Por Antonio Rangel
Tenemos un pasillo de fluidos que se llama laberinto, el cual nos permite escuchar y a la vez mantener el equilibrio. Este par de datos reales me parecen simbólicos: las palabras que oímos han atravesado un laberinto y, además, si dejamos de oír, perdemos nuestro equilibrio. Quienes con frecuencia se desequilibran quizá padezcan laberintitis. Yo creo que con algunas ideas sucede algo semejante: comienzan como caracoles que dan vueltas sobre sí mismas y después se tuercen sin armonía y dejan un laberinto de opiniones y pensamientos difícil de seguir. Hay una laberintitis mental que desequilibra nuestras emociones y nos impide oír el hilo de Ariadna que nos ayudaría a liberarnos.
Así me ha pasado ahora que he estado dándole vueltas al laberinto de la friendzone. Los gringuismos, que otros pueden llamar anglicismos, en ocasiones son intraducibles. Decir “zona de amistad” se me hace desacertado. Usaré friendzone sin ruborizarme porque estoy seguro de que en menos de un siglo la Real Academia Española aceptará el vocablo. Lo que sí procuraré es escribir con orden, que ya suficiente laberinto es pensar en temas de amor.
La friendzone, entonces, es una relación amistosa entre dos personas, en la que una de ellas desea que tal relación sea romántica y/o sexual. Por lo regular prevalece lo no-dicho, no hay una petición directa de relación amorosa, aunque puede darse el caso de que habiendo tal declaración directa de interés erótico, ante un rechazo sin énfasis, o debido a una obsesión como son las obsesiones del amor, la relación amistosa continúe con una persona suspirando y otra persona dejándose querer distraídamente.
Quizá debería exponer las razones para escribir sobre un tema tan baladí, ¿acaso no estoy pecando de adultescente? Pero en mi opinión, el asunto de la friendzone implica un dilema ético, si sobrevivimos a este minotauro, un trono en Atenas nos espera.
Hace muchos, muchos años, en una sociedad patriarcal, unos pastores que creían que su aldea era el universo, obligados por las circunstancias, inventaron unos mandamientos, entre los que destaca uno que decía: no desearás la mujer de tu prójimo, ni su parcela ni su jacal, ni a su buey ni a su burrita, vaya, ninguna de sus cosas. Claramente no habían comprendido que la envidia es el motor del capitalismo. ¿Y cómo iban a comprender eso si capitalismo y patriarcado son agua y aceite? El punto es que para aquellos pastores vanidosos la mujer era una cosa sujeta a la propiedad privada. Las feministas se indignarán ante la cosificación y a mí lo que me indigna es la privatización. ¿Por qué esa sociedad prohibía la envidia? Porque eran demasiado envidiosos de seguro, además sus bienes eran escasos y tenían noticias de sociedades más ricas. ¿Pero qué tiene que ver esto con la friendzone? Pues yo pienso que si un hombre o una mujer se sienten atrapados en una relación de amistad, a pesar de que desearían algo distinto, es porque han internalizado cierta culpa, que los lleva a callar sus deseos y a inhibirse.
Hay una preciosa novela de Tolstói, La Sonata de Kreutzer, que concluye con una afirmación que en otro tiempo me dejó asustadísimo y convencido de que mirar a una mujer con deseo ya es cometer adulterio, no sólo en lo que respecta a la mujer extraña, sino sobre todo con respecto a la mujer propia. En otras palabras, el matrimonio no da derecho para que el esposo desee a su esposa. Después de algunos años, como ya no soy un seminarista sin olfato, comprendo que Tolstói era un hipócrita. El deseo sexual es irreprimible. Inténtenlo y retornará.
