“Se llega a un punto en que hay que tomar una decisión. Elegir un camino u otro y después vivir con las consecuencias”.
MARTES
Cuando se marchó Federico, la doctora Farina pidió un café y se tomó un breve descanso. Las entrevistas con los Nájera la habían tensionado. Después recibió a Natalia Mora.
Al igual que con la paseadora de perros, creyó que el tuteo facilitaría la comunicación.
La joven tendría alrededor de 25 años, pero con el pelo rubio suelto, un jean con roturas y una remera dos talles más grandes que el suyo parecía una adolescente.
—Buenas tardes, Natalia. Le dijiste a mi asistente que fuiste secretaria en el “Estudio Nájera-González” y que hay algo que querés que yo sepa. ¿Qué es eso tan importante que te hizo venir acá hoy?
—Bueno, doctora… no sé… estuve pensando mucho para decidir qué hacer, si venir o no, usted sabe… no es fácil, y para mí es más difícil todavía.
—Está bien, tranquilizate. Vos sabés que el caso está protegido por el secreto de sumario y que nada de lo que digas será conocido.
—Es que mi miedo es que piensen que tuve algo que ver con la muerte de ese hombre.
—¿Por qué tenés ese miedo, Natalia?
—Es que yo trabajaba en el Estudio y… tuve que irme porque ese hombre… él… al principio parecía muy bien, muy amable, pero después empezó a decirme cosas…
—¿Qué cosas, Natalia?
—Que yo le gustaba mucho, que era la más linda de todas las secretarias que había tenido, y un día yo estaba hablando por teléfono y él se me acercó por la espalda y se apretó en contra mío… y… y… me dijo… “mirá cómo me hacés poner” y estaba… tenía…
—Sí, Natalia, entiendo lo que querés decir. ¿Y vos qué hiciste?
—No aguanté… me di vuelta, lo empujé, le pegué y le dije que lo iba a denunciar —la joven empezó a sollozar.
La Fiscal esperó unos minutos en silencio y, cuando Natalia se tranquilizó, dijo:
—¿Qué pasó entonces?
—Él se largó a reír y me dijo que nunca nadie me iba a tomar una denuncia en contra de él, porque era demasiado importante para que alguien se anime, y antes de irme dijo que se iba a saber que yo lo había provocado y que podía hacer que no me contraten en otros trabajos —el llanto le impidió seguir hablando.
—El doctor González estaba también en el Estudio?
—No, él había ido al Juzgado por un caso importante. Justo cuando me iba vi que llegaba, pero al frente hay una parada de taxis. Me subí a uno y me fui.
—Antes de esa vez que me contaste, ¿hubo otras?
—Bueno… al principio yo pensé que me rozaba sin querer, pero esa vez fue directo…
—¿Y qué hiciste? ¿Lo denunciaste?
—¡No! ¿Qué lo iba a denunciar con esa amenaza? Yo preciso trabajar.
—Natalia, ¿alguien más se enteró de lo que había pasado?
—Bueno… yo llegué llorando a mi departamento y mi pareja estaba ahí. Me preguntó qué me pasaba, pero yo no le quería decir… él insistió tanto que tuve que contarle y entonces se puso como loco. Quiso salir enseguida a buscarlo al doctor Nájera y… me dio miedo, decía cosas horribles… él es muy celoso, ya otras veces me hizo escenas… yo le pedí por favor que no haga nada, que, como pasa con todos los que tienen poder, los que somos como nosotros no podemos hacer nada.
—¿Y él salió a buscar al doctor Nájera?
—No. Me costó mucho convencerlo. Pasamos la tarde en casa, yo sentía que la bronca no se le había ido y esa noche me tomé un ansiolítico para descansar bien. Él no durmió, es enemigo de tomar nada. Al día después seguía enojado, yo me daba cuenta, aunque ninguno decía nada. Esa noche me tomé otra pastilla. El domingo, cuando me desperté, él no estaba, pero volvió al ratito con medialunas para desayunar. Tenemos una panadería cerca que abre los domingos, ya nos conocen…
—¿Podrías decirme con exactitud qué día ocurrió lo del doctor Nájera?
—Sí, fue el viernes pasado…
—¿Tu novio sabía que el doctor Nájera iba a estar en Aramis?
—Sí, la invitación llegó al Estudio. El doctor Nájera se puso muy contento. Yo se lo comenté a mi novio porque me pareció lindo que después de 50 años se juntaran otra vez.
—Natalia, ¿tu novio tiene un arma?
—Está esperando el permiso. Mientras tanto va al Tiro Federal para practicar tiro al blanco.
—Natalia, voy a necesitar que me des los datos de tu novio. Te imaginarás que debemos investigarlo.
