz (CDMX, 30 de noviembre de 1983) es Escritora, Editora, Guionista y Profesional del Fomento a la Lectura. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, especializada en Teatro del siglo XX, por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Fundadora de la revista literaria digital Sombra del Aire, de la que ha fungido como Directora y Editora desde 2011. Asesora docente en Lectopía, consultora dedicada a la profesionalización del fomento a la lectura, la enseñanza del Español y la Literatura. Consultora independiente en Redacción, Corrección de Estilo y Proyectos de Investigación. Editora literaria en Ganthä entertainment, casa de creación de contenidos para cine y tv.
Ha impartido conferencias y talleres de Literatura, Creación Literaria y Lectura Crítica para instancias como la Secretaría de Cultura de la CDMX, la Secretaría de Cultura del estado de Hidalgo y el IPN.
Fue investigadora, correctora de estilo y Lexicógrafa en la reedición del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua.
Obtuvo dos premios en Poesía por el IPN y uno en cuento por el Gobierno de la CDMX.