SENSUALIDAD EN SUSANA, SERIEDAD EN AURORA
Por Vladimir Espinosa Román
Ahora se sobreponen en mi memoria como dos películas destinadas a formar una sola fotografía.
Diversas, parecen estar unidas por un mismo cuerpo, como la dama de corazones de la baraja.
Xavier Villaurrutia, Dama de corazones.
Joven, como siempre se mostró, Xavier Villaurrutia retrata con la adolescencia ya perdida por muchos hombres; una adolescencia donde no existe el amor de una muchacha, pero se anhela de una manera fuerte.
No se tiene el amor deseado pero se ama silenciosamente, esperando la correspondencia que nunca llega por parte de la musa contemplada. Además de los deseos de querer y ser querido, esta novela nos hace sentir la emoción de juventud donde no nos preocupábamos, pues la única ocupación era estudiar y, por lo menos, conocer un amor platónico. La única novela que escribió Villaurrutia parece más bien autobiográfica, porque tuvo dos hermanas a las que quiso mucho y en su narración aparecen Susana y Aurora, primas. A las dos las ama, pero no de igual manera; a una como familiar, como madre o como tía que se estima con respeto, a la otra como amiga íntima y a veces más que eso, como novia. El narrador refleja sensualidad y erotismo en sus comentarios hacia Susana:
Me gusta el cobre rojizo de sus cabellos. Me gusta el fleco que invade su frente y que parece, a lo lejos, una peineta de dientes separados que hubiera dejado prendida en su cabeza por descuido. La querré siempre.[1]
La lectura de la novela nos evoca el recuerdo de la adolescencia perdida, de todo estudiante, donde los amores platónicos abundaban, cuando se estudiaba la carrera y se tenían veintitantos años. Uno se sentaba en la biblioteca en una mesa, de repente aparecía una chica de lentes estudiosa y sólo se le amaba en el silencio y en la contemplación, como si se mirara a un ángel. De esta forma amaba Julio, el protagonista de la novela, a Susana; en un silencio de pensamientos perversos o cándidos quizá. Se podría pensar que la mayoría vivimos esas experiencias, esas sensaciones. Xavier Villaurrutia cuenta la suya en esta novela en primera persona:
Naturalmente, me interesa Susana. Desde el día siguiente al de mi llegada, ha cuidado de ocultar con polvo las pecas que salpican sus mejillas. Es ligera, traviesa. Entra al salón de fumar y a mi recámara sin anunciarse, como la primavera.[2]
En una proyección poética, distraídamente, enamorado, como una relación incestuosa pensada pero no lograda, Julio, o Xavier Villaurrutia, no deja de mencionar en repetición a Susana, la ama con intensidad. La prosa en la novela es poesía pura. Si recortamos las frases y las ordenamos a manera de poema, sin duda nos quedarían las metáforas y versos hermosos característicos de Villaurrutia:
Al levantarnos para salir del comedor, no podría asegurar si he desayunado. En cambio, puedo decir con certidumbre que mi prima Susana, que no ha dejado de mirarme el rostro un instante, solamente me ha escuchado de vez en cuando.[3]
Tanto Susana como Aurora se parecen físicamente, sólo se distinguen en el carácter, una es lúdica y mentirosa, la otra es seria y verdad absoluta. Hay un juego de palabras, la novela, escrita en primera persona, muestra los pensamientos del protagonista narrador, el cual conversa con su tía Madame Girard y sus primas después de un viaje al extranjero, el motivo, estudios universitarios. Susana es un amor más allá de las fronteras, parece un amor a veces no platónico, sin embargo es de otra manera:
Al oír mi lenguaje impuro, mezclado con frases en inglés, ríe, me imita, pero no me corrige nunca. Me ha dicho que no tiene novio y que el no tenerlo no la entristece.[4]
En frases divididas con punto y aparte, está el amor no encontrado en la prima, Susana, a la cual describe con ímpetu romántico, enamorado, como la Eva de su paraíso poético anhelado, con vehemencia:
Lee novelas, poesías.
