“Seamos sinceros. ¿Quién no tuvo alguna vez el deseo de ver muerto a alguien? Sólo que pocos se animan a cruzar el umbral, pero en la vida hay que correr necesariamente ciertos riesgos. Cada instante de nuestra vida es una bifurcación…”.
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Octubre de 2022—MIÉRCOLES
Alegando la necesidad de ocuparse de casos urgentes que el Estudio “Nájera-González” representaba y que requerirían un cambio de rumbo a causa de la muerte de su socio, Daniel González pidió que la doctora Farina hiciera una excepción en el orden de la agenda para tomarle declaración y liberarse pronto.
—Daniel —aclaró ella—, los tres hemos trabajado juntos en varios casos. No siempre nos pusimos de acuerdo, pero ahora vos y yo sabemos que hay que cerrar éste cuanto antes. Mientras más tiempo pase, las cosas se van a poner más difíciles. Ya tenemos clavados los ojos de toda la ciudad, y me animaría a decir de toda la provincia dada la notoriedad que tienen ustedes. A los fines de la investigación, vamos a ser formales, de testigo a Fiscal.
—Por supuesto, “doctora” —dijo González con una sonrisa. Desde el otro lado del escritorio, la mujer percibía la fragancia de la colonia exclusiva que usaba el abogado.
—Doctor González, ¿cómo diría que era su sociedad con el doctor Nájera?
—Yo no tuve nunca problemas con él. Éramos amigos en el secundario, fuimos juntos a la Universidad y cuando nos recibimos abrimos el Estudio. Cada uno tenía sus propios casos, pero los más complejos los llevábamos juntos.
—Tengo entendido que algunos de sus excompañeros no tenían buenos recuerdos de él e incluso que no deseaban que asistiera a la fiesta. ¿Usted puede confirmar eso?
—Bueno… Roberto era de hacer bromas de mal gusto… a muchos eso los hacía enojar, pero yo se las dejaba pasar. Era un tipo muy trabajador y de buen corazón, más de una vez defendió algunos casos sin cobrarles un peso. Y aunque trabajara gratis lo hacía con la misma dedicación que cuando cobraba.
—¿Él solía tener reacciones violentas?
—Bueno, doctora… él era impulsivo, parecía que se llevaba el mundo por delante, pero de ahí a violento… no sé… hay mucha distancia…
—Al parecer, hay una exsecretaria del Estudio que quiso denunciar al doctor Nájera por acoso y después desistió. ¿Usted qué sabe de eso?
El abogado parpadeó y cerró los puños:
—Doctora, me estoy enterando por usted, me sorprende… ahora entiendo por qué la última que tuvimos se fue así de golpe, sin decir nada. Yo llegué una tarde al estudio y ella ya no estaba más —se movió en la silla como si se sintiera incómodo—. ¿Cómo es eso que quiso denunciar a Roberto y yo no supe nada? Perdón, pero ¿ese dato es fidedigno? Yo no sé si Roberto era capaz de hacer algo así, diría que no, pero no pondría las manos en el fuego tampoco… no sé si me explico…
—Lo hace perfectamente, doctor.
—¿Usted cree que el homicidio podría ser un ajuste de cuentas por alguno de los casos en los que intervino su socio? ¿Una venganza por algo que haya hecho? ¿Un crimen pasional, un marido celoso, una mujer despechada? ¿Algo que le venga en mente?
—No tengo dudas de que más de uno se va a alegrar con esto. Creo que muchos lo querían ver muerto, su forma de ser le ganó enemistades, pero no se me ocurre nadie que pudiera llegar a tal extremo.
—¿Su forma de ser?
—Bueno… no debería decirlo ahora, pero él era un poco… bueno… no debería decirlo, pero no sentía mucha empatía por los demás, decía que cada uno tenía que valerse por sí mismo como fuera.
—Pero acaba de decirme que tenía buen corazón y que atendió casos en forma gratuita.
González esquivó la mirada de la Fiscal.
—Bueno… ¿cómo decirle? Era contradictorio, pero era así…
—Doctor, ¿usted sabe si su socio tenía un seguro de vida?
—De eso mismo hablamos más de una vez. Yo estoy convencido de que es importantísimo. En mi caso, tengo a mi mujer y a mis hijos como beneficiarios, pero Roberto decía que él no tenía a nadie para dejarle la plata de un seguro.
—¿Cómo es eso?
—No quería nombrar a sus hijos porque decía que los tres lo habían decepcionado y no lo merecían.
—¿Y su esposa?
—Decía que ella sería incapaz para administrar una suma importante de dinero. Y Roberto no tenía otros familiares. Entonces, prefería disfrutarlo todo él mientras estuviera con vida.
La Fiscal pensó que eso no era un ejemplo de generosidad y buen corazón.
—En algún momento durante la fiesta, ¿ustedes tuvieron alguna discusión?
—Bueno, usted sabe, doctora, que uno siempre se propone no hablar de trabajo en las ocasiones sociales, pero al final termina hablando de eso. Discutimos… bueno, discutir no es precisamente la palabra, conversamos sobre un caso que Roberto quería tomar, un caso que involucra a gente importante. Él quería aceptarlo y yo no estaba de acuerdo. Me parecía riesgoso. Hablamos un rato sobre eso, pero no llegamos a ninguna conclusión. Después empezaron a servir la comida y, lógicamente, en la mesa ya no tocamos más el tema.
