Aposté con la bruja a que me acostaría con alguna mujer antes del amanecer. Lo hice sin pensar… pero, bueno, primero lo primero.
Caminaba por las calles desiertas de la ciudad, tambaleándome por innumerables cervezas. Pasé toda la noche jugando cartas sin pena ni gloria, pero casi cuando terminábamos logré ganar un dineral. Ojalá hubiera parado, pero ese perverso diablito que siempre me susurra idioteces, me decía “sigue, sigue”… Y allí estaba, sin un centavo en el bolsillo.
En medio de un callejón oscuro noté una figurita encorvada. Me acerqué y, gritando “vete de mi camino, vieja bruja”, la pateé bien fuerte, como pateamos a veces las latas tiradas, pero fue más rico porque el blanco era de carne y hueso.
La figurita se cayó, pero lejos de enojarse me dijo:
—Tienes razón, soy bruja, igual que mi mamá, que mi hermana, que mi cuñada… —y así hasta no sé cuál parentesco. —¿Me crees? Vamos a apostar a que…
Y de allí pues toda la vaina con la apuesta: si gano me da un millón de dólares, y si no, hace de mí un eunuco. Pero tampoco soy chiflado, necesitaba pruebas de su poder.
Nos fuimos a la avenida y cerca del bar vimos una pareja de borrachines que peleaban por una gorda pelirroja con una risa muy irritante. La bruja me pidió mirarlos atentamente y luego tiró algún polvito directo a mi cara. De repente, ante mis ojos los fulanos se convirtieron en bestias, dos asnos y una mula. Juro por Dios que hasta el rebuzno de mula era igualito a aquella maldita risa. ¿Y cómo no creer en ese truco? Nos dimos las manos, trato hecho, y ahí empezaron las peores horas de mi vida.
Como loco, corrí al bar para encontrar alguna hembra, pero adentro había puros varones. En aquel momento hubiera dado todo para tumbar a la pelirroja, pero seguía de mula, por eso me jalé para otro lado. Todos los locales estaban cerrados y las calles vacías como nunca, no había nadie. Sospechaba que era por la brujería de la vieja, que no se quedaba atrás de mí y no paraba de reír de mi cara angustiada. Rogaba en los prostíbulos atenderme gratis, prometiendo pagar luego el doble, pero en vano. Traté de violar a alguna señora que se apresuraba a su casa, pero me roció spray de pimienta en la cara. En mi desesperación, hasta quise matar a la vieja, pero tampoco tuve éxito.
Cuando faltaban unos minutos para el amanecer, la bruja me dijo:
—Maldito corazón de pollo que tengo, seré yo tu mujer.
La miré con sorpresa y asco: piel arrugada, una verruga en la nariz, podridos dientes chuecos y labios parecidos a pasas, pero ya no tenía opciones. Nomás le pregunté si me daría su polvito, para verla más apetecible, pero me contestó que ya no había tiempo para eso. Entonces cerré bien fuerte mis ojos, puse mi mano en su pecho donde solían estar las tetas, y la besé…
Y así de manos a boca me volví millonario.
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La lámpara del diablo >> Francisco de Goya (España, 1746 – Francia, 1828).
María Gorodentseva nació en Moscú, Rusia, el 20 de mayo de 1994. Es aficionada de la literatura y de las lenguas. A los veinte años descubrió el mundo hispano. Le gustan las culturas precolombinas. Sabe hablar quechua y quiere aprender náhuatl algún día. En sus ratos libres traduce cuentos de escritores latinoamericanos y sueña con las cosas que nunca van a pasar. Por el momento, su libro favorito es Los juegos verdaderos de Edmundo de los Ríos. Desde 2018 forma parte de un taller de literatura, donde escribe en español. La proximidad de su trigésimo cumpleaños la ayudó a decidirse finalmente a publicar sus propias historias.