Hoy, el feminismo institucional ha creado, y por lo visto, seguirá creando leyes irracionales, casi religiosas, como la de multar a los hombres por mirar libidinosamente a una mujer. Como si no fuera posible aceptar la naturaleza del instinto sexual. Para mí los problemas éticos comienzan debido a que en el rostro del otro no está inscrito ningún mandamiento, sino el impulso de los besos y las caricias. El principio de la ética no radica en matar o ceder el paso, sino en reprimir el deseo de cohabitar, de empiernarse, de desenfrenar la ternura. Vivir en la friendzone es reprimir el deseo sexual en pro de que tal represión sea recompensada.
Aunque estoy seguro de que tal recompensa es factible, no le recomendaría a nadie que esperara por ella. Yo no valoro en exceso ni los orgasmos ni echar relajo con la banda. Estoy persuadido de que la amistad es sumamente escasa. Es imposible que a lo largo de la vida se tenga en un número mayor a tres un amigo o amiga del alma. Camaradas, valedores y amistades de cotorreo, acaso sí se puedan tener más de treinta, sólo que tales relaciones yo las llamaría la zona de la levedad del ser. Hay que aceptar que si alguien no quiere relacionarse eróticamente contigo y su relación está en esa zona de liviandad se debe a un hecho simple que han notado los etólogos: no hay atractivo sexual. Entonces hay que dar la media vuelta lo antes posible.
Pero cuando de verdad hay amistad, cuando se ama a una persona por ser ella misma, cuando escuchas sus laberintos y la ayudas a enfrentar minotauros, pareciera que el deseo sexual se diluye, que se ha creado un vínculo de hermandad. Creo que disfrutaría ver desnudas a la mayoría de mis amigas, excepto a unas cuantas, por las que sentiría una repulsión semejante a la que sentiría si viera a mis hermanas. Es una repulsión automática y poderosa, un muro mental que una vida entera no sería capaz de romper. Sobra decir que me siento satisfecho en esa zona de amistad verdadera.
Sin embargo, no deja de ser inquietante la cuestión de la desnudez. ¿No fui convencido por Kant de que la desnudez entre los humanos fue abolida para mantener vivo el deseo sexual? Sí, estoy convencido, y sí me inquieta.
Por eso estoy en el laberinto del concepto de la friendzone. Tengo claro que el amor erótico no se gana con buenas acciones, o hay atracción sexual o no hay amor. Tal vez esto signifique ese verso de poeta Eduardo Lizalde: “todo amor sin sexo es corruptible”. Pero qué tal este otro de Nicanor Parra, “¿Quién es el que no besa a sus amigas?” Cyrano y Quasimodo, dos inverosímiles personajes románticos. Dos pagafantas, como dicen en España, que se despreciaban a sí mismos por su fealdad. La fealdad, en efecto, es trágica en estas sociedades superficiales y enajenadas con la imagen, peor aun, la naturaleza sexual que poseemos nos impulsa locamente a buscar ciertos patrones, ciertas armonías físicas. La tirana naturaleza quiere más hijas e hijos sanos.
Si todos permaneciéramos en la friendzone sería como Platón soñaba: una república ideal. Pero no será nunca. El deseo sexual seguirá siendo fuente de frustraciones. Además yo quisiera que quienes se quejan de haber sido friendzonados escucharan las palabras de un personaje opuesto a Cyrano y Quasimodo; Tony Manero, interpretado por John Travolta, en Saturday Night Fever, él dice no me gusta acostarme con ciertas chavas porque después ellas quieren que las saque a bailar. Así como para Manero el baile es más preciado que el sexo, pienso que toda persona tiene algo que es más íntimo que su sexualidad. Y debemos reconocer que nosotros mismos no estamos dispuestos a compartir nuestra intimidad tan fácilmente, esa zona sagrada, sea pista de baile o lo que fuere, se reserva para pocas o acaso para una sola persona.
Mas, es curioso, el hilo de Ariadna que liberó a Teseo de la gran trampa de Dédalo, luego lo llevó a casarse con Fedra. Tenía razón Sor Juana, que mucho sabía de friendzone: amor es más laberinto.