—Hábleme de ese caso.
—Doctora, usted sabe que esta es información confidencial.
—Y usted sabe que estamos investigando un homicidio y que toda la información que puedan aportar los allegados a la víctima es fundamental.
—Esto era apenas una posibilidad…
—Por favor, no me obligue…
—Está bien —la interrumpió él—, pero le pido que no quede grabado.
La Fiscal le hizo una seña a su asistente para que detuviera la filmación.
—Roberto quería representar al denunciante de un caso de corrupción de proporciones descomunales. Estarían implicadas autoridades del Poder Legislativo, funcionarios policiales y hasta autoridades del Poder Judicial. Yo sabía que a medida que se investigara saldrían a la luz nombres reconocidos.
—¿Y usted no estaba de acuerdo?
—¡Claro que no, doctora! Me parecía que era demasiado el riesgo.
—¿Usted piensa que el homicidio del doctor Nájera puede ser una advertencia?
—No lo sé, doctora, no me animaría a decirlo. Mire, voy a confesarle algo: siempre sospeché que Roberto llevaba casos que me ocultaba. A veces interrumpía conversaciones telefónicas cuando yo entraba a su despacho, salía sin dejar dicho adónde iba ni cuándo pensaba volver; una vez vi una computadora que no era la del Estudio ni la personal de él y cuando le pregunté me dijo que era de su hijo y que la llevaba a hacer un servicio. Era una mentira flagrante, porque Federico jamás le daría su computadora para nada.
Después de un silencio, agregó:
—Mire, doctora, para mí antes que nada está la integridad. No quisiera que mi nombre se viera comprometido y mucho menos la reputación del Estudio.
—Veremos… —le hizo una seña a Sabrina para que continuara registrando—. Volvamos a la noche de la fiesta. Entre sus excompañeros, ¿puede haber alguno que le guardara el suficiente rencor como para cometer un crimen? Suena descabellado, pero no hay que descartar ninguna hipótesis.
—En general, no era muy querido. En los años de secundario, la verdad es que era bastante difícil de llevar…
El hombre estuvo a punto de agregar algo, pero pareció dudar y quedó callado.
—¿Iba a decir algo más, doctor?
—No, no…
—Doctor González, ¿usted tiene un arma de fuego?
—Sí, doctora, y la tengo registrada a mi nombre, pero la tengo en un lugar seguro y, le digo la verdad, ni siquiera la saco para limpiarla.
—Doctor, voy a necesitar que nos dé acceso a los expedientes de los casos del doctor Nájera.
—Por supuesto. Lo que más deseo es colaborar para que se esclarezca la muerte de Roberto. Les voy a entregar su portátil y la contraseña que usaba.
—Enviaré a alguien para eso. ¿A qué hora se fue usted de la fiesta?
—Bueno… deben haber sido las 04.00 o 04.30 hrs. Me ofrecí a llevar a Susana al aeropuerto para que hiciera el check in con tiempo. Me refiero a Susana Delgado.
—Doctor, sobra decir que puedo volver a llamarlo.
—Y usted sabe que cuenta con toda mi colaboración.
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El crimen del abogado era el tema prioritario en todos los medios. También en los lugares de trabajo, en las charlas de café y en mayor medida en las salas del edificio de Tribunales.
Cuando el Suboficial Fernández regresaba a su casa, no podía evitar la curiosidad de su familia.
—Hijo, vos que estuviste en la fiesta y estás al tanto —dijo un día su padre—, ¿se sabe algo más sobre la muerte de ese hombre?
—Papá, ya sabés que no puedo comentar el caso. Sé que tenés mucho interés por saber, pero no puedo decir nada.
—Lauti —dijo la madre—, a nosotros sí podés contarnos. Sabés que no vamos a decirle nada a nadie.
—Mamá, papá, ustedes saben que la Fiscal no me deja ver el expediente. Al contrario, ella me da órdenes.
—Pero otras veces…
—Esta vez es diferente. Es un caso muy delicado. Lo único que les puedo decir es que la doctora Farina está llamando a declarar a los que estuvieron en la fiesta y a algunos otros relacionados con él.
—Hijo, para mí que el asesino estaba ahí.
—Entonces sabés más que la policía y la Fiscalía juntos, papá. Mamá, tengo hambre. ¿Qué hay para comer?
***
Capítulos:
Trayectoria de boomerang 1 Trayectoria de boomerang 2 Trayectoria de boomerang 3 Trayectoria de boomerang 4 Trayectoria de boomerang 5 Trayectoria de boomerang 6 Trayectoria de boomerang 7 Trayectoria de boomerang 8
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Gato II >> Óleo sobre cartón >> Alias Torlonio
Liliana Fassi reside en Villa María (Córdoba, Argentina). Es Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba, Argentina). Entre los años 2010 y 2018 publicó tres libros que recrean, con entrevistas y ficciones, la historia de la inmigración llegada a su país entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Participó en diez antologías de cuentos editadas por instituciones culturales de Argentina y de Uruguay y recibió numerosos premios y menciones en ambos países. En 2023 tres de sus obras integraron una antología editada por la revista mexicana Sombra del Aire. Colabora con revistas digitales de Argentina, Canadá, Guatemala, México, Colombia, Ecuador y España. Es correctora de textos y fue prologuista de libros de autores de las provincias de Córdoba y de Buenos Aires. Actualmente, su obra aborda un amplio abanico de temas relacionados con la condición humana.

