ZOROBABEL

por Diony Scandela

La noche en que supe del incendio en el viejo vecindario de Irish Way, estaba terminando de redactar la tercera parte de mi tesis doctoral en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge. Como estudiante de arqueología en su etapa final y ateo declarado, no podía creer en burdas supersticiones, quimeras y leyendas. Tengo cuarenta años, una considerable fortuna heredada de mis padres y un cociente intelectual superior al promedio; aunque esto superaba todas las atrocidades del siglo presente, manchando la buena reputación del caballero inglés, necesitaba averiguar lo que sucedió realmente. La curiosidad me acechaba como un cazador.

Caso curioso (y a la vez grotesco) fue que aquel brutal asedio de una familia inocente respondía a un grave caso de esquizofrenia en alto grado, delirios místicos y obsesión insana con el satanismo; la víctima era un jovencito judío que incendió a su familia en su propia casa. Aarón Rosenberg no llegaba a los veinte años y conocía de sobra nociones profundas de arqueología y temas orientalistas. Lo cierto es que antes de declararlo loco y ser llevado al manicomio, Aarón balbuceaba una retahíla de disparates que tenían que ver con el demonio Zorobabel; personaje de la mitología hebrea del periodo interstamentario específicamente en el año 166 a. C. En mi tratado Supersticiones del antiguo mundo hebreo, hablo sobre los descubrimientos de Archibald West, de la estatuilla en una cueva al pie del Monte Sinaí en 1966. Algunos americanos también estuvieron tras la pista de la estatuilla, pero Archibald, como todo buen inglés dotado de preparación dio con el punto. La figurilla de trece centímetros, de forma hexagonal y una leve característica antropomórfica, tenía una inscripción: el supuesto tetragramatón o Nombre de Dios, pero en un idioma imposible de descifrar. Caso que en ninguno de los tratados escritos por Archibald West se logra dar con el idioma; ni en sus trabajos póstumos se logró dar con el idioma. Aunque algunos especulaban que era sumerio.

Con algo de influencia y dinero, logré acceder al sanatorio mental donde tenían al demente de Aarón; el desgraciado en su camisa de fuerza, mostraba el fatal signo de un limbo mental. Una muerte suspendida en el tiempo: la nariz aguileña goteaba moco y un hilillo de saliva caía por la comisura de los labios.

Cuando saqué del bolsillo de mi traje la foto con la réplica de la estatuilla, los ojos negros parecieron dibujar vida y su boca se abrió, atónito.

—Zo… Zo… Zorobabel. Asciende y toma forma… Entidad del Abadón… Asciende y toma forma…

Me acerco y le miro fijamente a los ojos:

—¿Quién es Zorobabel?

El demente vuelve a balbucear lo mismo:

—Asciende y desciende…

—Necesito que me digas por qué incendias…

Los doctores me interrumpieron y aseguraron que ya se había acabado la visita. Una enorme jeringa se asomaba en la mano del doctor. No pude sacar más nada pues le iban administrar la inyección. Esa misma tarde, realicé una pesquisa con las autoridades que llevaron el caso. Saqué información con un poco de dinero; todo apuntaba a que Rosenberg había visitado en tres ocasiones el Museo de Arqueología Clásica en Cambridge, donde se hallaba la estatuilla original. Claro, todo esto era información clasificada y no se podía dejar saber a la prensa que todo conectaba a Zorobabel; la ficha policial mostraba que el desgraciado era entusiasta de la arqueología, los mitos y el ocultismo.

—El maldito ató a sus padres y les hizo una marca en la frente antes de quemarlos —me comentó un oficial. —Usted, que es estudiante de arqueología, podría ilustrarnos.

En efecto. Se trataba del sello del rabino oscuro, que menciona Archibald West en sus libros; la famosa leyenda que databa del 166 a. C, donde se afirmaba que un rabino enloqueció por haber intentado escribir el Nombre Divino en un idioma «nuevo». Los resultados fueron infructuosos y, en lugar de eso esculpió una estatuilla y talló el nombre al revés; lo demás es burda imaginación religiosa: un demonio color tierra se le materializó en una oscura noche y tomó posesión del rabino. Después que el poseído vagó como loco por las calles de Jerusalén, fue capturado por un grupo de exorcistas que lograron expulsar al demonio, minutos antes de que el rabino oscuro se lanzara de un montículo rocoso, estrellando su cuerpo contra las rocas. La estatuilla sirvió como récipe (o prisión) para el demonio. Encapsulado allí en el abismo de los tiempos. Efigie de un demonio de periodo interstamentario.

Los nazis supieron de la leyenda y en vano lograron dar con la estatuilla. También los soviéticos. Sólo Archibald pudo dar con ella, y además de eso un par de rollos donde narraba la leyenda del rabino oscuro que fue subastada en la Christies UK.

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Telefoneé a mi amigo en Puerto Aztur (una isla cerca de Uruguay), para corroborar una vieja historia sobre la desaparición de un famoso rabino de su ciudad; el señor Schmuel Ben Yehuda, desaparecido un viernes 13; mi contacto me dijo que el anciano escribió en las paredes de su sinagoga el sello del rabino oscuro horas antes de desaparecer. El caso dio vuelta al mundo: televisión y prensa hicieron un festín sensacionalista; con el pasar de los días me alejé un poco del caso hasta que, leyendo al calor de una fogata en mi mansión, El wendigo de mi autor favorito, Algernon Blnckwood, me quedé dormido hasta despertar de madrugada; no dejaba de pensar en la fascinación creciente de la moderna sociedad inglesa, por lo grotesco y lo demoniaco. Al día siguiente volví a investigar entre los libros de Archibald West: el insigne arqueólogo había fallecido en 1988, producto de una neumonía. ¡No dudé en ir hasta su tumba! Después de hacer un par de compras en el supermercado fui hasta el Cementerio de Bournemouth (mismo lugar donde estaba la lápida de Mary Shelley); entre la maleza y una pequeña capa de humus estaba la tumba de Archibald West. Me agaché para observarla mejor. El nombre casi se había borrado.