A su lado dan deseos de hacerle confidencias: pequeños triunfos, pequeños fracasos.
Miente naturalmente, como si no mintiera. Debe de hablar durante el sueño y luego sonreír y llorar.
Escribirá con rapidez, sin ortografía, en párrafos interminables que habrían de estar llenos de punto y coma, si cuidara de la puntuación.
Es tan soñadora que, si la sorprendo con la mirada vaga, pienso que está proyectando aquello que me dirá en sus cartas cuando me ausente.[5]
Aurora es lo contrario a Susana, parece una madre prematura, como si fuera señora de años antes de serlo:
Aurora, ¿la quiero menos? No, pero la temo. Frente a ella me siento como un impostor. Comprendo que mi conversación le parece ligera y que adivina todo lo que hay en ella de mentira.[6]
Aurora representa una dualidad que no es, necesariamente, mala, sino parte de la vida, del mundo; así como Susana es caliente, Aurora es fría; una es alegre, la otra seria; una divertida y la otra es aleccionadora. Para Aurora el amor es estúpido y una pasión momentánea, para Susana es el sentido de la vida y de la existencia en esta tierra:
Se arregla cuidadosamente.
Es lenta, grave. No entra al salón de fumar, ni menos aún a mi recámara, sin dejar caer un libro, sin antes toser varias veces; anunciándose, como el invierno.
Se interesa por cuanto digo. Si necesito una palabra inglesa para llenar el hueco de mi discurso, siento que me corrige y me reprocha sin palabras.[7]
Observadora, fría, razonable, calculadora, todo esto y más podría ser Aurora, sonríe pocas veces, nunca ríe y tampoco llora:
A su lado dan deseos de contarle algún secreto terrible, con la confianza de que lo guardará siempre.
Lee obras de teatro. Cuando habla, advierte; cuando calla, advierte también. Estoy seguro de que pertenece a la flora punto menos que extinta de mujeres que escriben con lentitud, en párrafos largos, repintando la letra dos o tres veces, cuidando de la ortografía.[8]
Severidad en todo sentido, corrección y a veces ultracorrección, Aurora podría ser contadora, exacta con las cuentas, o tal vez abogada, repitiendo artículos y cláusulas legales de códigos de memoria, de manera inflexible y atada a las normas y costumbres impuestas:
Dice la verdad naturalmente, como si no la dijera.
Me gusta el cobre apagado de sus cabellos separados con una gracia serena. Con polvo ocre empalidece su rostro. También la querré siempre. ¿La temeré siempre?[9]
Tanto Aurora como Susana son elegantes, distinguidas y de buenos modales. Nos dice Villaurrutia en boca de Julio que hasta se podrían confundir, pues son muy parecidas en lo físico, pero en cuanto a la personalidad son totalmente distintas:
Al lado de Aurora todos los hombres nos sentimos en la seguridad de que podríamos permanecer así un tiempo más largo que la vida. Pero esto sería demasiado, y no es bastante. Desde que estoy en México este pensamiento arraigado me hiere, me inquieta, quisiera compartirlo con alguien a quien dijera simplemente: “Aurora no ama a su prometido que se casará con ella sin amarla”. Susana, al oír mi confidencia, se echaría a reír, incrédula. Mme. Girard no me oiría, ocupada en contemplar los diez camafeos que le copian sus uñas relucientes. Aurora me oiría con gravedad, guardándome el secreto, y acaso se creería en el deber de no sentirse aludida.[10]
Julio, el señorito burgués y aristocrático de la novela, ama desmedidamente a Susana, existe un conflicto en su interior, como algo que no se puede evitar al estar con ella:
