Hicieron “match”.
Angelina encontró en la aplicación MDK (Match Date Kids) justo lo que estaba buscando. A sus 58 años, era complicado salir con personas jóvenes, y más por su estado de salud. La naturalidad, vencida por la acumulación anual constante, retiró parte de su belleza y ese tono grisáceo brillante en sus ojos, además de darle su ahora aperlado cabello sin vida, por toda la queratina suministrada en las duchas nocturnas.
Era más delicioso el café amargo que los tés matcha.
De entre la lista de jóvenes, Swami le resultó interesante.
Joven de 12 años de edad. Estatura media para un niño casi adolescente. Piel morena, ojos negros como la noche, cabello lacio muy bien acomodado.
No dudó en ponerse en contacto con los administradores de la página para poder comenzar el trámite para su cita. El dinero no era un obstáculo para ella ni sus intereses. Mucho menos para las de un chico de esa edad que solo busca amor y diversión.
Se concertó la cita y pudo conversar unos minutos con Swami. El interés era mutuo. Ganarse a un joven de esa edad sería complicado, por lo que tendría que recurrir al “amor de madre”; ese que tuvo alguna vez en su infancia, mas nunca el valor de ejercerlo en su madurez, misma que le permitió obtener todo lo deseado en su vida de soltera.
El peso de la sociedad cayó tiempo atrás, las responsabilidades juveniles fueron menos y los adultos se albergaron en compras simples y minoristas para la subsistencia propia, además de una cantidad exorbitante de gatos por departamento.
Volvió a mirar el teléfono y la foto de “su niño”. Comenzó a buscar en otras aplicaciones, objetos que podrían agradar a Swami y lugares a donde llevar a desayunar, comer y cenar a una “criatura” de su edad.
La vida se volvió más compleja y cerrada, la madurez infantil cerrada a un dispositivo móvil era suficiente para pasar el rato. Existía la posibilidad de que Swami solo quisiera contacto virtual con ella. Angelina pensó en todas las posibilidades, no se sentía del todo preparada. Al mirarse al espejo, podía ver la vejez asomándose frente a ella, con todos los síntomas previos al alcance de la mortalidad.
Al final, después de visitar miles de sitios, mirar la fotografía de Swami miles de veces, la batería del celular se agotó al igual que la de ella. Ambos cayeron sobre la cama, exhaustos.
Llegó desde muy temprano al sitio donde vería a Swami. Los administradores del grupo lo entregarían en ese lugar, indicado por el infante. El sitio era un lugar cualquiera, la esquina de un café, enfrente un restaurante de comida rápida, a un costado un sitio de videojuegos, al frente una librería. Normal, hasta cierto punto.
Ella portaba un vestido tipo suéter tejido de color gris, jugando con la tonalidad de su cabello, algo graso, aferrándose a la juventud, con poco maquillaje en el rostro.
Swami llegó cruzando la calle. Vestido con ropa deportiva gris, la cual resaltaba su color de piel, unos tenis del mismo tono. Pensó que todo iba a la tonalidad de sus ojos, pero hasta lo más grisáceo podría tener amor.
Antes de presentarlos, los administradores le brindaron algunas reglas respecto al tiempo con el niño, donde se verían para recogerlo y sobre todo, lo que podía hacer y no hacer. Aceptando los términos, Angelina extendió la mano a Swami que la aceptó de forma cortés.
El desayuno fue normal, poca conversación. Swami no tenia mucha hambre, solo pidió un té, decía que era lo que solía beber y ya había desayunado. Todo se centró más en Angelina y su vida, el chico se remitió a escucharla, un poco aburrido. Al notarlo, Angelina decidió llevarlo al lugar de videojuegos de donde lo recogió, pero Swami tenía otros planes.
Llegaron a una enorme librería, uno de los pocos sitios donde todavía se bebía café y se podía conversar a gusto, mientras se rebuscaba entre los títulos, algo entre líneas. Angelina pensó en lo romántico que sonaba el plan, así que ambos entraron. Las miradas conservadoras eran esperadas por Angelina, pero se dio cuenta de que no era la primera ocasión en que Swami frecuentaba el lugar, tal vez con más mujeres.
