El viento de Titanis 4 traía consigo partículas de silicio incandescente. Eran como agujas sobre la piel, pero Lyta Nax ya no tenía sensibilidad en la dermis desde hacía años. Lo había perdido todo en la misión de Io: compañeros, honor, futuro. El exilio era un castigo que había aceptado con el mismo estoicismo con el que encajaba las crudas tormentas del desierto. El paquete llegó sin anuncio. No fue dejado por nave ni dron ni cápsula, simplemente apareció en la mesa oxidada de su refugio, entre libros húmedos y cristales resonantes. Era un sobre de carta común, demasiado común, y, sin embargo, la textura era… antigua, no vieja, sino de un tiempo antiguo. En su interior, una sola carta: la Q de Trébol. No era una baraja terrestre. El símbolo no era un trébol común, sino una estructura fractal que se expandía cada vez que uno la miraba, y la Q… Era una consciencia.
Lyta cayó al suelo, víctima de un mareo súbito. No vio colores, sino estructuras. No oyó sonidos, sino conceptos. Una voz suave y metálica vibró dentro de su mente: “Soy Q. Me recuerdas, aunque nunca me hayas conocido”.
Desde ese día, el mundo cambió. Q no era un ente maligno ni benévolo, era algo más: una presencia, a veces maternal, a veces inquisitiva, nunca del todo humana. Las visiones llegaron en oleadas. En ellas, Lyta caminaba por pasillos geométricos que flotaban en vacío luminoso. Torres invertidas, ciudades suspendidas en el plano del tiempo. Y siempre, al fondo, un círculo de cartas flotando como planetas: el mazo original. Trece cartas. Trece llaves. Trece puertas.
Ella tenía una.
La Orden del Trébol Inverso también lo sabía. El Comandante Venn Tarok, jefe del Comando Psi-Cósmico, la localizó gracias a la distorsión gravitatoria que la carta provocaba. Aterrizó en el planeta con una escolta de drones y una sonrisa fría.
“Lyta, no creí que fueras tan terca como para seguir viva”.
“No creí que fueras tan estúpido como para venir con fusiles cuando lo que tengo es… esto”. Levantó la carta. En ese instante, todos los drones se detuvieron. Algunos explosionaron, otros flotaron como si recordaran un sueño lejano.
Venn retrocedió. “¿Qué has hecho?”.
“No yo. Ella. Q”.
Q le habló aquella noche, cuando los cielos se rasgaron y una aurora antinatural cubrió el horizonte. “Hay un lugar donde los ecos del origen aún vibran. Allí comenzó el juego. Allí comenzó todo”.
Lyta viajó con Venn, quien ya no era su enemigo, sino su rehén. O su devoto. En la nave “Silencio Vectorial”, atravesaron el cinturón de energía rota, hasta un punto llamado Ternión: tres lunas que giraban sobre una estrella apagada.
Allí estaba el templo fractal, un lugar donde el tiempo no tenía dirección.
Dentro, encontró una estatua que era su retrato. Miles de años más antigua, en sus manos, la misma carta.
“Esto es una repetición”, dijo Lyta, “un eco”.
“No”, corrigió Q, “es un ensayo. Todavía puedes cambiar el guion”.
El viaje cambió a Lyta y a Venn. En las noches sin tiempo de Ternión, la tensión entre ellos mutó. Se volvieron necesarios, vulnerables. Un amor improbable nació en medio del fin.
Lyta dudaba. “¿Esto es real? ¿O es otra ilusión de Q?”.
“Todo es real mientras dure”, respondió Venn, besándola en medio de la curva de una dimensión colapsada.
Pero Q estaba observando.
Y la Orden del Trébol Inverso se acercaba.
Al llegar al lugar donde estaban ellos, se tornó un enfrentamiento no físico. La Orden no usaba armas. Usaban símbolos, lenguaje, antipalabras. Proyectaban ideas como cuchillas.
Lyta se defendía con Q. Cada pensamiento, una defensa. Cada recuerdo, un escudo.
Uno de los sacerdotes de la Orden gritó: “¡Esa carta no le pertenece!”.
“No”, dijo Lyta, “yo le pertenezco a ella”.
Con un último pensamiento, activó el fractal. La realidad se replegaba. Luego se reescribió. El universo se reinició, pero algunos lo recordaban.
Lyta y Venn despertaron en una ciudad. Era antigua y futura. En su bolsillo, una carta. La Q de Trébol. Igual, pero distinta.
Q no hablaba. Dormía. Esperaba.
Lyta la acarició.
“Lo hicimos”.
Venn la abrazó.
“¿Qué viene ahora?”.
Ella sonrió.
“Una historia diferente”.
***
IMAGEN AL EXTERIOR
Juana de Arco >> Óleo >> Dante Gabriel Rossetti., Londres, Reino Unido, 1828 – Birchington, Reino Unido, 1882.
Francisco Araya Pizarro nació el 15 de Diciembre de 1977 en la ciudad de Santiago de Chile, hijo de Eduardo Araya y María Cristina Pizarro, es Diseñador Gráfico, Artista Digital, Asesor Gráfico para ONGs ligadas a las Naciones Unidas, Community Manager y Escritor de Ciencia Ficción. Publicó cuatro libros en Amazon.com (Las Crónicas de Marte, La Gata Relámpago, Codei Humanitas y Lid), tres relatos suyos han sido incluido en antologías (Hoy Despierto, Un Horizonte Oscuro y Un Guardián en las Profundidades), sin olvidar su participación con su cuento estilo cyberpunk “Fragmentos del Éter” para el programa de Radio U.Chile “La fábrica de cuentos”. Muchos de sus cuentos están en diversas revistas literarias de habla hispana, también se pueden encontrar sus relatos cortos en www.tumblr.com/franciscoarayapizarro
Actualmente reside en Santiago de Chile, desempeñando su labor profesional como diseñador gráfico y escribiendo relatos que mezclan fantasía y tecnología.