—Doctora, por favor, si se entera que yo estuve acá, que hablé con usted, es capaz de… no sé… por favor le pido…
Un latido en la sien le pronosticaba a la doctora Farina una de sus migrañas habituales. Aún eran varios los que debían testificar. Esperaba que pudieran aportar información valiosa para la causa. Hasta ese momento había unos pocos indicios que necesitaba investigar: algunas personas tenían posibles motivos para cometer el crimen; otras, los medios para hacerlo; la mayoría, la oportunidad. Además, el homicida no necesariamente tenía que haber estado en la fiesta; quizás alguien todavía se mantenía oculto.
Llamó al Suboficial Fernández y le preguntó si tenía novedades.
—Estaba por llamarla, doctora. He recibido el informe de la necropsia. El doctor Salguero confirma lo que anticipó en el lugar del hecho.
El policía sabía que la Fiscal leería el informe apenas se lo enviara, pero le gustaba asegurarse de que ella no pasara nada por alto. La mujer había comprobado que era uno de los mejores criminalistas de la fuerza policial, por eso siempre era tolerante; no sabía por qué, pero algo en los ojos del joven le inspiraba una mezcla de ternura y compasión: le parecía estar frente a un niño abandonado. De él sólo sabía que no tenía hermanos y que aún vivía con su familia para ayudar con el cuidado de su padre, aquejado por una seria enfermedad.
—La causa del deceso fue el balazo en el pecho. Por el agujero de entrada del proyectil y los residuos de hollín en torno a la herida, el disparo fue efectuado a corta distancia, como el doctor había anticipado. La bala penetró entre la cuarta y quinta costilla izquierda y quedó alojada en la vértebra D4. De la posición del cuerpo, se infiere que el occiso no desconfiaba del atacante, sus brazos y manos no estaban en posición defensiva y no hay señales de lucha. El doctor Salguero constató también que el interfecto no tenía alcohol ni drogas en sangre. El informe agrega que, por la trayectoria de la bala, el atacante era de menor estatura que la víctima. Ésta medía 1.88 m. y quien efectuó el disparo debe medir entre 1.78 y 1.80 m. aproximadamente.
—Con esa estatura hay más posibilidades de que el homicida sea un hombre —reflexionó la Fiscal—, aunque una mujer alta calzada con tacos también puede aproximarse.
—No tengo recuerdo de haber visto una mujer así en la fiesta. Me habría llamado la atención. Algunas lo eran y, como usted dice, calzaban tacos altos, pero no llegaban a esa estatura. Sin embargo, aunque el muerto era muy alto, había otros hombres que se acercaban a esas medidas.
—Suboficial, no podemos presumir que el homicida estaba necesariamente en la fiesta. ¿Eso es todo?
—La huella hemática en el capó del auto fue causada por el deslizamiento de la mano ensangrentada de la víctima al caer. No se recolectaron otras huellas. En cuanto al arma hallada debajo del asiento del conductor es una Ruger 9 mm. Se constató que la misma está registrada a nombre de la víctima y que la autorización para portarla se encuentra vigente. Sin embargo, estaba cargada, en abierta contravención a las normas.
—¿Y en cuanto al arma que usó el homicida?
—De la pericia balística se concluye que el arma usada es una Glock 26, 9 mm. El cotejo con otros proyectiles usados en delitos anteriores no arrojó resultados. Ahora mismo le estoy reenviando los archivos.
La doctora Farina se había preguntado más de una vez si la capacitación policial incluía un diccionario especializado. Si era así, el Suboficial lo había memorizado. Sólo esperaba que en su vida personal no usara ese vocabulario.
—¿Qué dicen los expertos que trabajaron en la escena? —preguntó, aunque ya imaginaba la respuesta.
—Nada de lo necesario para avanzar en el caso: huellas, fluidos, cabellos… nada… la evidencia es escasa, lo que el occiso llevaba en su ropa y en el auto, nada más.
—Suboficial, se dará cuenta de que estamos frente a un asesino muy hábil, sin dudas experto, que de alguna manera infundió confianza a su víctima.
—Si me permite, doctora, el doctor Nájera tenía suficientes factores victimógenos como para propiciar este desenlace.
Proveniente de una familia marcada por las carencias y el sufrimiento, el Suboficial Fernández dedicaba todo su esfuerzo a perfeccionarse y a cumplir con su trabajo de la mejor manera posible. Después de su formación como policía, había cursado de manera acelerada la Licenciatura en Criminología con resultados sobresalientes. Sin embargo, nunca hacía exhibición de ello; al contrario, era respetuoso tanto con los efectivos que estaban bajo su mando como con sus superiores. Sus modales le habían ganado la estima de todos en la Fuerza.