Al fondo, Angelina se sentó en un reposet, mientras Swami desplegaba libro tras libro de la estantería.
“¿Qué te gusta leer?”, preguntó el chico. Angelina respondió un “de todo”, más por inercia que por convicción.
“Lee esto entonces”, respondió el chico al extender un ejemplar de Jane Austen.
“He oído de esta película, no sabía que era un libro”, dijo Angelina.
“Entonces hoy te voy a sorprender”, respondió el chico con más ejemplares sobre los hombros.
La conversación se tornó intelectual. Era sorprendente que un niño de doce años, solo en este mundo, hubiera leído tal cantidad de libros. Angelina podía sentir ese fulgor natural del corazón, un enamoramiento vil incontrolable por este niño.
Olvidó la lista de lugares. Pidieron café a raudales.
Swami, antes de finalizar el día, además de presentarle su respeto y varios libros más, le contó su difícil vida, cuyo relato finalizó cuando sus padres, en sus cortos seis años, fallecieron en un incendio en su viejo hogar. De ahí, deambuló en muchos grupos de protección social, hasta que decidió entrar a la aplicación MDK y conocer a muchas personas. Le pidió una segunda cita a Angelina para el siguiente día, pero esta vez en su antigua casa.
Así sucedió.
Fue una noche difícil para Swami, pero abrió su corazón a Angelina y ella lo recibió con total aprecio. Volvieron a la librería. El rostro del niño se había tornado en una madurez impresionante, de mostrar el lugar del deceso de su niñez, para convertirse en un joven interesante, maduro y dispuesto a dar amor.
Las citas transcurrieron de forma constante, normal. Angelina pudo abrazarlo en ciertos momentos, bajo el consentimiento de Swami. Ir a prisa era lo suyo, pero los hombres de su edad no estaban para esa responsabilidad, no como su niño.
Llegó el día marcado. Angelina se arregló lo mejor posible. El cabello seguía siendo un desastre diluvioso, comenzaba a empobrecer su cabeza. Resaltó su mirada con tonos grisáceos. Estaba lista para su niño. Deseaba que él estuviese listo para ella.
Quedaron en la librería. Ella devolvió el libro de Austen, lo leyó a medias. Swami ya estaba en la librería devorando a Dean Koontz.
“¿Interrumpo, mi niño?”.
“No, conocí a Koontz hace tiempo, buen tipo. Esto es una relectura. Pienso en lo que pudo ser”.
Koontz. Dean Koontz. Lo anotó en su celular, porque su memoria no funcionaba ya.
Puso una nota de “próximo regalo”, lo buscaría más tarde en alguna tienda en línea.
“Swami”.
“Sé a que vienes. Angie, estoy dispuesto. Todos los niños que estamos inscritos en MDK, en su mayoría, no somos indiferentes a la situación. Sabemos para qué nos rentamos, agradecemos a personas como tú poder darnos un poco de amor y a ustedes regresarles la vitalidad perdida. Es hora y lo entiendo. A partir de ahora, nuestra relación será mucho más fuerte que nunca”.
Con lágrimas, Angelina lo abrazó. Quería besarlo, pero ya tendría toda la noche para eso.
Salieron del lugar. La camioneta de MDK tenía el aviso previo de Angelina para proceder. Había solicitado que fuera en un lugar cómodo y cálido para ella. Llegaron a un prestigioso hotel. La reservación estaba hecha con cita previa. Angelina conseguía todo lo deseado, ya no se sentiría vacía.
Prepararon la habitación tal cual ella había solicitado. Swami entró primero. Ella esperó hasta que fue indicado por los administradores de la aplicación que podía entrar. Cuando accedió, Swami ya estaba poniéndose su playera.
“Ha sido un verdadero placer ayudarte, mamá”, dijo Swami con total convicción.
Angelina se recostó en el reposet. Los administradores colocaron los aparatos a un costado de ella. La bolsa suministradora contenía la sangre de Swami y en el otro extremo, la aguja portadora de juventud. Angelina estuvo lista, encendió su celular, puso música romántica. Se relajó en demasía y pensó en su niño.