Recordé algo que había escrito en mi agenda:

—Archibald West falleció en 1988. No dejó esposa ni hijos. La ceremonia fue oficiada bajo la tradicional religión anglicana; dueño de una gran fortuna, el señor West legó su dinero a un orfanato. Cabe destacar que algunos integrantes de la Hermetic Order of the Golden Dawn estuvieron presentes.

¡Maldición! ¿Era esto posible? Una sociedad ocultista derivada de otra. Se dice que Algernon Blackwood (mi escritor favorito), fue integrante de esta sociedad. El azar hace muy bien las cosas y yo, convencido de ser una pieza en el inmenso azar, decidí ir a la sede central de la Hermetic Order of the Golden Dawn. El edificio de visible arquitectura neogótica estaba a escasos metros de una iglesia en Christchurch; estaba cerrado y lleno de polvillo. Una fina capa de telaraña cubría la puerta. Horas después investigué con las autoridades locales (y hasta en una biblioteca cercana), pero no pude conseguir respuestas. Simplemente, desaparecieron de la noche a la mañana y la estructura pasaría a formar parte del patrimonio de Bournemouth.

Iba conduciendo por la vía cuando recibí una llamada del detective, quien me mantenía al tanto del caso del jovencito:

—Aarón Rosenberg murió de un infarto mientras dormía. A las 03:00 am. —Quedé asombrado con la noticia. Aunque en el fondo, no podría esperarse más de un esquizofrénico semita.

Cuando llegué a mi casa, una sensación de miedo y repulsión me invadió cuando hallé la cabeza de un cerdo frente a la entrada, sobre un charco de sangre y rodeada por un enjambre de moscas.

Abrí con cuidado el picaporte y vi la mansión en orden. Pero cuando llegué a la sala de lectura, vi un escrito con sangre seca. Tardé un poco en comprobar que se trataba de un mensaje al revés. Con ayuda de un espejo…, pude ver que era una leyenda amenazante:

—NO INVESTIGUES MÁS. ZOROBABEL vendrá por ti.

En la noche tuve pesadillas con la leyenda de Zorobabel, el rabino oscuro y Archibald West. Era un viajero entre los caminos rocosos del Monte Sinaí, excavando hasta dar con la estatuilla; arriba en el cielo, fieros truenos anticipaban un juicio bíblico. Luego mi cuerpo iba cambiando hasta convertirme en el demonio en persona. Desperté un poco sobresaltado. Una pastilla para dormir sería la solución; al siguiente día fui a reunirme con unos amigos distinguidos de la clase alta londinense, en el Wendigo Place: un café muy concurrido de Cambridge. Pero un dolor repentino de cabeza me hizo retirarme. Más pastillas y una taza de té frío.

Una larga caminata por el Jardín Botánico de la ciudad; entonces decidí volver a visitar el Museo de Historia Clásica: allí estaba la estatuilla de Zorobabel, protegida por un grueso cristal. Abajo la fecha de descubrimiento, lugar y el nombre de Archibald West.

Otra vez el dolor de cabeza, luego una sensación repentina de mareo me condujeron hacia afuera mientras veía cambiar (atónito) la hora del día. De un gris cielo nublado que se iba tornando amarillo, con un sol abrasador que más nadie parecía notar. Todo empezó a darme vueltas y caí en una especie de trance: otra vez la rocosa llanura allá al final, donde en la cueva oscura estaba la estatuilla. También al viejo rabino oscuro, musitando incoherencias mientras invocaba a Zorobabel; ahora era el viajero desplazado en el tiempo, vagando bajo el inclemente cielo hebreo. Caí al suelo, y a la vez caí al verde pasto del patio de la universidad.

Archibald West se apareció ante mí con su típico traje de arqueólogo. Sonreía cruzado de brazos. Buscaba aferrarme a mi realidad pero el desierto rocoso hacía juego con el verde pasto del campus. Era como una visión que alternaba escenarios.

Volví en mí… para darme cuenta de que había un tumulto alrededor del museo, un hombre había roto el cristal, burlado a los de seguridad y robado la estatuilla. ¡Tenía que detenerlo! Divisé aquel oportunista a lo lejos y, recordando mi juventud como atleta de rugby lo derribé, para luego asestarle un golpe que lo dejó inconsciente. A mi izquierda se materializó el siniestro rabino oscuro. Ahora con la estatuilla en mis manos, el nombre sagrado en un lenguaje desconocido se hizo presente en mi mente; alrededor había oficiales y estudiantes. Sucumbirían ante el próximo paso en la escala evolutiva. El poder estaba en mí… Zorobabel. Asciende y toma forma… Entidad del Abadón. Mi cuerpo sufrió la más dolorosa metamorfosis, desde la escamosa piel de ofídicas protuberancias hasta la pigmentación color tierra. Yo soy Zorobabel y castigaré a todos los que se opongan a la entidad.

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IMAGEN

Gerión >> Gustave Doré., Francia, 1832-1883

Diony Scandela nació el 3 de julio de 1993 en  Apure, Venezuela. Iniciado formalmente en el mundo de la escritura con la publicación de su novela Perros de la Prehistoria. Autor de varios relatos, entre ellos “El cíclope de los bosques”, “El caso del sindicalista”, “Caballero andante” y fundador de la Revista Paladín. Integrante del equipo editorial de la Revista Paladín.

Instagram: @dionyscandela

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