—Quiero que envíe a su gente a hacer un nuevo rastrillaje, si es preciso en todo el parque. Busquen en las avenidas, en las calles exteriores, en los árboles, donde sea. Busquen en el asfalto huellas de neumáticos, pisadas en la tierra alrededor del cuerpo, no voy a liberar la escena del crimen hasta estar seguros de que no hay absolutamente ningún rastro. El arma pudo ser arrojada en las inmediaciones, puede haber impactos de otros disparos, proyectiles perdidos, el homicida debió llegar y marcharse en un vehículo y, si no fue así, debe haber rastros de su paso en el follaje. Aunque no se vea nada, no asumamos que no hay nada. El asesino siempre deja algo en la escena y usted lo sabe bien. Quiero también que investigue sobre el arma que le fue sustraída al doctor Nájera meses atrás: si estaba registrada, si él denunció el robo, si fue utilizada en algún delito cometido entre los meses de mayo y la actualidad, si fue incautada y se encuentra en el depósito del Registro de Armas y todo lo que pueda averiguar.
—Doctora, mantendré al personal apostado en el lugar, pero usted sabe tan bien como yo que en una escena al aire libre es excepcional el hallazgo de indicios, sobre todo con un clima como el que tenemos desde hace unos días. Además, esa noche fueron muchos los vehículos que transitaron por ahí. No tenemos forma de identificar si alguno de ellos pertenecía al atacante.
La doctora Farina continuó como si no lo hubiera escuchado.
—Y quiero que me diga quiénes fueron los que se retiraron al mismo tiempo que el doctor Nájera. Es posible que alguno haya escuchado la detonación. Usted mismo estaba en las proximidades… ¿no oyó nada? Una persona no familiarizada pudo haberlo confundido con cualquier otro ruido, pero usted conoce el sonido de un disparo.
—No, doctora, sólo se escuchaban los ruidos habituales en un parque.
—¿Usted cree, estando en un lugar ya vacío, en medio de un parque y a esa hora de la madrugada, que una detonación no habría resonado?
—Doctora, casi con seguridad el atacante utilizó un silenciador.
—Dígame, Suboficial, ¿quiénes fueron los que se retiraron al mismo tiempo que el doctor Nájera?
—Sólo escuché algunos nombres en forma aislada y vi las insignias que tenían puestas, pero no puedo estar seguro. Lo que puedo decirle es que había dos mellizas que compartieron la mesa y se exhibieron con el occiso toda la noche. Ellas se fueron por la misma avenida que el interfecto unos 15 o 20 minutos antes. También puedo decirle qué autos conducían los otros: dos femeninas en un Toyota rojo, un masculino llamado Enrique, según recuerdo, en un Citroën C3 y otro masculino en un Renault Sandero negro.
El criminalista hizo un breve silencio y luego dijo:
—Hay algo más que puedo decirle: en un momento de mi recorrido por el salón escuché que el doctor Nájera y el doctor González discutían por una situación de acoso que el primero habría cometido contra una secretaria. Además, el doctor González le advertía a su socio sobre la peligrosidad de un futuro cliente. Es todo lo que escuché antes de alejarme.
—Bien, Suboficial. Trabajaré con esos datos, pero en cuanto a lo demás quiero respuestas para mañana a la tarde como último plazo.
—Doctora, llevaré a cabo las diligencias pertinentes.
Después de esto, la Fiscal recogió sus pertenencias y dejó el despacho porque su migraña se había vuelto insoportable. Decidió que ese fin de semana haría una de sus excursiones de siempre. El esfuerzo del trekking la ayudaba a pensar. Imaginaba que el terreno escarpado se parecía a sus investigaciones: para alcanzar la cima se requería un gran esfuerzo.
Continuará…
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Capítulos
Trayectoria de boomerang 1 Trayectoria de boomerang 2 Trayectoria de boomerang 3 Trayectoria de boomerang 4 Trayectoria de boomerang 5 Trayectoria de boomerang 6
Imagen:
Retrato de una mujer con corbata negra >> Modigliani., Livorno, 12 de julio de 1884 – París, 24 de enero de 1920.
Liliana Fassi reside en Villa María (Córdoba, Argentina). Es Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba, Argentina). Entre los años 2010 y 2018 publicó tres libros que recrean, con entrevistas y ficciones, la historia de la inmigración llegada a su país entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Participó en diez antologías de cuentos editadas por instituciones culturales de Argentina y de Uruguay y recibió numerosos premios y menciones en ambos países. En 2023 tres de sus obras integraron una antología editada por la revista mexicana Sombra del Aire. Colabora con revistas digitales de Argentina, Canadá, Guatemala, México, Colombia, Ecuador y España. Es correctora de textos y fue prologuista de libros de autores de las provincias de Córdoba y de Buenos Aires. Actualmente, su obra aborda un amplio abanico de temas relacionados con la condición humana.