Por Roberto Marav
En la oscuridad
pende la luna
de los ojos que no alcanzan a sostenerla
y no hay luz que ilumine esta cercanía de sombras
cernida a un prisionero corazón.
Pero si de la torre más alta
refulge el presagiado nombre
que ha de llamar a enderezar los instintos
y la voluntad responde con dinámico ingenio
a toda disposición especulativa,
entonces, sólo así,
el pensamiento se tornará
faro de los ojos
alzándose sobre todas las cosas,
con las manos firmes y los deseos corpóreos,
para sostener la palabra
que designe a cada sombra su luminosidad
y le devuelva a todo claro su sosegada lobreguez.
Vendrán las revoluciones
con enarboladas pretensiones de que la ausencia
ya no ondee con impudicia la bandera de la deserción
y demandando que el corazón abandone su menguado llanto.
Regresarán a su vez los ejércitos salidos al frente
a defender su estadía,
incluso si la melancólica impaciencia
no pueda someter a la rigurosa realidad.
Entonces, los cielos tendrán cada uno su nombre:
Sol, Luna, Espejo, Verdad,
y por las calles los hombres se encontrarán
designándose las miradas,
en silencio, sin romanticismo alguno,
asumiendo su soledad inmaculada
y la responsabilidad de expresar
cada fibra y célula de su ser,
desde la ínfima duda de su contingencia
hasta el inconmensurable cimiento de su edificación.
Sólo así, las esferas se alinearán
en múltiples combinaciones
y no habrá cabida
para el tiempo
porque la luz y la sombra
se harán presentes
en ambos lados
de la experiencia humana
de su nuevo amanecer.