Ahora me siento presa de un delirio erizado de preguntas, sin voz: ¿Verdad que no me quieres mal, Susana? No cierres los ojos, que puedes encerrar bajo tus párpados toda la luz del parque. Porque no me miras, me encuentro solo a tu lado. Y si me miras, te siento tan lejana que cuando escucho tu voz me parece que está verificándose un milagro. ¿Por qué, Susana, te alejas de ti, de mí, de todos? ¿Por qué yo mismo me alejo? ¿Por qué no me abandonas las manos? ¿Por qué yo no te las tomo? Tengo la certidumbre de que me dejarías apoyar mi mano en tu mano; pero la encontrarías de mármol y sentirías lo mismo que al apoyarte en el brocal de un pozo bañado en sombra: nada.[11]
Al leer los pensamientos de Julio, sentimos la impotencia de confesar el amor a la persona amada, cual si todo se opusiera a ello, absurdamente, como una contrariedad de la vida:
Siento que una niebla empaña mis ojos. Te miro esfumada y con una aureola de luz sobre la cabeza. Hago esfuerzos por decirte algo pero del mismo modo que durante el sueño de la siesta llega un momento en que precisa despertar a riesgo de congestionarnos si no lo conseguimos y no obstante sentimos la angustia de no encontrar la puerta de la realidad, no puedo decirte nada. Tengo alineadas las palabras: ¿en qué piensas, Susana? o ¿por qué callas? Tengo el tono y la temperatura con que quiero decírtelas, pero al llegar a mi garganta se desordenan y siento miedo de lanzar un grito que te asuste o te haga reír.[12]
Julio narra la cursilería propia de la edad, esa cursilería vergonzosa y estúpida de estudiante, cuando se hacían cartitas de amor o un poema, y se regalaba a la admirada, la cual seguramente se mofaba de ese amor pueril de un muchacho atolondrado. El escritor, además, juega con su propia identidad, pues se autoalaba en el relato al mencionarse como un personaje importante y famoso de entonces:
Ya sé cómo me quieres, Susana. Me atrasas el corazón, el traje, el peinado, la voz, para llevarme muy cerca de Lamartine y de Musset. Así me querrías, soberbio, alto, amante, dorado, capaz de vivir novelas frenéticas, capaz de escribir poesías más frenéticas aún. Te equivocas. Yo sufro porque no puedo complacerte. Imagino que no puedes pensar en mí tan contemporáneo de Xavier Villaurrutia, tan invisible como él, aspirante a diplomático, negligente en el vestir; con un cuerpo inclinado cada día más a desaparecer entre millones de jóvenes de los Estados Unidos […].[13]
Al final, la confusión de su amor se hace patente. Sabe que la quiere pero no la puede querer como él quisiera porque es su prima, en la novela y, en la vida real, su hermana:
Susana, Susana. ¿La quiero? No sé, no sé. Los afectos se me confunden siempre. A veces pienso que la quiero como se quiere a un amigo.[14]
Es Dama de corazones una novela poética, escrita en prosa poética, llena de melancolías y nostalgias de amores filiales, fraternales, incestuosos y carnales imposibles. Existe una represión psicológica en la novela por parte del autor, al no poder aflorar todo lo que siente y desea, pero es lógico para la época, pues está fechada entre 1925 y 1926. Narra Xavier Villaurrutia su muerte, su juventud poética y romántica de los años veintes en Estados Unidos, sus sueños, sus viajes, sus tormentos pueriles, sus deseos amorosos y la tristeza del fallecimiento de su tía en la novela, acaso su madre en la realidad.
Obras consultadas
Villaurrutia, Xavier, Dama de corazones, Colección Relato licenciado Vidriera, México, UNAM, 2004.
[1] Xavier Villaurrutia, Dama de corazones, p. 9.
[2] Ibid., p. 8.
[3] Ibid., p. 7
[4] Ibid., p. 8.
[5] Idem.
[6] Ibid., p. 9.
[7] Idem.
[8] Idem.
[9] Idem.
[10] Ibid., p. 13.
[11] Ibid., p. 15.
[12] Idem.
[13] Ibid., p. 20.
[14] Ibid., p.42.