Por Francisco Cruz
He intentado contar los lunares de tu cara; 1, 2, 3, 4, 5…, de repente me detengo en uno, lo veo y un momento me pierdo en él, entonces caigo en la cuenta de volver a empezar otra vez. Hasta ahora no he podido pasar de 20. He intentado varias maneras de contarlos; a veces empiezo por el cuello; nunca paso de ahí; otras veces empiezo por tu frente y mejillas. En tus orejas también hay lunares, pero nunca me animo a empezar por los que están alrededor de tus labios, llevo tiempo viéndolos y todavía no sé cuántos son, siempre me pierdo en ellos y a veces con ellos. Cuando son mis cómplices de aventura, hago todo menos contarlos, intento entenderlos. Uno pensaría: qué suerte ser tu lunar, estar cerca de tus labios, estar a centímetros, milímetros; pero esto no es así, no creo que sea sano estar siempre tan cerca; si fuera tu lunar me suicidaría más de una vez por intentar besarte. Mi nuevo proyecto, si es que un día acabo el primero, es contar los lunares de tu espalda, unir esos puntos, ver lo esconden y tal vez descifrarte.
Luego, quizá si el tiempo me lo permite, un día me aventure a buscar más lunares por tu cuerpo, con la consigna de que siempre que veo un lunar tuyo, me pierdo.