Por Iván Dompablo
Contaremos las historias de otros viajes,
de otros amores extraviados,
perdidos para siempre;
con la nostalgia a flor de piel,
en medio de la sangre
y la marea de otras aguas.
Evocaremos instantes.
Hablaremos de las cartas incendiadas
en medio de la locura,
de las muertes insuficientes que morimos,
para al final seguir viviendo
en el día a día,
bajo el tedio de las horas.
Recordaremos el fuego en la garganta,
el fuego primigenio que provocó la llaga,
siempre oculta tras la máscara,
de aquella que no hablamos
por la pura pena de no habernos muerto.
De ser incluso allí un rotundo fracaso.
Seremos los testigos,
los encargados de escribir las historias
de los que se fueron para siempre,
del último trago no compartido,
de la niña huérfana de padre,
de la orfandad de los amigos.
Miraremos en las noches de fiesta
el estallido de cohetes,
bajo el opacado cielo,
mientras caen las estrellas,
sin el abrazo,
sin el beso,
sin el sexo,
sin nada a que aferrarnos,
pero vivos al fin y al cabo,
y sin poder entenderlo.
Desterraremos la luz,
instalaremos campamentos
debajo de las piedras
y allí nos quedaremos quietos,
muy quietos,
en silencio,
con la pedrada de la tristeza
embebida entre los ojos abiertos,
pero sin mirar.
Sin mirar de qué va la vida,
de dónde vienen los sueños,
porque a nosotros siempre se nos hizo tarde
en la repartición de la esperanza.