La aguja penetró su brazo, inyectando la vitalidad de Swami. Ella tuvo un leve atisbo orgásmico de vida. Soñolienta, pensó en su nueva personalidad.
Cada viernes por la noche, después de un café, Swami entregaba su vida a ella, en porciones. Angelina comenzó a ver los resultados. El cabello aperlado graso desapareció, para retomar uno gris suelto y con vitalidad. Los ojos grises retomaron ese brillo amenazador. Su piel se volvió brillante. Las noches en vela pasaron a ser noches de fiesta.
El amor se convirtió en necesidad.
Swami desapareció una noche. Hecha una furia, Angelina se transformó en el monstruo de los libros que Swami le había mostrado. Sedienta de sangre y juventud, salió en busca de su niño, a dónde más que a la librería.
Se presentó ante la concurrencia como una maniática sedienta de drogas, oliendo a cada uno de los presentes, hacinada en el rincón donde con su niño conversaba sobre libros, sitio en donde podía olerlo, sentirlo. Había ido ahí aquella noche. Sus sentidos, ahora agudizados, la llevaron fuera de la librería. Swami había dejado un rastro. Podía seguirlo. Continuó por las calles, olfateando a su pequeño.
El final del rastro no podía ser otro. Ahí, entre los escombros, el aroma de Swami era penetrante. Se metía en su cabeza y deambulaba de un sitio a otro, moviendo sus neuronas. Angelina estaba hambrienta. Comenzó a gritar en busca de Swami.
Uno de los vecinos, percatándose del estruendo provocado posiblemente por una mujer drogadicta como muchos otros que llegaban al sitio, acudió con un arma en la mano, dispuesto a dar el golpe final por si las cosas se ponían graves. Pero aquel hombre solo encontró a una mujer sedienta de juventud que se abalanzó sobre su cuerpo. Con toda la facilidad del mundo, Angelina sometió al hombre. El latido de la entrepierna del hombre le llamaba.
Y ahí fue donde con sus uñas, arremetió. El pantalón hecho jirones, no detuvo a Angelina en abrir la piel del hombre. La sangre salió por todas partes. El festín estaba puesto. El hombre no tardó en desmayarse y presionar en el último aliento, el gatillo del arma que se disparó hacia la oscuridad nocturna.
A Angelina no le quedó más que observar.
Ahí estaba Swami, parapetado sobre el balcón. Descendió con facilidad donde Angelina. Sus ojos negros cubrían todo el globo ocular. No se abalanzó sobre la sangre, observó a Angelina como el objeto animal en que la había convertido su sangre y su compañía.
Asustada, Angelina comenzó a reptar hacia los escombros de la antigua casa de Swami. Él solo la observaba. Con su teléfono celular en mano, estaba a punto de teclear un número de emergencias, cuando el mensaje de la compra del libro de Dean Koontz apareció.
El autor había fallecido hacia cincuenta años, pero sus libros habían envejecido como el de muchos autores que Swami leía, ahora en ediciones de lujo con altos costos.
“No entiendo nada. ¿Qué eres, niño?”, preguntó asustada Angelina.
“No he hecho nada que tú no quisieras. Tú buscabas juventud y yo podía dártela. Yo busco una mujer que me entienda por la eternidad. Mis padres anteriores no pudieron con eso e intentaron… ya sabes, deshacerse del problema. Me convertí en un problema. Solo espero que esto resulte bien para los dos”.
La aplicación MDK comenzó un repunte de descargas y de socios. Algunos niños eran devueltos tiempo después, cuando los términos no se completaban, regularmente, para los padres “adoptivos”.
Angelina y Swami continuaron esta relación de negocio-vida. Brindan ambos esta noche, con un coctel de lo mejor de la sangre de ambos.
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IMAGEN
Mujer leyendo >> Fernando Botero., 19 de abril de 1932, Medellín, Colombia.
Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el IPN; luego, su pasión por la Literatura lo llevó a formar parte del Taller de Creación Literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán, y del impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en cuatro obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de Literatura del horror, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante” y actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.