Por Alberto Navia
Despertar. Despabilarse apenas del sueño
nocturno. Acontecido apenas.
Despertar. Abrir los ojos y encontrarse
de frente con el mundo acechante.
Con el resto de la Humanidad.
Desde los confines de la vida,
arrastrándose, vienen las memorias.
Sin fronteras.
Sueños de luz imaginada.
Sueños de presencias intangibles. Sueños.
Vivencias interiores sin reservas y,
tantas veces,
sin recuerdos.
Sueños de conexión con otros espacios,
que permean la delgada membrana de
la realidad.
Sueños que vierten sus contenidos
dentro de los jarros negros de
la Noche.
Sin llenarlos, sin saciarlos, sin colmarlos
jamás.
Noche de paredes metálicas
Que retumban con los pulsos de una
existencia inexistente.
Existencia contenida en siluetas
que danzan al compás de los temores,
de los deseos.
Sueños que parecen
vida. Que parecen
muerte.
Despertar de frente al cielo
Buscando, quizás, las huellas del Divino.
Despertar intransigente.
Inexorable despertar.