Por José Daniel Rodríguez Mendoza
A la Señora Rosario Ibarra de Piedra
¿En dónde están los desaparecidos?
¿Adónde los llevaron?
Tan sólo sé…
que ya no me contestan cuando grito sus nombres,
tan sólo sé…
que no sienten mis labios cuando beso sus rostros,
que ya no compartimos
ni el pan ni los amaneceres.
Sólo siento mi aliento quemando su memoria.
Recuerdo que un día lejano
y tan cercano
salieron de su casa y se fueron de la vida;
se me esfumaron de las manos,
¡Me los arrebataron,
los secuestraron,
los enjaularon como perros,
los acribillaron,
los patearon,
los azotaron,
los vejaron,
los mutilaron,
los hicieron pedazos,
los partieron en células,
les mordieron la sangre y el aliento!
¿Qué dedo ejecutor dio la orden homicida?
¿De qué pútrido vientre
brotaron las bestias carniceras?
¿Quién pudo haber parido
a estos engendros de la escoria?
La ambición, la droga y el alcohol
son el valor de los cobardes,
¡De aquellos que se escurren de miedo
ante la vida!
¿Merecen respirar el aire
que robaron a los despedazados?
¿Y merecen acaso, compartir el planeta
con los que se han quedado empapados
de dolor y de ausencia?
¡Hasta cuándo estaremos
paralizados por el miedo!
¡Hasta cuándo tomaremos en nuestros puños
la razón de la justicia!
cada día aumentan las listas de los muertos,
¡Nuestros muertos! (Tal vez nosotros mismos)
¡Hasta cuándo seguiremos
esperando la justicia de Dios!,
del Dios martirizado que fue sacrificado
como los desaparecidos.
¡Hasta cuándo decidiremos abortarlos!
¡Cuándo los caparemos!
¡Cuándo les arrancaremos el vientre
para que no se reproduzcan!
¡Cuándo escupiremos sus almas!
¡Cuándo enterraremos hasta el infierno
sus huesos y sus apelativos!
¡Hasta cuándo!
¡Hasta cuándo!
…
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